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– No sé qué hace la mayoría. Creo que sólo algunos. La empresa de Barry Eckhard tiene un acuerdo.

…te echamos muchísimo de menos, cariño… también Patricia, Tío Tertius y Tía Penny de Sasolburg…

Entonces la otra -Clare- supo, o confirmó una esperanza:

– Eckhard tiene un acuerdo -en el punto de partida interior de cada ceja se erguían unos pocos pelos como los de su padre, Dick… púas erizadas que intensificaban su rostro. Se frotó con la voluptuosidad que da la satisfacción; el eczema descascarillado cobró vida y una mancha de bruma roja apareció en la piel sana y blanca de ambas mejillas-. Supongo que no la usas tú personalmente.

…te quiero mucho y espero verte pronto… Rosa Burger se mostró desenvuelta y predispuesta a informar. No era fácil oírla y la otra chica se concentró en el movimiento de sus labios.

– En general lo hace un empleado. Cuando necesito una fotocopia se la pido a él.

– Según creo la sala está en el segundo piso.

– Así es.

…pensando en ti, Dios te bendiga…

– ¿La dejan cerrada con llave?

– Está abierta mientras funcionan los bufetes. La mayoría de las oficinas tienen el mismo horario. Pero es inútil, Clare -la misma sonrisa irrebatible, exigente, con que su padre invadía la vida de la gente logrando que hiciera cosas.

Clare Terblanche lo interpretó como una negativa.

– Naturalmente, lo sé. Te vigilan -ahora ponían música, el grito de muecín de un cantante pop-. Si empezaran a verte abajo no duraríamos una semana. No me refiero a ti. Pero si pudieras conseguir la llave durante una hora. Sólo la llave. Sólo el tiempo suficiente para que hagamos un duplicado. Nadie se enteraría. Alguien irá entre la medianoche, cuando se ha marchado la gente de la limpieza, y las primeras horas de la mañana. Esta persona llevará nuestros propios rollos de papel para que no puedan rastrearlo; no será el mismo que usan normalmente allí.

– No sirve, es inútil -una compleja secuencia de tamborileos había sustituido al cantante.

– ¿En el despacho de Eckhard hay una llave? ¿Qué ocurre cuando los tribunales están en período de clausura y los abogados se toman vacaciones?

Los ojos de color piedra de luna bajo toques de sombra devolvieron la mirada sin buscar la evasiva o la escapatoria.

– El servicio de fotocopias sigue operando. Tenemos una llave, sí. Por si nuestra oficina tiene que usar la sala después que cierran los bufetes.

– De modo que las demás empresas del edificio que la usan también tienen una llave… exactamente. ¡Sólo necesitamos la llave de Eckhard unos veinte minutos! A la hora de almorzar; la devolveremos antes de que nadie se dé cuenta.

La resistencia las acercó más y más aunque ninguna de las dos se había movido.

El cuerpo de Rosa Burger, más que su semblante, expresaba una abierta obstinación -los brazos caídos a los costados, las manos con las palmas en los asientos, metidas y ocultas debajo de los muslos hábilmente acomodados-, obstinación que acometió a la hija de los Terblanche como una exigencia que no comprendía más que como una negativa. Tembló al borde de la hostilidad; por un instante cada una tuvo conciencia de la otra en su condición de mujer.

Los recatados muslos de Rosa Burger cerrados en el contorno huesudo del pubis en los téjanos encogidos, un largo cuello bronceado por el sol con la cavidad de la clavícula donde -estaba callada, sin nervios, inmóvil- podía verse el latido del pulso: la novia de Noel de Witt; también la amante de un sueco (como mínimo, entre los que se conocían) que había pasado por allí, y un silencioso barbudo rubio, no alguien del ambiente, tampoco él.

Un cuerpo con la seguridad de los abrazos, así como una inteligencia cultivada da lugar a una mente. Los hombres lo reconocerían de una ojeada, así como la otra podría reconocerse en una palabra.

Clare Terblanche -la vieja compañera de juegos que había sido gruesa y robusta como un osito de felpa, las piernas y los brazos pequeños con la misma forma simplificada, velluda, oliendo dulcemente a jabón Palmolive- tenía una carne sin relieve. Vivía en su interior, empleando ahora útilmente unas piernas largas y fiables que adelantaban una cadera tras otra hasta que encontró el piso. Mala circulación (que se notaba en la palidez y el rubor de las mejillas), pechos cerrados sobre si mismos, una suave extensión de vientre para albergar hijos. Un cuerpo que no tenía señales; sería cada vez más grande y al mismo tiempo más modesto. Pocos hombres encontrarían allí su camino, pocos lo buscarían.

Entre ellas estaba la mesa al nivel de sus pantorrillas; música y voces, sentimientos adulterados, emociones generalizadas, la exposición pública haciendo las veces de necesidad privada. …y una para Billy Stewart. Billyboy apuesto a que así te llaman en casa pero sea como sea Billy la abuela y el abuelo Davis están orgullosos de ti sigue sonriendo todos en casa te queremos y te esperamos mi queridísimo Koosie.

De improviso Rosa se levantó y apagó la radio.

– ¿Quieres ver el piso de todos modos?

Clare Terblanche no respondió. Bebió su café a lentos sorbos que ambas oyeron.

– Bueno.

Parecía castigada, apaleada.

En la puerta se detuvo y se volvió hacia la chica que iba detrás de ella.

– ¿Es sólo esto lo que no quieres hacer?

No soy la única superviviente.

Sus suelas de goma producían el mismo crujido abrasador de dedos raspando una pelota con el que Tony solía atormentarme cuando éramos pequeños. Busqué la llave de inmediato (debió de parecerle irónico) en la portería y bajamos los resonantes peldaños de hierro de la escalera de incendios. En el piso desocupado había un viejo listín telefónico, toda una población de polillas en el cuarto de baño, cucarachas en la cocina, una compresa seca que había adquirido la forma rígida en que había sido usada, dejada en el interior del aparador que abrí para mostrarle el espacio de almacenamiento que había. Ambas quedamos debidamente impresionadas por este ejemplo de los hábitos civilizados a que se dedicaban los blancos para defenderse de la degradación negra (éste es el tipo de reacción que me colma cuando vuelvo con los de mi propia especie). De cualquier manera, las dos somos chicas muy bien educadas, quisquillosamente clase media en muchos sentidos -recuerda el alto nivel de confort que observaste en casa de mi padre- aunque si la pertenencia de clase de nuestras respectivas familias hubiera de definirse correctamente según su lugar en las relaciones de producción, ella era de la clase trabajadora y yo no. Los nuestros nunca han sido sucios ni pasado hambre aunque la cárcel y el exilio son lugares comunes de la vida familiar para nosotros. Ser blanco constituye una definición por oposición que mi padre y su madre ya discutían bailando al son del gramófono en el club de trabajadores. Cerré el aparador con una breve exclamación.

Los cables habían sido arrancados del zócalo donde se enchufaba el teléfono. El olor del cigarrillo de Clare reptaba como un animal suspicaz. Libres incluso de testigos inanimados, no sabíamos cómo escapar la una de la otra… al menos ella no sabía cómo hacerme sentir rebajada por mi negativa. Por el contrario, yo tenía conciencia de una desagradable fortaleza que de mí pasaba a ella. Es más bien apagada que fea, una mujer sin orgullo sexual… en tanto hembra no tiene la menor visión de sí misma que le permita desviar la atención que los demás fijan en sus defectos físicos. Su postura me irritaba. Clare Terblanche siempre estaba así, como un trípode que alguien hubiera dejado caer desmañadamente, sin flujo de movimientos a sus espaldas o proyectado al frente, La explicación es común y corriente: patizamba. ¿Por qué Dick e Ivy no la hicieron tratar de pequeña? La caspa y el eczema que ésta provocó eran de origen nervioso. ¿Por qué fingimos no notar esta dolencia? Porque era «poco importante». Clare sabía que yo veía su torpe postura, los atormentados manchones de piel inflamada y levantada, despojada de su contexto familiar. Pobrecilla; ella sabía que yo pensaba: pobrecilla. Soy capaz de soportar los silencios de otros sin desconcierto; sentía piedad y curiosidad, cierta crueldad. Podría haber alargado la mano y haberle apretado rudamente por el hombro, nadie podía oírnos, ninguna voz de buena voluntad barata revistiría la indiscreción y disfrazaría la herejía. No puedo levantar la voz; no está en mi naturaleza, ni siquiera cuando soy insolente. Le pregunté por qué seguía en eso.

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