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El temblor se irguió como el pelaje de un perro en su lomo.

– Quiero decirte algo. Cuando te vea y podamos hablar. No ahora.

– ¿Y por qué tendría que verte, Rosa? ¿Porque incluso nos bañábamos juntos? ¿Como a la familia no le molestaba la piel negra somos diferentes a todos para siempre? Tú eres diferente, de modo que yo también tengo que serlo. Ni tú eres blanca ni yo soy negro.

Ella estaba gritando:

– ¿Cómo pudiste seguirme por esa sala como si fueras un hombre del BOSS? ¡Escuchando estúpidas palabrerías! ¿Por qué estamos hablando en medio de la noche? ¿Por qué me telefoneaste? ¿Para qué?

– No soy tu Baasie, no sigas pensando en el chiquillo que vivió contigo, no pienses en ese «hermano» negro, eso es todo.

Ahora ella no quería que él colgara; deseaba que cada uno se mantuviera enclavado en la voz del otro y de la hora de la noche en que nada fortuito podía liberarlos… bien, bien, él había echado por tierra su capricho de volver a la cama y enterrarlos a ambos.

– Te diré algo más. No nos encontraremos, tienes razón. Vulindlela. Con respecto a él y a mí. Te diré algo. A mí me enviaron a llevarle un pase falso para que pudiera volver a Botswana aquella última vez. Lo entregué en cierto lugar. Después lo cogieron, fue entonces cuando lo cogieron.

– ¿Y qué significa esto? ¿Qué sentido tiene para mí? Ahora son los negros quienes deben sufrir. No pueden atraparnos aunque estemos atrapados, no pueden matarnos aunque la muerte nos coja en la cárcel, estamos acostumbrados a eso, no tiene nada que ver contigo. Los blancos confinan a los negros todos los días. ¿Querías hacer tu gran confesión? ¿Por qué crees ser distinta al resto de los blancos que se han cagado en nosotros desde el día que llegaron? El pudo volver y ser aprehendido porque tú llevaste ese pase. Quieres que lo sepa por si se me ocurre culparte por nada. Piensas que como me lo dices todo estará bien… para ti. No fue culpa tuya… quieres que te lo diga para sentir que todo anda bien. Para ti. Porque yo soy el único que puede decirlo. Pero él está muerto. ¿Y qué decir de los demás? ¿A quién le interesa saber de quién es la «culpa»? Mueren porque los matan los blancos, la sangre negra es la materia prima para quitarse de encima a la mierda blanca.

– Este tipo de conversación sonaría mejor entre gente que está en el país y no entre gente como nosotros -impulsos de crueldad estimularon sus vasos sanguíneos sin calentar el frío de los pies y las manos; mientras él hablaba ella daba saltitos, encorvada, balanceando su cuerpo, deseosa de lanzarse sobre él en cuanto vacilara.

– No sé quién eres. ¿Me oyes, Rosa? Ni siquiera conoces mi nombre. No tengo por qué decirte lo que estoy haciendo.

– ¿Qué es lo que quieres? -el insulto la estremeció mientras seguía adelante-. Estás buscando algo. Si es dinero, debo decirte que no lo hay. Ve a pedírselo a uno de tus ingleses blancos, que pagarán pero no lucharán. Nadie telefonea en medio de la noche para quejarse del nombre que le daban cuando era un crío. Has bebido de más, Zwelinzima -pero puso el acento en la sílaba que no correspondía y él se echó a reír.

Como si hurgara con un palo a un animalejo que se retorcía entre ambos:

– Estabas loca por verme, eh, Rosa. ¿Qué quieres?

– Podrías haberlo dicho directamente. ¿Por qué no apartaste la mirada cuando me acerqué a ti? ¿Por qué no pusiste en evidencia que me había equivocado de persona? Pero no, me hiciste hacer el papel de tonta.

– ¿Qué podía decir? No fui yo quien te buscó.

– Podrías haber movido negativamente la cabeza. Habría sido suficiente. Cuando dije ese nombre. Te habría creído.

– Vamos, anda.

– Te habría creído. No te había visto desde que tenías nueve años y por lo que sabía podías estar muerto. Estás en mi mente en la misma forma que mi hermano… que nunca crece.

– Lamento lo de tu hermanito.

– Podían haberte matado en el monte con los Combatientes por la Libertad. Tal vez eso es lo que yo pensaba.

– Sí, tú piensas eso. No tengo que estar vivo en tu mente.

– Adiós, entonces.

– Sí, Rosa, de acuerdo, tú piensa eso.

Ninguno de los dos agregó palabra y ninguno de los dos colgó el receptor por un rato. Luego ella soltó los dedos rígidos por el apretón y el objeto volvió a su lugar. Las luces encendidas fueron testigos.

Permaneció en medio de la habitación.

Dio un puñetazo a la puerta al pasar, corrió hasta el cuarto de baño y cayó de rodillas ante el inodoro, vomitando. El vino, los trozos de salchicha… apoyó la cabeza, jadeando entre un espasmo y otro, en el borde de porcelana, chorreando baba por la boca mientras se deslizaban las lágrimas del esfuerzo por su nariz.

El amor no exorciza los temores pero hace posible llorar, aullar al menos. Como Rosa Burger había llorado de alegría una vez, salió del cuarto de baño y se paseó por el piso, encendiendo todas las luces al pasar, sollozando y apretando su fea mandíbula, manchada, metiéndose el puño en la boca. Durmió hasta bien entrado el día siguiente: otro mediodía perfecto. La racha de buen tiempo continuó un poco más. Así, para Rosa Burger, Inglaterra siempre tendrá este aspecto; hileras de sombras por la calle soleada, los tímidos pies blancos de gente que se ha quitado los zapatos y los calcetines para sentir la hierba, el sol serpenteando a través de las sendas que marcan las embarcaciones de paseo en el antiguo río; un lugar donde la gente se sienta en bancos para beber al aire libre a la puerta de los pubs, las chicas arreglándose con los dedos sus brillantes cabelleras.

Tres

Paz. Tierra. Pan.

Los hijos y los hijos de los hijos. El lema de todo político reaccionario y de todo revolucionario, y todo revolucionario accede al poder como político. Todo se hace en nombre de las generaciones futuras.

Me han dicho que hasta la gente que carece de convicciones religiosas a veces pasa por la experiencia de tener plena conciencia de los muertos. Una ausencia vuelve a llenarse… esto sintetiza lo que describen. A mí nunca me ha ocurrido contigo; quizá sea necesario estar en el entorno en donde uno espera encontrar a esa persona… y nuestra casa fue vendida hace tiempo. No les pedí tus cenizas, contrariamente a lo que afirma la historia apócrifa que los fieles divulgan y yo no desmiento, según la cual me fueron negadas. A fin de cuentas, tú eras médico y recoger un puñado de potasa… esa vana reliquia del cuerpo humano que tú considerabas un excelente ejemplo de funcionalismo. Aunque apócrifa, en algún sentido tiene su utilidad. Es probable que no me hubieran entregado las cenizas en caso de haberlas pedido.

No puedo explicarle a nadie por qué razón esa llamada telefónica en medio de la noche volvió imposible todo lo que era posible. A nadie, no. No entiendo por qué lo que él tenía que decir y su forma de decirlo -incluso antes de la llamada, incluso en la sala donde nos encontramos- me encolerizó tanto. He oído con anterioridad todos los clichés negros. Sé muy bien que, al igual que los que utilizan los fieles, son un intento por acostumbrar la comunicación ordinaria a significados abrumadores en la existencia humana. Golpetean los teclados mecánicos de los télex; el mensaje tiene que ser recibido y leído. Se convierten en enormes mentiras que encierran enormes verdades, aún existentes en algún sitio. He experimentado antes la misma hostilidad: ser tratada como si no estuviera allí… la chica y el joven en el lugar de Fats, por ejemplo; después no me sentí vil ni despreciable y encontré armas a mano. Como la reacción liberal a comprender y a perdonarlo todo, esta vengativa exaltación me es extraña. El hábito de ordenar en supuestos objetivamente correctos y falsos la posición adoptada… la sensata costumbre de los nuestros me salva de la ridiculez y la vanidad de la afrenta personal. Una guerra en Sudáfrica producirá, sin duda alguna, un enorme sufrimiento humano. También es posible que en sus etapas iniciales abarque un alineamiento en el que los principales antagonistas caigan en los campos raciales, lo que añadiría otra dimensión trágica al conflicto. Por cierto, si existiera una perspectiva razonable de un grupo lo bastante poderoso entre los blancos unidos en un futuro previsible con quienes representan a la mayoría dominante, la sublevación sería menos compulsiva. Tu biógrafo me citó estas palabras en busca de confirmación de un fiel reflejo de ese punto de vista. Entonces no veo por qué he de estar tan… desintegrada, sí; me disolví en lo que dijo, en el ácido de sus palabras. ¿Por qué sentirme tan humillada de haber -automáticamente, sin pensarlo- corrido hacia él en la convención del afecto, de los encuentros casuales intercambiados con las mejillas de los Grosbois, de Bobby, Georges y Manolis, Didier… un frotamiento de narices aprendido de los esquimales? ¿Qué importaba eso?

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