Desde dentro del armario, ella escuchó el cambio de metal y algo de ruido de telas, como si se estuviera poniendo una camisa limpia. Cuando salió, su abrigo ondeaba detrás de él. La idea de que de alguna manera él se marchara sin decir!adiós! era de alguna manera espantosa.
Cuando él cogió el pomo de la puerta, hizo una pausa. La luz del pasillo se reflejó sobre su brillante cabellera y sus amplios hombros. Su cara estaba de perfil, en la oscuridad.
– ¿A dónde vas? -Preguntó ella sentándose.
Hubo un largo silencio. -Fuera.
¿Por qué parecía tan lleno de disculpas? se preguntó ella. Ella no necesitaba una niñera. Si él tenía negocios que atender…
Oh…de acuerdo. Mujeres. Él salía para ir tras mujeres.
Su tórax se convirtió en una fría cavidad, una fosa húmeda, sobre todo cuando miró al ramo de flores que le había enviado. Dios, la idea de él tocando a alguien más cuando ella lo sabía podía hacer que sintiera nauseas.
– Mary…lo siento.
Ella se aclaró la garganta. – No lo sientas. No hay nada entre nosotros, por lo que no espero que cambies tus hábitos por mí.
– Esto no es un hábito.
– Oh, de acuerdo. Lo siento. Adicción.
– Hubo otro largo silencio. -Mary, yo…si hubiera otra manera…
– ¿Para hacer qué? – Desechó ella con la mano hacia delante y hacia atrás. -No contestes a eso.
– Mary…
– No lo hagas, Rhage. No es asunto mío. Sólo vete.
– Mi teléfono móvil estará abierto si tú…
– Sí. De verdad que te llamaré.
Él la miró durante un latido. Y después su negra sombra desapareció por la puerta.
Capítulo 27
John Matthew venía caminando desde lo de Moe, rastreando a las tres cuarenta de la madrugada el control policial. Temía las horas hasta el alba. Sentarse en su apartamento le parecería como estar en una jaula, pero era demasiado tarde para él para estar fuera y en la calle. Todavía…Dios, estaba tan inquieto que podía sentir la agitación en su boca. Y el hecho de que no hubiera nadie con quien hablar le dolía aún más.
De verdad que necesitaba algo de consejo. Después de que Tohrment lo hubiese dejado, había estado dándole vueltas a la cabeza, debatiendo si realmente debería hacerlo. Siguió diciéndose que lo tenía, pero las cuestiones a posteriori no se pararían.
Desearía haber podido encontrarse con Mary. Había ido a su casa la noche anterior, solo la encontró oscura y cerrada. Y ella no había ido al teléfono directo. Era como si hubiera desaparecido y su preocupación por ella era una razón más para estar nervioso.
Cuando se acercó a su edificio, vio un camión aparcado en frente. El fondo estaba lleno de cajas, como si alguien las estuviera moviera.
Qué extraño hacer esto durante la noche, pensó él, mirando la carga.
Cuando vio que no había nadie montando guardia, esperaba que su dueño volviera pronto. De lo contrario, el material iba a desaparecer.
John entró en el edificio y subió las escaleras, no haciendo caso a las colillas, latas de cerveza vacías y bolsas de patatas fritas vacías. Cuando ya casi estaba en el segundo piso, miró con los ojos entre abiertos. Algo estaba derramado por todo el suelo del pasillo. Rojo profundo…
Sangre
Dando marcha atrás hacia el hueco de la escalera, miró fijamente hacia la puerta. Había una salpicadura en el centro, como si alguien se hubiera dado en la cabeza…pero entonces vio la botella verde oscuro. Vino tinto. Solo era vino tinto. La pareja de borrachos que vivían al lado habían vuelto a discutir en el pasillo.
Sus hombros se aflojaron.
– Perdone. -Dijo alguien desde arriba.
Él se movió y levantó la vista.
El cuerpo de John se agarrotó.
El hombre grande que estaba sobre él iba vestido con pantalones de camuflaje negros y una chaqueta de cuero. Su pelo y su piel eran completamente blancos y sus pálidos ojos tenían un brillo misterioso.
Maligno. No muerto.
Enemigo.
Este era un enemigo.
– Algún lío se ha formado en este piso. -Dijo el tipo antes de estrechar su mirada sobre John- ¿Algo va mal?
John con ferocidad sacudió la cabeza y bajó la mirada. Su primer instinto fue correr hacia su apartamento, pero no quería que el tipo supiera dónde vivía.
Hizo una profunda sonrisita. -Pareces un poco pálido, colega.
John salió disparado por las escaleras hacia la calle. Corrió a la esquina, dobló a la izquierda y siguió corriendo. Corrió y corrió, hasta que no pudo más por que se quedó sin aliento. Apoyándose sobre la coyuntura entre el edificio de ladrillos y un basurero, jadeando.
En sus sueños, luchaba contra hombres pálidos. Hombres pálidos con ropa negra cuyos ojos no tenían alma.
Mis enemigos.
Temblaba tanto que no conseguía meter la mano en su bolsillo. Sacando veinticinco centavos, los cogió con tanta fuerza que se los clavó en la palma de su mano. Cuando recuperó el aliento, miró detenidamente arriba y abajo del callejón. No había nadie en los alrededores, ningún sonido de pies golpeando el asfalto.
Su enemigo no lo había reconocido.
John abandonó el refugio del basurero y caminó rápidamente hacia la lejana esquina.
La abollada cabina telefónica estaba recubierta de graffitis, pero sabía que funcionaba por que no hacía demasiado que había llamado a Mary. Puso los centavos en la ranura y marcó el teléfono que Tohrment le había dado.
Después del primer ring, el buzón de voz comenzó a recitar robóticamente los números que había marcado.
John esperó el pitido. Y silbó.
Capítulo 28
Era antes del alba cuando Mary escuchó finalmente voces masculinas en el pasillo. Cuando la puerta se abrió, su corazón saltó de su pecho. Rhage llenaba el marco de la puerta cuando el otro tipo le habló.
– Hombre, fue una lucha infernal cuando dejamos la barra. Te convertiste en un demonio allí fuera.
– Lo se. -Refunfuñó Rhage.
– Eres increíble, Hollywood y no solo con el cuerpo a cuerpo. Aquella mujer que tú…
– Más tarde, Phury.
La puerta se cerró y se prendió la luz del armario. Por el sonido de chasquidos y movimientos metálicos, él estaba desarmándose. Cuando salió, hizo una trémula respiración.
Mary fingió que estaba dormida cuando sus vacilantes pasos llegaron hasta el pie de la cama y luego se dirigió al cuarto de baño. Cuando escuchó que se estaba duchando, ella se imaginó que se estaba lavando: Sexo. Lucha.
Especialmente el sexo.
Ella se cubrió la cara con las manos. Hoy se marcharía a su casa. Empaquetaría sus cosas y saldría por la puerta. Él no podía hacer que se quedara; ella no era responsabilidad suya sólo por que él lo dijera.
El agua se cerró.
El silencio aspiró todo el aire de la habitación y ella soltó el aliento manteniéndose en el lugar. Jadeando, asfixiándose…levantó las sábanas y fue hacia la puerta. Sus manos sobre el cerrojo, luchando por abrir la cerradura, sacudiéndola, tirando incluso su cabello se agitaba a su alrededor.
– Mary. -Dijo Rhage directamente detrás de ella.
Ella saltó y luchó más contra la puerta.
– Suéltame. Tengo que escaparme…no puedo quedarme en esta habitación contigo. No puedo estar aquí…contigo. -Ella sintió como ponía sus manos sobre sus hombros. -No me toques.
Ella se movió alocadamente por la habitación hasta que saltó hacia el rincón más alejado, comprendiendo que no podía irse y que no había modo de escaparse. Él estaba delante de la puerta y ella tenía el presentimiento de que le mantendría las cerraduras en su lugar.
Atrapada, cruzó los brazos sobre su pecho y se apoyó de pie contra la pared. No sabía lo que haría si él la volvía a tocar.
Rhage no lo volvió a intentar.
Él se sentó sobre la cama, llevaba una toalla alrededor de sus caderas, el cabello húmedo. Arrastró su mano por la cara, a través de la mandíbula. Parecía el infierno, pero su cuerpo era la cosa más hermosa que ella nunca hubiera visto. Se imaginó las manos de otras mujeres sobre aquellos poderosos hombros, tal como ella había hecho. Vio como les daba placer a otros cuerpos como le había dado al suyo.