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Hablaba mientras actuaba. Simple charlatanería, la habría llamado Pierce. Pero era mucho más que eso. Sus palabras y la cadencia con que las pronunciaba contribuían a crear un ambiente u otro. Podía alargarlas y espaciarlas mientras hacía que un péndulo oscilara en el aire sin nada que lo sujetara, y luego las agolpaba todas juntas justo antes de que saltara una llamarada de su palma desnuda. No se limitaba a ser pragmático, como en los ensayos, sino que cultivaba el aura de misterio que le había parecido percibir en él la primera vez que lo había visto.

Ryan siguió mirando mientras lo encerraban encadenado dentro de un saco atado, metido, a su vez, en un baúl cerrado a cal y canto. De pie sobre el baúl, Bess subió una persiana y contó hasta veinte. Cuando soltó la persiana, era Pierce quien estaba de pie sobre el baúl. Y, por supuesto, cuando abrió los cerrojos del baúl y desató el saco, Bess estaba dentro. Pierce lo llamaba tele transportación: A Ryan le parecía sencillamente increíble.

Sus fugas la ponían nerviosa. Ver cómo voluntarios del público lo encerraban en unas cajas diminutas y sin agujeros que ella misma había examinado la hacía romper a sudar. Podía imaginarse dentro de un espacio tan pequeño y casi sentía su propio aliento asfixiándola en los pulmones. Pero Pierce nunca tardaba más de dos minutos en liberarse.

Para terminar, encerró a Bess en una jaula, la cubrió con una tela y la hizo levitar hacia el techo del escenario. Cuando la bajó segundos después, Bess había desaparecido y, en su lugar, había una pantera. Observándolo, viendo la intensidad de su mirada, los hoyuelos y sombras misteriosas de su cara, Ryan casi creía que había vencido las leyes de la naturaleza. En ese momento anterior a bajar la cortina y descubrir que Bess se había convertido en pantera, Pierce tenía mucho más de hechicero que de artista.

Ryan quiso preguntarle, convencerlo para que le explicara ese número de alguna forma que le resultase comprensible. Cuando Pierce terminó el espectáculo y sus ojos se cruzaron, Ryan se tragó las palabras.

Tenía el rostro perlado de sudor debido a los focos y al esfuerzo de mantener la concentración. Ryan quiso acariciarlo. Descubrió, no sin asombro, que verlo actuar la había excitado. Sintió un fogonazo de deseo potentísimo, como jamás había sentido ninguno. Se imaginó que Pierce la hacía suya con aquellas manos ágiles e inteligentes. Luego imaginó su boca, aquella boca increíblemente sensual. Imaginó que aquellos labios se apoderaban de los de ella y la transportaban a ese mundo extraño e ingrávido que él conocía. Si se acercaba a Pierce en ese momento, se preguntó, si se ofrecía o le pedía que le satisficiese, ¿lo encontraría tan excitado como lo estaba ella? ¿Permanecería indiferente o le mostraría en silencio hasta dónde podía llegar su magia?

Pierce se detuvo frente a Ryan y ésta dio un paso atrás, estremecida por sus propios pensamientos. La piel le ardía, la sangre corría como lava por sus venas, empujándola a dar un movimiento hacia él. Consciente de su excitación, pero reacia a sucumbir, se obligó a mantener la distancia.

– Has estado fantástico -dijo, pero se notó cierta rigidez en el halago.

– Gracias -se limitó a responder Pierce mientras pasaba de largo.

Ryan sintió que le dolían las palmas y se dio cuenta de que se estaba clavando las uñas. Aquello tenía que acabar. No podían seguir así, se dijo justo antes de girarse para dar alcance a Pierce.

– Ryan -la llamó entonces Bess, asomando la cabeza por la puerta del vestuario-. ¿Qué te ha parecido el espectáculo?

– Maravilloso -Ryan miró hacia el pasillo. Ya le había perdido el rastro a Pierce. Quizá fuese mejor así-. Supongo que no podrás contarme el secreto de cómo hacéis el número final, ¿verdad? -le preguntó.

– No si quiero seguir con vida -contestó Bess entre risas-. Venga, entra. Acompáñame mientras me cambio. Ryan accedió y cerró la puerta del vestuario. El interior, estaba impregnado de un olor mezcla de maquillaje y polvos.

– Tiene que ser toda una experiencia que te conviertan en pantera.

– ¡Si supieras! Pierce me ha convertido en todo lo imaginable, ande, repte o vuele; me ha cortado en pedacitos con la sierra y me ha hecho tumbarme sobre espadas. Una vez, me hizo dormir sobre una cama de clavos tres metros por encima del suelo del escenario -comentó Bess. Mientras hablaba, iba quitándose la ropa que había llevado durante el espectáculo con la inocencia de una niña de cinco años.

– Debes de confiar mucho en él -dijo Ryan mientras buscaba con la mirada una silla vacía. Al parecer, Bess tenía la costumbre de repartir sus cosas por todo el espacio que hubiese disponible.

– Quita lo que te estorbe -sugirió mientras se ponía un camisón azul que había dejado sobre el brazo de un asiento-. ¿Cómo no voy a confiar en Pierce? Es el mejor. Ya lo has visto durante los ensayos -añadió mientras se sentaba frente al espejo para limpiarse el maquillaje que se había puesto para el escenario.

– Sí -Ryan dobló una blusa arrugada y la puso a un lado-. Es muy perfeccionista.

– Cuida hasta el último detalle. Primero desarrolla los números que quiere incluir en los espectáculos sobre el papel, luego los repasa una y otra y otra vez en la mazmorra esa en la que trabaja antes de pensar siquiera en enseñarnos algo a Link o a mí -Bess miró a Ryan con un ojo lleno todavía de maquillaje y el otro ya desmaquillado-. La mayoría de la gente no sabe cuánto trabaja, porque hace que parezca muy fácil. Y eso es lo que Pierce quiere.

– Las fugas… ¿son peligrosas? -preguntó mientras estiraba algunas prendas de Bess.

– Algunas no me gustan -Bess se limpió con un pañuelito los últimos restos. A cara lavada, tenía un aspecto inesperadamente juvenil y fresco. Se encogió de hombros mientras se ponía de pie-. Una cosa es quitarse unas esposas o una camisa de fuerza, pero nunca me ha gustado cuando hace su propia versión de Houdini en el número de Los mil cerrojos.

– ¿Por qué lo hace? -Ryan apartó unos vaqueros de una silla, pero permaneció dando vueltas por el vestuario, intranquila-. Con los demás números ya sería suficiente.

– No para Pierce -Bess se quitó el camisón y se puso un sujetador-. Las fugas, la sensación de peligro… es importante para él. Siempre lo ha sido.

– ¿Por qué? -insistió Ryan.

– Porque quiere ponerse a prueba todo el tiempo. Nunca está satisfecho con lo que hizo el día anterior.

– Ponerse a prueba -murmuró Ryan. Ya le había dado esa impresión a ella, pero eso no significaba que comprendiese dicha actitud-. ¿Cuánto tiempo llevas con él, Bess?

– Desde el principio -respondió la ayudante al tiempo que se subía los vaqueros-. Desde el principio del todo.

– ¿Cómo es? -se sorprendió preguntando Ryan-. ¿Cómo es en realidad?

Una camisa colgaba de la mano de Bess, la cual se giró de pronto para lanzarle una mirada penetrante:

– ¿Por qué quieres saberlo?

– Por… -Ryan se quedó callada. No sabía qué decir-. No lo sé.

– ¿Estás interesada en él?

Ryan no contestó de inmediato. Quiso decir que no y zanjar la cuestión. No tenía el menor motivo para estar interesada en él.

– Sí -se oyó contestar sin embargo-. Me interesa.

– Vamos a tomar una copa -dijo Bess mientras se ponía una camisa-. Y hablamos.

– Dos cocktails de champán. Invito yo -dijo Bess después de tomar asiento en una mesa. Luego sacó un cigarro y se lo encendió guiñándole un ojo a Ryan-. No se lo digas a Pierce. Está en contra del tabaco. Bueno, de todo lo que perjudique la salud.

– Link me dijo que corre siete kilómetros al día.

– Una vieja costumbre. Pierce no suele romper las viejas costumbres -Bess exhaló una nube de humo con un suspiro-. Siempre ha sido muy disciplinado. Cuando se le mete algo entre ceja y ceja, no para hasta conseguirlo. Es así desde pequeño.

– ¿Conocías a Pierce cuando era pequeño?

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