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Yo sabía o creía saber. Baasie parecía uno de esos chicos porque eran negros como él. Provenía de calles como éstas y había desaparecido en ellas. Hoy es un hombre en algún lugar como éste.

La pequeña casa en que estábamos apiñados familia, parientes, amigos y muebles… la reconocí sin necesidad de pensarlo: el tipo más grande de casa standard de sus territorios, con tres habitaciones, dos dormitorios y una cocina, destinada a quienes están en condiciones de permitirse el lujo (recordé que Fats era promotor de boxeo) de sobornar a un funcionario. El «juego» de comedor, los taburetes de plástico, el equipo de alta fidelidad, la alfombra floreada, la barra, las banquetas cubiertas de felpa, eran las unidades del gusto establecidas por cualquier hipermercado del mueble en cualquier ciudad blanca. El abarrotamiento de un cuarto diminuto con un surtido de artículos de bajo precio cuya deseabilidad se basa en una idea de lujo de la clase consumista, sin la posibilidad del espacio y la privacidad de la clase media; el pródigo whisky en la mesa y la calle llena de baches el otro lado de la ventana; el entorno de parda monotonía impone la disciplina de un campamento militar que no se relaja en las reformas caseras de los melocotoneros y las cepas de pintura pastel, sino únicamente mediante el persistente hervidero de niños y borrachos que lo ensucian, tsotsis golfillos y gangsters que lo aterrorizan… el ámbito común a cualquier distrito negro me alcanzó como lo que es: un «lugar»; una situación que no ven aquellos que lo imponen y de la que resultará un propósito que no previeron. Los objetivos de los partidarios leales que parecen tan vitales para la investigación biográfica… los veo de una forma que la teoría no explica, de una forma a la que no presté oídos antes, esa misma tarde, cuando el biógrafo de mi padre me interrogaba. El debate que dividió a mis padres y sus compañeros en una pasión cuya realidad tú consideras una abstracción muy alejada de la realidad, se basaba en el hecho de que ellos sí veían. Siempre habían visto. Y creen -Dick e Ivy- conocer la solución y cuál será. Flora todavía cree; si Lionel viviera, si tuviera que salir de la cárcel para responder…

Pero no puedo devolverle el ser a Lionel por mí misma, no puedo oír respuestas que debería, con la evidencia de los datos biográficos, estar en condiciones de producir. Después de un año hay nuevos componentes, ahora que he separado las partes del todo. Nunca podré preguntarle a mi madre -que leía su libro en el coche y oía mis pisadas en la grava de la prisión-, a mi padre -que nos abría sus brazos a Baasie y a mí en el agua-, las cosas que les reto a responderme.

A mi alrededor hablaban de la selección de atletas negros que irían al exterior con equipos blancos. El tema prendió como un cohete entre los hombres. Aterrizó a mis pies; Fats, perdiendo el dominio de sus agudos, exigió una respuesta.

– Mi pupilo tiene la oportunidad de enfrentarse a los grandes de Alemania Occidental y Estados Unidos… ¿por qué tengo que negarme? -pero no quería saber, sólo deseaba mostrar su confianza en la mundanalidad, cuya calidad obtuvo el envidioso apoyo del director de escuela, los gorrones y otros dos o tres, y fue despreciada por sus atacantes.

Un hombre apuesto, a caballo entre el exceso de desarrollo muscular y la gordura, proclive a coquetear con las mujeres y ser condescendiente con los hombres, en mangas de camisa lucía los pectorales que se ablandaban en pechos, característicos de un ex boxeador. Apoyó un momento su brazo de promotor en mi hombro e inició la arenga.

– El boxeo no es un deporte de equipo, tío. No es cuestión de seleccionar, para impresionar a los demás, a un negro que no tiene la oportunidad de entrenarse como los tíos de los clubes blancos. No entra en juego el hecho de que los negros no tengan instalaciones como los blancos. No estoy hablando de fútbol, ni de golf, ni de cosas parecidas; esto es diferente. Un boxeador tiene su mánager, su entrenador, sus sparrings, todo. Lo mejor.

»Y si alguna vez consigue una pelea con un sudafricano blanco tiene que boxear como un forastero en su propio país, un extranjero; es un zulú o un msutú, no un sudafricano como el blanco.

Orde Greer tenía sus partidarios.

– ¿Cuándo conseguirá tu gran Tap-Tap Makatini una pelea por el título aquí, en Sudáfrica? Sí. ¿Puedes responderme cuándo, tío?

Fats respondió desde la seguridad que le daban fuentes que, quedaba implícito, no estaba dispuesto a revelar.

– Todo se andará, todo se andará. Pronto. Ya verás. Estamos negociando…

El joven en tejanos se balanceaba apoyado en los talones, con los músculos de las nalgas apretados.

– Tu chico puede negociar para ir a Alemania y a Estados Unidos y al quinto pino. Seguirá siendo un «chico» que tiene la libertad de un mono al que le han aflojado la cuerda.

Empezó a acalorarse, lo mismo que el hombre que adelantó la cara perlada de sudor de cerveza.

– ¿Adonde quieres llegar con eso? Vosotros sois héroes, no deportistas, y queréis decirnos lo que debemos hacer. ¡Puaj!

– Haréis lo que el hombre blanco os diga.

– Oye. Oye un minuto, tío… si mi chico gana una gran pelea en el extranjero…

– ¿Qué hay con eso? Tú ganarás un montón de dinero y él podrá mostrar su medalla junto con el pase al volver.

– Pero entonces aquí no habrá ningún campeón blanco de su peso que pueda negarse a pelear con él y seguir creyendo que retiene el título. ¿No es así? ¿No es verdad? ¿No te parece un verdadero progreso?

– Harás lo que el blanco quiera. Un progreso para conseguir que ellos vuelvan a ser aceptados en el deporte mundial. Eso es. Y cuando tus «negociaciones» para que un negro gane un título alcancen el éxito, estarás satisfecho. Y si el año siguiente o el otro los equipos de fútbol integran a unos negros y sus clubes aceptan socios negros, los jugadores de fútbol se desgañitarán gritando que ya no hay racismo en los deportes. Pero pase lo que pase en el fútbol, en este país un negro seguirá siendo un negro. Al margen de cualquier otra cosa que haga, tendrá trabajo de negro, educación de negro, casa de negro.

– ¿Qué es lo que tú quieres, entonces? Yo estoy hablando de deportes.

– Los negros sólo participarán de los deportes si hay un único organismo deportivo que controle todos los deportes y a todos los deportistas. Cuando eso ocurra podréis hablar con los blancos. Pero no antes. Si es que debéis hablar… si creéis que hacer deporte con los blancos es lo que queremos los negros.

La cabeza de patriarca de Orde Greer se bamboleaba de exaltación, mantenía la boca abierta esperando la oportunidad de intervenir.

– Es una cuestión de táctica contra el racismo en los deportes o los deportes como táctica contra el racismo.

Las clavículas del joven con camisa tejana abierta hasta la cintura se movieron bajo su piel negra con decidida energía.

– ¡Táctica! Dinero, dinero, dinero -hizo chasquear sus largos dedos bajo nuestras narices para que sintiéramos el olor.

– Los estamos desbaratando, hermanito -Fats reinvindicó la intimidad de la forma exclusiva (en el sentido básico del término) de «hermano», adoptada la jerga tsotst por los jóvenes militantes-. No tiene sentido rechazar las oportunidades, decir siempre que no… A mí eso no me va -parecía admirar la vehemencia con que era rechazado, inviolablemente tolerante y dueño de la situación-. No, no, no, seguid gritando, haciendo boicots, pronunciando discursos… nuestros muchachos de más allá de los mares, el Comité Olímpico No Racial Sudafricano y esa multitud, los políticos en el exilio, y vosotros aquí, vale. No creas que no tengo tiempo para vosotros, hermanitos… Pero entretanto somos nosotros quienes intentamos dar a nuestros deportistas un nivel internacional, quienes mostramos al mundo lo que somos capaces de hacer, ¿no? ¿Qué será de los blancos entonces? Las cosas son según como se miren. ¡Caramba, sólo se vive una vez!

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