Me miró durante un rato sin decir nada.
– Entonces, ¿quién es Pat Usher?
Volví a encogerme de hombros.
– Tal vez le pidieron ayuda y ella se ha dedicado a protegerlos.
– Pero ¿quién entró aquí y por qué? Creí que estabas convencida de que había sido Pat Usher.
Me di cuenta de que empezaba a crisparme.
– Tillie, yo no lo sé todo. Lo único que digo es que puede que él tuviera una amiguita escondida aquí. Y puede que fuera Pat.
No respondió. Se puso otra vez las gafas y empezó a guatear la montaña con algodón, hinchándola igual que Mount St. Helens antes de entrar en erupción.
– ¿Me das la llave del piso de arriba?
– Desde luego -dijo-. Yo también voy.
Dejó la labor y se dirigió a la arquimesa, de cuyo cajón cogió un juego de llaves. Me alargó un fajo de facturas y me las guardé en el bolsillo trasero de los téjanos. Aquello me recordó algo por encima, pero no supe decir qué.
Cerró el piso con llave y fuimos al ascensor.
– ¿No has oído a nadie pasearse o hacer ruido en el piso de arriba?
Volvió la cabeza y dijo:
– Pues no, aunque las paredes son sólidas y cualquiera podría estar arriba sin que yo me enterase. ¿De veras crees que Leonard ha tenido a alguna persona escondida en el piso de arriba?
– Es una hipótesis admisible -dije-. Con Elaine fuera de circulación, es el nido de amor perfecto. Puede que Pat Usher diera con una forma de entrar. Estoy convencida de que esta mujer se encuentra en la ciudad. Si tuvo acceso a la casa de Florida, ¿por qué no a ésta también? A propósito, ¿estabas aquí el domingo por la noche?
Negó con la cabeza.
– Estuve en un acto organizado por la parroquia y no volví hasta pasadas las diez.
Se abrió la puerta del ascensor en la primera planta y Tillie avanzó por el pasillo de la izquierda, mientras me hablaba por encima del hombro. Llegó a la puerta de Elaine y giró la llave en la cerradura.
– No puedo creer que haya estado alguien aquí -dijo mientras entrábamos.
Se equivocaba. Wim Hoover, el vecino del apartamento 10, estaba tendido en el vestíbulo con un balazo detrás de la oreja derecha. El aire apestaba a humo de tabaco estancado y al horrible hedor que exhalaba el cuerpo del cadáver en trance de descomposición. Hubiera jurado que llevaba muerto por lo menos tres días.
Tillie se puso pálida y bajó a toda prisa a su casa para llamar a la policía.
Capítulo 23
Como siempre, hice un rápido recorrido por la casa mientras Tillie llamaba a la policía. Le había dicho que no mencionara mi nombre porque no quería interrumpir el trabajo para sufrir otro de los dichosos exámenes del profesor Dolan. Ya tenía bastantes problemas con La Fidelidad de California para, encima, tener que soportar al teniente Dolan. El piso olía tan mal que no creí que Tillie tuviera dificultades a la hora de explicar por qué había subido a meter la nariz. No hacía falta ser Sherlock Holmes para deducir que Pat Usher había estado viviendo en aquel piso. No había hecho nada por ocultar su presencia. La prenda de gasa con que la había visto en Boca Ratón la había arrojado de cualquier manera sobre la cama deshecha de Elaine. Por lo visto había metido mano a todo lo que le había dado la gana, comida, ropa, cosméticos. Había platos sucios por doquier, ceniceros llenos hasta el borde y la basura sobresalía de la bolsa de papel marrón de borde impecablemente doblado. Los especialistas en huellas se lo iban a pasar en grande en aquel piso, pero lo que a mí me interesaba era el estudio. Se habían abierto todos los cajones, el contenido se había esparcido con violencia, vi carpetas rasgadas por la mitad. Parecía fruto de la furia e impaciencia habituales de Pat Usher. Me pregunté qué habría estado buscando y si lo había encontrado. No toqué nada. Habían transcurrido cinco minutos desde que Tillie bajara a su piso y me dije que ya era hora de ahuecar. No quería estar en el barrio cuando llegaran las lecheras desgañitándose.
Me detuve en el vestíbulo y eché un vistazo a Wim. Estaba boca abajo, con la mano entre el suelo y la mejilla, como si durmiera la siesta. La carne se le había hinchado, la piel estaba amoratada y el agujero del balazo era tan redondo y perfecto como el ojal de un zapato. El arma utilizada era probablemente del calibre 22, no causaba la muerte por regla general, pero, si el proyectil alcanzaba un cráneo humano, sufría una desviación capaz de convertir los sesos en tortilla en un abrir y cerrar de ojos. Pobre Wim. Ignoraba por qué le habría matado aquella mujer. Ya no me cabía la menor duda de que se trataba de Pat. ¿Había matado también a Marty Grice? La autopsia no había descubierto heridas de bala, sólo impactos reiterados de un objeto contundente sin identificar. ¿Qué objeto era éste? ¿Y dónde estaba?
Bajé en el ascensor y salí del edificio sin despedirme de Tillie. Abrí el coche, entré y entonces me apercibí del crujido que producían los papeles que llevaba en el bolsillo del tejano. Cogí las facturas que me había dado Tillie y lancé un «aaaaah» involuntario. Acababa de comprender lo que posiblemente había buscado Pat Usher en el piso de arriba. El pasaporte de Elaine. Lo había encontrado al inspeccionar aquel piso por segunda vez y me lo había guardado en el bolsillo trasero del pantalón. No recordaba haberlo llevado al despacho, o sea que tenía que estar en mi casa. ¿Por eso había forzado Pat la entrada de mi casa? ¿Para buscarlo? Si lo había encontrado, lo más probable es que estuviera ya en cualquier avión, rumbo a lo desconocido. Por otra parte, Leonard no había cobrado aún el dinero del seguro, por lo que cabía la posibilidad de que los dos estuvieran en la ciudad todavía.
Puse en marcha el vehículo y arranqué, decidida a abandonar el vecindario antes de que llegase la policía. Me puse a pensar intensamente. Pat y Leonard habían tenido que eliminar a Marty primero, luego se habían encargado de Elaine Boldt, tal vez porque ésta había imaginado lo que pasaba. En cualquier caso, la situación tuvo que abrir una posibilidad totalmente nueva. Habían accedido a las propiedades de Elaine y a todas sus cuentas bancarias, y se habían dedicado a saquearle el crédito mientras Leonard esperaba los seis meses que se necesitaban para liquidar los bienes de Marty. Probablemente no ascenderían a mucho, pero sumados al capital de Elaine Boldt producirían unos beneficios nada despreciables. Cuando Leonard fuese el único propietario del inmueble de Vía Madrina, lo podría vender por ciento quince mil. El solar valía más sin la casa, probablemente. En el ínterin le había bastado con hacerse el viudo desconsolado y fingir desinterés por los trámites. Así, no sólo se ganaba simpatías sino que además desviaba la atención de sus verdaderas motivaciones, que habían sido económicas desde el principio. El plan habría podido ir sobre ruedas, pero de pronto se había presentado Beverly Danziger en busca de una firma rutinaria para un documento de menor cuantía. La versión de Pat relativa a que Elaine se había marchado a Sarasota para estar con unos amigos no resistía ni el análisis más superficial por la sencilla razón de que no se podía constatar realmente el paradero de Elaine. Pero ¿cómo iba yo a demostrar todo esto? No hacía más que formular hipótesis, cometiendo errores circunstanciales sin duda, pero aun en el caso de tener la verdad en la palma de la mano, no podía ir a la policía sin contar con pruebas concretas.
Leonard, mientras tanto, me había cortado el paso poniéndome en jaque, por lo menos en lo que afectaba a la compañía de seguros. Ya no me atrevía a interrogarle otra vez y sabía que en lo sucesivo tendría que tener cuidado con las preguntas e indagaciones que hiciera. Cualquier pista que siguiese iba a considerarse ofensiva o difamatoria desde su punto de vista. ¿En qué ratonera me había metido? Porque o Leonard Grice y Pat Usher detenían en seco mis investigaciones, o el plan entero les estallaría en la cara.