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Están esperando.

Me dejan en paz para que haga las cosas a mi manera porque no pueden creer que yo -la hija de Lionel Burger- no esté esperando con ellos. Nuestra especie repudia la partición étnica del país. Suponen que hablé de ir al Transkei porque tenía órdenes de encontrar un trabajo como cobertura en algún hospital; debo de haber aprovechado mi período de «convalecencia» y me negué. Pero algún día no podré decir que no.

Aunque todo está consumado en notas para su publicación, diligentemente investigando en bibliotecas y en recuerdos de los exiliados, el pasado no cuenta: las huelgas generales que fracasaron cuando el Partido era legal, el alto mando que fue traicionado cuando el Partido era clandestino. El residuo presente, cuando bromean dos veces por semana con el sargento al tiempo que se vuelven signatarios de su propio cautiverio, no cuenta. Han vivido sin la satisfacción de las ambiciones personales y no es tranquilidad de espíritu lo que buscan en su vejez. La derrota de los ejércitos coloniales portugueses en Angola y Mozambique; el derrumbamiento de la Rodesia blanca; el fin de la ocupación sudafricana en Namibia causado por los combatientes del SWAPO o las presiones internacionales; todo esto esperan, lo mismo que esperaba Lionel en la cárcel. Señales de que pronto concluirá, por fin. El Futuro se aproxima. El único que ha existido siempre para ellos, según la documentación. La liberación nacional, primera fase de la revolución en dos etapas que comenzará con una república de obreros y campesinos negros y se rematará con la consecución del socialismo.

No sólo se trata de esperar. Todo lo que pueda hacerse entre una sumisa declaración a la policía y la siguiente, será hecho por gente que lejos de contemplarse el ombligo de una identidad singular (sí, una pulla para ti, Conrad), ve la necesidad de múltiples identidades. No debe ser por casualidad que Ivy vende almuerzos en una zona de industria pesada donde trabajan miles de negros. Desde luego, la gente que embala sus cajas de comida al curry y las ensaladas, gente muy popular, son viejos compañeros o miembros de sus familias. Bajó la máquina de escribir para cubrir sus papeles en los que había estado trabajando, pero cuando recogió el peine que humedecía la punta de una hoja, la sacó para ponerla a secar; vi que formaba parte de un análisis de salarios. Probablemente provee de materiales a la comisión de estudiantes radicales que se ocupan de los salarios de los negros. Dick le dirá a William Donaldson que necesita un trabajo para complementar su pensión, pero está buscando algo que lo muestre «inofensivamente ocupado» mientras hace otra cosa. No es fácil para las familias de antiguos presidiarios, como los Terblanche, como aquélla de la que soy vestigio: permanentemente vigilados.

Están dispuestos a ser pacientes conmigo. No es piedad, un pálido respaldo de la validez de la autocompasión, lo que ofrecen. He andado una trayectoria cuyo seguimiento implicaba la vida de un hombre que casualmente era mi padre, así como ellos la han seguido. Las consecuencias para Dick han significado períodos de encarcelamiento con mi padre; para Ivy, la cárcel a causa de mi padre. La trayectoria que he seguido debidamente -algunas de cuyas consecuencias eran para mí evidentes, previsibles y aceptadas, así como para ellos- forman parte de un proceso continuo. Únicamente es completa para Lionel Burger; él ha hecho todo lo que tenía que hacer y esto, en su caso, suponía la muerte en prisión como parte del proceso. No se les ocurre que pueda haber concluido para ellos mismos, para mí.

No es fácil aislarse de ellos… de esa gente: Dick con sus ojos azules de granjero bajo las cejas sombreadas, su traje de safan con pantalones cortos que dejan a la vista sus fuertes piernas tatuadas por las venas, la chaqueta engalanada con bolsillos al estilo de la vieja milicia colonial, una forma de vida fronteriza, para que su apariencia sea inocentemente igual a la de cualquiera de sus hermanos bóers que consideran sus creencias como las del anticristo, el diablo en persona, y a la de los conquistadores europeos aventureros-capitalistas que él mismo ve como el auténtico demonio; Ivy con su cuerpo de ama de casa envuelto en estampados alegres, su revuelta cabellera a lo Einstein y la inesperada concesión a la vanidad en la evidencia -una raya rubia y brillante que bordea su labio superior- de que se oxigena el bigote con el que la edad intenta negar su femineidad. Estas dos personas tienen con mi padre mayor intimidad que yo. Saben aquello que nunca se le dice ni siquiera a una hija. Un biógrafo tendría que consultarlos a ellos, a los -¿qué?- amigos, compañeros, camaradas de Lionel… el biógrafo quedaría satisfecho, pero habría que inventar un término abarcador para lo que yo comprendí cuando volví a verles. Va más allá de la amistad, más allá del compañerismo; más allá de las relaciones familiares… por supuesto. Me estarán esperando para descubrir qué tengo que hacer. ¡Cuánto se preocuparon todos ellos por los hijos de los demás cuando éramos pequeños! En la envolvente aceptación de los brazos maternales de Ivy -ella siente que soy su propia hija- hay expectativas, incluso autoridad. Junto a su cálido pecho se vuelve a casa para ir, como tú dijiste que iría, a la cárcel.

Encontré el anillo que usaba cuando todo lo que tenía que hacer era pasar por una jovencita enamorada. En la caja de cuero para cuellos de uno de mis abuelos, entre cartulinas de lana para zurcir comida por las polillas y el elástico que mi madre solía pasar por la cintura de mis pantalones de la escuela. También estaba la insignia de cobre con la serpiente del Cuerpo de Sanidad, los distintivos de la gorra de mi padre. ¿Los guardaba mi madre? Mi padre se unió al ejercito sudafricano blanco, según la fecha que me han dado, cuando la Unión Soviética fue atacada, y estuvo a cargo de un hospital en Oriente Medio. Entonces no estaba casada con él. Probablemente quitó más adelante los distintivos de los viejos uniformes, o quizá Tony se los pidió; después de su muerte ella encontró sus tesoros y no los tiró. En una redada de la Rama Especial, no podían decir nada sobre Lionel Burger que debiera guardarse en secreto. De hecho, en el proceso Theo Santorini incluyó «un distinguido historial al servicio de los soldados heridos de su madre patria» para establecer la postura de ese hombre: Habría sido fácil para él, Su Señoría, escoger los honores profesionales y cívicos; y qué grave sentido de las injusticias cometidas por los dirigentes blancos debió de tener semejante hombre para volver la espalda a los laureles de la sociedad blanca arriesgando -no, rechazando rotundamente- la reputación, el éxito y la libertad personal en la causa del pueblo negro. El servicio militar parece haber durado dos años… como la mayoría de la gente, reduzco la totalidad del período que vivieron mis padres antes de que yo naciera, cuando eran extraños con los que no tenían ninguna relación. Lionel me contó, una vez, que cuando tenía unos catorce años y acababa de llegar al internado de Johanesburgo vio talonarios de pases despedazados en la calle después de una manifestación y la curiosidad le llevó a comprender, por vez primera, que los «nativos» eran personas que siempre debían llevar eso consigo, en tanto los blancos como él no los necesitaban. Para mí, su despertar infantil no es más remoto que sus razones para ir a la guerra. La experiencia bélica le proporcionó la oportunidad de ser activista (tal como dice el biógrafo) en una legión de ex militares formada por veteranos blancos con ordenanzas y conductores de ambulancia de negros que habían arriesgado su vida pero no se les había permitido llevar armas. El movimiento acabó, como los intentos de mi padre por reunir a obreros negros y blancos en los sindicatos, con el temor de los blancos a perder los privilegios de la segregación en manos de sus camaradas. No obstante cuando los 40.000 veteranos blancos y negros marcharon a través de Ciudad del Cabo debió de parecer una señal; muy pronto, ahora.

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