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No estaba segura de haberme comprendido. O me entendió al instante; yo tenía la impaciente sensación de formar parte de su proceso mental; permanecí horrorizada ante lo que sólo existe una vez que se ha expresado. Intentó una interpretación como referencia específica: sin mí, sin las fotocopias del edificio de Barry Eckhard… encontraría otra posibilidad. Aunque (a medias ofendida, a medias apelando a la compasión) por el momento, maldito si sabía cómo.

Empecé a recitar una liturgia íntima:

– «El pueblo ya no tolerará. Por derecho de nacimiento. Ha llegado el día en que el pueblo exige.»

Me miró como si hubiera gritado.

Yo hablé sin interés, nada más.

– ¿Cuando ves informes de las pruebas en los periódicos, no te suena ridículo? Aun los equipos de tinta invisible, los pasaportes falsificados, los planes secretos guardados como fundas de tintorería, las campañas por correo, la misma historia antigua de gente a la que alguien «se acerca» y se convierte en testigo público después de haber pasado la lengua por unos cuantos sobres… Tienes que reír, no puedes evitarlo; es patético. Imprimirás tus boletines o enviarás tus folletos. Ya está todo decidido, desde el principio, desde antes de que tú comenzaras. Unos trozos de papel, unos meses y te pescarán. Te rastrearán fácilmente o alguien en quien has confiado recibirá veinte rands y te venderá. Una enemiga del pueblo… Desaparecerás con la detención. Quizás abran una causa y aparecerá un abogado que intentará buscar atenuantes, avergonzándote al hacer que los viejos lemas signifiquen menos aún de lo que significan.

Su cara lentamente endurecida y concentrada ante mí a la manera en que las caras de los pacientes del hospital registran haber recibido la inyección, liberando la sensación de una sustancia en el torrente sanguíneo.

– Y te encerrarán. Como a ellos. Y saldrás. Como ellos. Hemos visto a Ivy y a Dick y a Lionel.

Las lágrimas eran lentes de aumento sobre sus ojos y tuvo que mantenerlos muy abiertos para que yo no las viera caer.

No sabía cómo decirme, precisamente a mí, lo que sabía que sabíamos. Cualquiera podrá leerlo en la semblanza crítica de la vida de mi padre… que no revela ninguna información útil sobre la forma en que se lleva a cabo la lucha en el presente, me lo han asegurado. No hay nada más que fracasos hasta el día en que se alcance el Futuro. Este es el único éxito. Otros -en campañas concretas con objetivos concretos, contra las leyes de pases, contra la desposesión forzosa de la tierra- conducirían a reformas paulatinas. Estas acciones fracasan una tras otra, han fracasado desde antes de nuestro nacimiento; fracasos fueron los acontecimientos de nuestra infancia, fracasos son las circunstancias normales de nuestra edad adulta… tus padres bajo arresto domiciliario, mi padre muerto en prisión, mi noviazgo en la sala de las visitas de la cárcel. En esta experiencia de ser aplastada en cuestiones individuales, las masas llegan a comprender -mejor que de cualquier otro modo- que no hay otra salida: el poder estatal debe ser derrocado. Fracaso es la herencia de resistencia acumulada sin la cual no hay revolución. El capítulo empezará con una máxima de Marx que Lionel Burger pronunció desde el banquillo antes de ser condenado. «Sería muy fácil hacer la historia universal si la lucha sólo se emprendiera en condiciones de posibilidades infaliblemente favorables.»

Sus palabras machacaron, aferradas a la indignación y se deslizaron hacia el desaliento:

– ¡Pero Rosa! Ellos han pasado lo peor. Para nosotras será diferente. Ocurra lo que ocurra, tenemos la suerte de haber nacido más tarde.

De pronto nos sumergimos, temerarias en la confesión, amalgamando las cosas prohibidas de la vida.

– Exactamente lo que dice tu padre. ¿Lo que estás haciendo tiene algún sentido para ti?

Debía de tener la mirada que tuve yo para ti cuando me describiste cómo observabas a tu madre y su amante jodiendo en el cuarto de huéspedes. Ella afrontaría lo que le pusieran delante sin permitirse verlo, como hice yo.

– Forma parte de la estrategia de la lucha. En la fase presente… todavía. Eso es todo. Pero tú ya sabes.

Claro que sé. Podría haber citado la definición del general Giap sobre el arte de la insurrección como sabiduría para encontrar las formas de lucha apropiadas a la situación política de cada etapa. Las grandes huelgas de obreros negros en Natal con las que su madre se habrá visto comprometida aunque en principio fueran espontáneas, son un ejemplo de la observación de Lenin en el sentido de que el pueblo percibe antes que los dirigentes el cambio en las condiciones objetivas de lucha, sí. Pero la necesidad de propaganda política persiste. Alguien tiene que fotocopiar la carta abierta de Vorster. A riesgo de estimular el aventurerismo, persiste la necesidad de asignar un papel a los pocos revolucionarios blancos. Ya en 1962 está documentado que mi padre fue uno de los que -por fin mayoritariamente negros- en la sexta conferencia clandestina del Partido Comunista Sudafricano alcanzó la perspectiva última, la integración ideológica, la síntesis de una dialéctica de veinte años: es tan imposible concebir el poder obrero separado de la liberación nacional como concebir la auténtica liberación nacional separada de la destrucción del capitalismo. El futuro por el que vivió hasta el día de su muerte sólo puede ser alcanzado por los negros con la participación del reducido grupo de revolucionarios blancos que han resuelto la contradicción entre conciencia negra y conciencia de clase, capacitados para hacer causa común incondicional con la lucha por la liberación total, por ejemplo una revolución nacional y social. Es necesario que estos pocos entren clandestinamente en el país o sean reclutados en el interior entre los riesgos desfavorables, periodistas románticos y estudiantes, y también entre los riesgos favorables, los hijos, amantes y amigos de la vieja guardia, para que sean cogidos entre los dedos de la Rama Especial uno por uno, en plena posesión de su tinta invisible, sus fondos clandestinos, sus llaves (proporcionadas por otro tipo de riesgo desfavorable) de las oficinas de destacados financieros con fotocopiadoras. Estas cosas son ridículas (como el dibujo «grosero» de un niño representando el misterio primitivo del acoplamiento) -apenas podía creer en la estúpida osadía, cuando levanté los hombros para evitar la carcajada vergonzosa que se abría camino más allá de mi expresión de ocultamiento- únicamente si uno se aparta de su papel históricamente determinado y no sabe interpretar su significado. Estos son -nosotros somos- los instrumentos de lucha apropiados para esta etapa. La miré, provocadora:

– ¡Qué conformistas, los hijos de nuestros padres!

– ¡Dick e Ivy conformistas! -volvió el rostro en mi dirección.

– Ellos no… nosotras. ¿Nunca lo has pensado? Otra gente escapa. Vive una vida distinta. Los padres y los hijos no se entienden… no tienen nada que decirse. Una especie de seguro natural contra la repetición… Nosotras no. Vivimos como ellos vivieron.

– Oh, las libertades burguesas. Para nosotras eso no es posible. Queremos otra cosa. Caray, no tengo que pelear con mis pobres viejos por eso… aunque me fastidian en muchos sentidos, sobre todo mi madre. Ellos quieren lo mismo que yo.

– ¿Pero tuviste alguna opción? Piénsalo.

– Sí… supongo que si quieres ver las cosas de esa manera… ¡Pero no! ¡Rosa! ¿Qué opción? ¿Rosa? En este país, bajo este sistema, viendo como viven los negros… ¿qué tiene que ver la opción con los padres? ¿Qué otra cosa podrías elegir? -ahora estaba excitada, tenía la chispa de quien siente que está ganando influencia e hizo retroceder las lágrimas no caídas a través de su nariz, en feos resoplidos. Es un axioma: los defectos que ves en los demás suelen ser los propios; los críticos se desprecian a sí mismos. Pero esto es distinto. No se trata de la paja en ojo ajeno. Esa chica de la que me apiadé, a la que estaba dirigida mi curiosidad, tan diferente de mí en los aspectos «poco importantes»… la observaba como si fuera yo misma. Quería algo de la víctima que había en ella y tal vez lo conseguí.

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