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Lo que se dijo fue reacomodado un centenar de veces; las otras cosas que podía haber dicho a cambio de las que dije, o al menos lo que recordaba haber dicho. ¿Cómo puedo haber manifestado las cosas que manifesté? ¿Dónde estaban ocultas? No creo que tú lo sepas. O quizá, si hubiese crecido en otra época y disfrutado de una educación política abierta, habría sabido resolverlas. Podrían haberme ayudado. Indudablemente Katya era ineducable en este sentido. Nuestra Katya… exagera para impresionar; encantada me dejaría censurar, por ti o los demás, por haber sido capaz de decir lo que dije. «A menos que quieras pensar que ser negro te da ese derecho.» Rechazada por él. ¡Odiándolo! Deseando ser querida… cuánto me desfiguré. Qué sucia y fea me vi en el espejo del cuarto de baño. Corrompida. Con el propósito de defenderte, aproveché la ocasión para sacar a relucir la acusación de más-bueno-que-tú… la timorata defensa última de la clase de gente para la que no habrá futuro. Si todavía hubiéramos sido niños, podría haberle arrojado piedras en un berrinche.

Repasé mis declaraciones (así las pienso: tenía que responder de ellas ante mí misma) una a una, las llevé conmigo a todas partes y las miré a la luz del día, les di vueltas entre mis manos mientras permanecía en clase o hablando dulcemente por teléfono con París. ¿Cómo puedo saber lo que está haciendo en Londres? Acaso entra y sale ilegalmente de Sudáfrica como hacía su padre, en misiones que sé muy bien que no puede divulgar. «Este tipo de conversación sonaría mejor entre gente que está en el país y no entre gente como nosotros.» Lo fastidié recordándole que se encontraba a miles de kilómetros del monte donde creí que podía haber muerto combatiendo. ¡Yo! Equiparé su deserción con la mía, cuando en el terruño él es un kaffir que lleva pase e incluso yo podría vivir la vida de una dama blanca. Con ayuda de Brandt, no creo que sea demasiado tarde para eso.

¿Es dinero lo que quieres?

Pero esas cinco palabras que con más frecuencia recuerdo se presentaron de manera distinta a la forma en que le habían sido arrojadas fríamente para herirlo, para volver venal su compromiso, cualquiera que fuera. No suenan como respuesta a un atraco, sino como el lamento de alguien que quiere librarse de una amenaza por medio del dinero.

No tiene nada de inverosímil que en vacaciones una conozca a un joven y llegue a amarlo, pero semejante encuentro -con Baasie- no es fácil que se produzca. ¿Entonces no había modo de evitarlo? En una noche logramos maniobrar hasta adoptar la posición que nos proponían sus libros de historia en el país: él amargo, yo culpable. ¿Qué otro lugar de encuentro podía haber para nosotros? Hubo tantos arrestos, juicios, interrogatorios, fugas: fracasos. El futuro ha estado largo tiempo por venir: ¿Quién reconocerá al mesías por la forma que finalmente adopte? Isaac Vulindlela llamó «tierra doliente» a su hijo y probablemente nunca tradujo para ti, su camarada, el significado de ese nombre; tú pusiste a tu hija el nombre de aquella otra Rosa… ah, si nos hubieras oído… ¡Qué cabrón es! ¡Qué hijo de perra!

Pero al menos tú sabes; todavía sabes… que sólo hay un final para la sucesión de fracasos necesarios. Sólo un éxito; la vida, a diferencia de la suya o de la mía, que recorre todo el camino hasta la cita que interesa, la victoria en la que habrá lugar para todos.

Una pelea entre tus niños.

Mi Chabalier… por supuesto le hablé del encuentro, de la llamada telefónica en medio de la noche. De la historia familiar, de Baasie y de mí. Mi pobre querida. Precisamente a ti. Pero estaba borracho, ¿?¿? ¡Pobre diablo! Tendrías que haber colgado el teléfono. Al cuerno con ese infeliz. ¡No me importa quién es! ¿No estará un poco loco? Ya sabes, el exilio, la negritud, no es fácil. Je hais, done je suis. ¿Qué más hay para alguien como ése? Uno de los exiliados que sobreviven en Londres, bebiendo como esponjas hasta morir… la autocompasión, incluso en París hay algunos que haraganean y viven de favor con un régimen u otro.

Todas estas cosas; y una vez mi amor dijo (lamento que haya sido por teléfono. Si hubiera visto su cara, los gestos… habría descubierto, en ese momento, cómo explicar lo que me estaba ocurriendo, habría descubierto que él se movía para interponerse entre eso y yo), dijo: «Hay ciertas cosas que sólo pueden manifestarse en medio de la noche… y lo que tú quieres decir es que el día siguiente habrán desaparecido para siempre, probablemente la próxima vez… si es que alguna vez vuelves a verlo, todo estará bien». Pero sólo era la voz de Bernard Chabalier. La oportunidad ya había pasado. No te alteres, querida mía. Claro que perdiste los estribos. ¡Tu padre! Es absurdo. Todo el mundo, blancos y negros…; cualesquiera sean las diferencias políticas. Ocurra lo que ocurra. Una vida noble. ¿Qué importancia tiene que en medio de la noche aparezca un loco con sus propias frustraciones? No es más que eso… Ni siquiera deberíamos exaltarnos. Pero es natural, te ofendiste.

Dio con la palabra que a veces empleo para escribir tu clase de indignación, aunque naturalmente la mía no era de ese tipo. Siendo extranjero, probablemente había aprendido ese término de mí.

El hecho es que después de unos días mi obsesión por lo que me había dicho (casi veinte años y luego ese abrazo a préstamo en una mesa llena de comida) me abandonó. Me desertó. No resolví nada pero dejé de sentirme acosada. No tengo ninguna explicación para la forma en que esto ocurrió. Silencio. En lugar de la obsesión estaban los datos simples y prácticos de un plan de vida. El había encontrado un pequeño apartamento con un balcón diminuto en el que no cabía una silla pero de dimensiones suficientes para que una paloma encontrara un saliente donde poner un huevo. Esto era bastante para tomar la decisión de aceptarlo… la paloma ya residía allí con su huevo. Era imposible sentirse sola en compañía de esa paloma, éh? No había paisaje porque lamentablemente las habitaciones daban a una de las estrechas calles laterales (menos ruidosas, de cualquier manera) pero el edificio estaba realmente en una viejísima plaza olvidada, casi como un patio, donde había una iglesia con un reloj que chirriaba antes de repicar. Dos castaños. Ni una brizna de hierba pero sí un banco. Una buena panadería muy cerca. Una especie de tienda furtiva atendida por dos amables árabes, madre e hijo, donde a cualquier hora podía comprarse yogur y alimentos e incluso vino barato… aparentemente nunca cierran. El metro en la esquina… uno de los más viejos, con fiorituras de cobre verde, auténtico art nouveau, exactamente a dos paradas del lycée.

Apunté el domicilio y dejé el papel donde siempre pudiera tenerlo a la vista. Lo releía con frecuencia. No tenía la impresión de haber estado en las calles que llevan hasta allí, a unas pocas manzanas de un instituto. París. «París es un lugar distante, en Inglaterra.»

No es Baasie -Zwel-in-zima, tengo que ponerle bien el acento- quien me envió de vuelta. Tú no lo creerías. Porque estoy viviendo como cualquiera y él fue quien dijo que quién era yo para creer que podíamos ser distintos a cualquier otro blanco. Como cualquiera; pero la idea empezó con Brandt Vermeulen. Tú y mi madre y los fieles nunca os limitasteis a ser como cualquiera.

Había encontrado una mujer en camisón deambulando por la calle. Era como cualquiera: Katya, Gaby, Donna; pobrecilla, una hámster que hacía dar vueltas a su rueda de molinillo. Recuerdo hasta el último detalle de esa calle, podría recorrerla con los ojos cerrados. Mi sentido de la hermandad femenina era clara. Nada podía evitarse. Ronald Ferguson, 46 años, ex minero, murió en un banco del parque mientras yo me ocupaba de mis asuntos. Nadie puede desertar.

No conozco la ideología:

Trata del sufrimiento.

De cómo poner fin al sufrimiento.

Y termina en sufrimiento. Sí, es extraño vivir en un país donde todavía hay héroes. Como cualquiera, hago lo que puedo. Les enseño a caminar de nuevo, en el Hospital Baragwanath. Ponen un pie delante del otro.

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