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Sus ojos se estrecharon en dos rendijas y una fría ráfaga sopló por la habitación, como si hubiese empujado el aire hacia ella. -Cuidado, mujer. El coraje puede ser peligroso.

Ella anduvo directamente hacia él. -¿Sabes qué? Lo de la ducha era una mentira. Intentaba darte tiempo a solas con él, porque es obvio que te sientes mal o no estarías de pie en la entrada mirando como si fueras a rasgarte malditamente. Tómalo como una oferta o un permiso, por uno u otro camino, yo apreciaría que no intentaras asustarme.

En este punto, ya no se preocupaba si él repartía golpes a diestro y a siniestro contra ella. Entonces otra vez, se movía por la nerviosa energía y el temblor que llegaba por el agotamiento, probablemente ya no pensaba con claridad.

– ¿Entonces que va a ser? -Le exigió ella.

El vampiro dio un paso hacia adentro y cerró la puerta, en la habitación creció el frío con él en ella. Su amenaza era una amenaza tangible, alcanzándola, acariciando su cuerpo como si lo hiciera con las manos. Cuando la cerradura se deslizó hacia su lugar con un chasquido, ella se atemorizó.

– No lo intento. -Dijo él con voz cansina satinada.

– ¿Qué? -Ella se sofocó.

– Asustarte. Tú estás asustada. -Él rió. Sus colmillos eran muy largos, más largos que los de Rhage. -Puedo oler tu miedo, mujer. Como la pintura húmeda, esto estremece la nariz.

Como Mary se alejó distanciándose, él avanzó, rastreándola.

– Hummmm…y me gusta tu olor. Me gusta desde el primer momento en que te encontré.

Ella se movió más rápido, sacando su mano, esperando sentir la cama en cualquier momento. En cambio se enredó entre algunas pesadas cortinas de una ventana.

El vampiro de las cicatrices la arrinconó. No era tan musculoso como Rhage, pero sin duda era mortal. Sus ojos fríos le dijeron que sabía todo lo que había que saber sobre la capacidad de matar.

Con una maldición, Mary dejó caer la cabeza y se rindió. Ella no podría hacer nada si él quería hacerle daño y tampoco podría hacer nada con Rhage en su condición. Maldita sea, lamentaba sentirse tan desvalida, pero a veces era lo que le ponía en su vida.

El vampiro se inclinó hacia ella y se encogió de miedo.

Él aspiró profundamente y luego hizo un largo suspiro.

– Date tu ducha, mujer. Yo no Tenía ningún deseo de hacerle daño esta noche y nada lo cambiaría. No tengo ningún repugnante interés sobre ti, tampoco. Si algo te pasara, él obtendría una mayor agonía de la que siente ahora.

Ella se dobló cuando él se dio la vuelta distanciándose y ella vio como se estremecía cuando miró a Rhage.

– ¿Cómo te llamas? -Murmuró ella.

Él elevó una ceja y luego volvió a mirar fijamente a su hermano. -Soy el malo, en caso de que no te lo hubieras figurado.

– Quiero tu nombre, no tu profesión.

– Ser un bastardo es más que un deseo irresistible, realmente. Y es Zsadist. Soy Zsadist.

– Bien…es agradable conocerte, Zsadist.

– Qué cortés. -Se burló él.

– Ok, sobre ello. Gracias por no matarlo o a mí en este momento. ¿Es lo suficientemente verdadero para ti?

Zsadist miró sobre su hombro. Sus párpados parecían las persianas de la ventana, permitiendo que sólo las ranuras de una noche fría brillara. Y con su pelo rapado y aquella cicatriz, él era la personificación de la violencia: agresión y dolor antropomorfizado. Excepto que mientras la miraba a través de la luz de la vela, un leve indicio de calor atravesaba su cara. Era tan sutil que ella no podía definir bastante como había sabido que eso estaba allí.

– Tú. -Dijo él suavemente. – Eres extraordinaria. -Antes de que pudiera decir algo más, él le sostuvo la mano. -Vete. Ahora. Déjame con mi hermano.

Sin otra palabra, Mary entró en el cuarto de baño. Estuvo en al ducha hasta que se le arrugaron los dedos y el vapor en el aire se puso tan espesa como la nata líquida. Cuando ella salió, se vistió con la misma ropa que llevaba, ya que se había descuidado de llevar nueva ropa con ella. Entonces abrió la puerta del dormitorio silenciosamente.

Zsadist testaba sentado sobre la cama, sus amplios hombros encorvados, sus brazos alrededor de su cintura. Inclinado sobre el cuerpo dormido de Rhage, estaba tan doblado hacia abajo tan cerca que era imposible que no lo tocara. Mientras se mecía hacia delante y hacia atrás, había una débil canción armoniosa en el aire.

El vampiro estaba cantando, su voz ascendía y decaía, saltando octavas, subiendo y bajando. Hermoso. Completamente hermoso. Y Rhage estaba relajado, descansando de un modo plácido que antes no tenía.

Ella rápidamente cruzó la habitación y salió al pasillo, dejando solos a los dos hombres.

Capítulo 31

Rhage se despertó al día siguiente por la tarde. La primera cosa que hizo fue extender la mano a ciegas hacia Mary, pero se paró a sí mismo, no queriendo que lo golpeara la quemadura. No se sentía lo suficientemente fuerte para luchar.

Abriendo los ojos, él giró la cabeza. Ella estaba allí a su lado en al cama, dormida sobre su estómago.

Dios, otra vez ella había cuidado de él cuando lo había necesitado. Había estado impávida. Fuerte. Dispuesta a enfrentarse a sus hermanos.

El amor llenó su corazón, aumentándolo tanto que se le paró la respiración.

Se puso la mano en el pecho y sintió las vendas que ella le había puesto. Trabajando con cuidado, las quitó una a una. Las heridas se veían bien. Se habían cerrado y ya no le dolían. Por la mañana tan solo serían rayas rosadas y al siguiente, habrían desaparecido.

Pensó en la tensión que había tenido últimamente. El cambio. Las olas alrededor de Mary. La exposición al sol. Los azotes. Iba a tener que beber pronto y quería hacerlo antes de que el hambre lo golpeara.

La alimentación era algo sobre lo que era muy escrupuloso. La mayor parte de los hermanos estiraban el hambre mientras podían soportarlo, solo por que no querían molestarse con la intimidad. Él lo conocía mejor. Lo último que necesitaba era que la bestia con un caso de de sed de sangre…

Espera un minuto.

Rhage suspiró. Había un vacío…asombroso en él. Ningún zumbido de fondo. Ninguna picazón. Ninguna quemadura. Y esto iba a la par aun cuando yacía directamente al lado de Mary.

Esto era…solo él en su cuerpo. Solo él mismo. La maldición de la Scribe Virgin se había ido.

Pero desde luego, pensó él. Ella se lo había retirado temporalmente para poder hacer el rythe sin cambiar. Y ella obviamente le estaba dando un plazo para que pudiera curarse, también. Se preguntó cuanto tiempo duraría el indulto.

Rhage exhaló despacio, el alivio del aire en su nariz. Cuando se hundió en su piel, se deleitó en la perfección de la paz. El divino silencio. La gran ausencia rugiente.

Había pasado un siglo.

Buen Dios, quería llorar.

En caso de hacerlo y que Mary despertara, pondría las manos sobre sus ojos.

¿Otras personas sabían lo afortunadas que eran al tener momentos como esos? ¿Momentos de resonante tranquilidad? Él no los había apreciado antes maldición, incluso no los había notado. Infiernos, si lo hubieran bendecido con uno, probablemente solo se habría vuelto a dormir.

– ¿Cómo te sientes? ¿Puedo traerte algo?

Con el sonido de la voz de Mary, él se reforzó con una ráfaga de energía. Nada como lo que le llegaba. Todo lo que sintió fue un cálido brillo en su pecho. Amor sin trabas con el caos de su maldición.

Se frotó la cara y la miró. Adorándola tan intensamente en la tranquila oscuridad que tuvo miedo de ella.

– Tengo que estar contigo, Mary. Ahora mismo. Tengo que estar en tu interior.

– Entonces bésame.

Él estiró su cuerpo contra el suyo. Ella solo llevaba una camiseta y él deslizó sus manos por debajo, extendiéndose a lo largo de ella más allá de su espalda. Estaba ya con fuerza para ella, listo para tomarla, pero con nada para vencer, acariciarla era un placer exquisito.

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