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– Venga, Ivy. Si Aletta logra meter a alguien… todavía hay gente allí… viejos amigos. Queda mucho trabajo por hacer.

– ¿Dónde están? Tú lo sabes muy bien; los negros reaccionarios también tienen sus leyes de detención.

– Tiene que haber algunos, el contacto se ha perdido, es cierto…

– Hiciste bien en no intentarlo, Rosa. Personalmente, yo no pondría un pie en esos lugares… Es la negación de Nelson y de Walter… de la Isla. De Bram y de Lionel.

La pausa se centró en la presencia de la hija de Lionel Burger. Entró la vieja sirvienta negra.

– Comerás con nosotros, Rosa. Preparé unas deliciosas patatas asadas -pero la invitada ya se había levantado, no podía quedarse, cumplieron con el ritual de las protestas y excusas, Rosa fingiendo que aceptaba la autoridad infantil de la colega de Lily Letsile, la sirvienta de los Terblanche asumiendo el papel de anfitriona decepcionada. Ivy rodeó a Rosa con sus brazos.

– No pierdas el contacto.

La chica gritó a la hija por encima del hombro de la madre.

– Telefonéame si quietes que averigüe algo sobre ese piso -había una vibración de coincidencia casual entre ambas jóvenes.

La huella de Dick acompañó a Rosa al coche, corriendo un riesgo, a través de las malezas de la altura de un hombre, del caqui marchito en el sendero, los brazos cruzados sobre el pecho tapando los bolsillos y las solapas de su chaqueta. Permaneció junto a la ventanilla; Rosa puso la llave en el contacto pero no la hizo girar, la vista fija en él, que tarareaba suavemente, balbuceando y repitiendo notas.

– Intentaba recordar una de las canciones… Katya… era algo así: «Levanta tu pala de la tierra, levanta tu pico de la zanja, levanta tu escudo, iguala tu paso al de tu hermano» -su voz era profunda, ahogada, temblorosa; la nuez de su cuello seguía el ritmo bajo los gruesos pliegues bronceados por el sol, marcados de pelos y espinillas-. Hace siglos que no pienso en eso. Nunca tuve memoria para estas cosas. Cabeza de chorlito. Cuando estaba incomunicado trataba… trataba de recordar lo que había aprendido en la escuela… poemas y esas cosas. Uno siempre se entera de que hay gente que mantiene activa la mente repitiendo libros enteros para sus adentros. Es un don maravilloso. Pero a veces yo -las manzanas apoyadas en el borde biselado de la ventanilla- hacía cosas mentalmente; tallé la mesa y todas las sillas de un comedor, la de la cabecera con brazos, como la que tenía mi abuelo… los montantes de azúcar cande con pomos redondos en la parte superior… eso sí que era artesanía. Planifiqué la galería de casa estando preso, elaboré hasta el último centímetro de marco y de paneles de cristal. Cuando verifiqué las medidas, no me había equivocado en un solo milímetro, podría haber ido directamente a comprar las cosas en la ferretería. No tenía ningún problema para pensar en estas cosas. Dibujé los planos en el suelo de mi celda, con un alfiler. Entonces se presentaron las dificultades… sospecharon que estaba trabajando en un plan de fuga. ¿Puedes creerlo? ¿Alguien seria tan estúpido como para hacer algo así donde todos los carceleros pudieran verlo? Fue después que escaparan Goldreich y Wolpe; andaban todos con los nervios de punta, supongo que sentían que todo su sistema de seguridad había sido burlado si dos presos políticos eran capaces de salir valiéndose de su ingenio y volver a entrar sin ser vistos al ver que los planes no funcionaban de acuerdo con lo previsto, y repetir todos los movimientos la noche siguiente, sin el menor impedimento… Oportunidades como ésta no volverán a presentarse. Ahora encierran a los políticos en cárceles de máxima seguridad.

Ella seguía la conversación entre ambos en otro nivel.

– Después de julio, Dick.

El hombre se sintió tímidamente halagado por lo que interpretó como curiosidad por una experiencia que sólo a él afectaba.

– Es Ivy la que está preocupada, no yo. Encontraré algo. ¿Qué opinas de preguntarle a Flora? ¿Tiene algún sentido? Dicen que su marido quiere que se mantenga a distancia. Ella ahora sólo va a los comités liberales. El le impide que participe en otras cosas. No sé si William querrá darme trabajo.

– Siempre persiste una especie de obstinación en Flora -Rosa lo miraba sugerente, inquisitiva-. William no va hasta el fondo en las cosas de las que aparentemente la persuade, apenas rodea la superficie.

– Flora está orgullosa de la relación con nosotros. Siempre ha habido gente así. Conozco la especie. Incluso ahora. Ha sido muy útil. Ivy dice que es la idea de la clase media inglesa sobre la lealtad personal y nada más. Bien. Cualquier cosa…

– Se pondrá contenta si se lo pides.

– Cualquier cosa para demostrar que estoy inofensivamente ocupado durante un año o dos -apartó la mirada, fijándola con leonina paciencia en las maletas ennegrecidas, la inquieta mirada interior de alguien en quien la voluntad o la convicción es su fortaleza. Después apoyó los antebrazos en la ventanilla y acercó la cara a ella-. No falta mucho, Rosa. Angola se acabará y también Mozambique; no durarán otro año. Alguien acaba de ponerse en contacto. Habrá una rebelión en el ejército portugués, se negarán a combatir. El marido de Gloria está en Dar es Salaam y éste, el otro, regresó de Mozambique. Esta vez es verdad. Se trata de alguien con firmes relaciones familiares en el Frelimo, está muy cerca de Dos Santos y de Maches. Por fin llegará. Algunos todavía estaremos aquí cuando ocurra. Ya es tarde para Lionel, pero tú estas aquí, Rosa.

La chica no podía hablar; Dick se dio cuenta. La cara arrugada, la ancha boca blanca en la carne de las comisuras de los labios, la respiración dolorosa. Apretó el acelerador e hizo girar la llave de encendido, sorprendiendo al motor del viejo coche. Dick Terblanche le acarició el pelo desde la curva del cráneo hasta el cuello, una y otra vez, temeroso de haberla hecho llorar. Retrocedió de un salto y empezó a dirigir la inversión del coche marcha atrás como el encargado de un parking, haciendo ademanes, moviendo la cabeza, apremiante. Rosa vio por el retrovisor sus piernas de viejo ligeramente inclinadas por el esfuerzo en la parte posterior de las rodillas, la chaqueta de safari levantada en la espalda.

Sudor de lana húmeda y caliente bajo el sol a través de los cristales y el aroma de manzanas asándose con canela.

Aquellas noches de charla en la casita: tú querías saber. El hombre que reunía materiales quería saber; él proporcionaba los datos pero él quería saber a través mío.

Noel de Witt es el que tiene «firmes relaciones familiares en el Frelimo»… que yo sepa. Su madre, la portuguesa rebelde. Aunque Ivy, que prefirió pasar dos años en la cárcel antes que decir en el tribunal lo que sabía de mi padre, no habla en mi presencia de las actividades actuales y Dick, incapaz de no dar algo a entender por ser hija de quien soy, no dijo ningún nombre. Noel debe de ser quien informó de los planes secretos destinados a una rebelión en el ejército portugués. La hermosa, joven y reciente esposa que Flora recomendó no se lo habría dicho a nadie ni siquiera en Londres, en cuya casa se alojó él cuando se fue, porque hasta Londres está lleno de informantes y es necesario proteger las conexiones de Sudáfrica. Gloria Terblanche y su marido viven en Tanzania; él tiene la cobertura de un trabajo en la enseñanza, quizás alguna vez se cruzan por la calle con el hombre que es mi hermano (aunque Tony está muerto y a ti ya no te veo), el hijo de la mujer que asistió con mi padre al Sexto Congreso y cuando él murió me escribió desde el sur de Francia.

De vez en cuando circulan noticias, rumores que pueden ser algo más que rumores. Yo solía tratar de encontrar la forma de transmitírselos a mi padre cuando estaba vivo… experimentada en hacerle llegar lo que necesitaba más allá de los aguzados oídos de los carceleros. A veces la señal de que pronto concluirá se interpreta a partir de un acontecimiento ocurrido en el exterior del país, a veces en el interior. Los Terblanche, yendo de su pobre suburbio a la cárcel, de la cárcel a su pobre suburbio, envejeciendo y engordando (ella) con la venta de cajas de comida al curry, sordo y con la piel escamosa (él), con una pensión o trabajos caritativos que le dan los amigos… aguardan el día en que el rumor cobre realidad, en que el efecto sea el que predijeron, mientras sus vecinos (a los que de extraña manera se parecen exteriormente) esperan retirarse a la costa e ir de pesca. Para los Terblanche hasta las vacaciones dejaron de existir hace años. Sus paseos consisten en presentarse dos veces por semana en la comisaría local al ir o volver del trabajo, así como otra gente tiene que ir a una clínica para controlar alguna enfermedad crónica. Si llegan a estar realmente viejos y enfermos, supongo que alguien como Flora -alguien fascinado por ellos, avergonzado por no vivir como ellos han vivido- los mantendrá con limosnas en dinero que le incomoda poseer. Dick e Ivy lo aceptarán, pues ni ellos ni Flora alimentan remilgos pequeño burgueses respecto a esas cosas: los Terblanche porque no es para sí mismos sino para aquello que vive en ellos, Flora porque no cree que lo que posee haya llegado a ella por derecho propio. La gente como Dick e Ivy y Aletta no entienden la provisión del mismo modo que los clientes del hombre para el que yo trabajaba; «provisión» es una palabra que aparece constantemente en el teléfono del mercado de Barry Eckhard: provisión contra una caída en el precio del oro, provisión contra las tendencias inflacionistas, provisión para la expansión, provisión contra la depresión, provisión almacenada para hijos e hijos de los hijos, hijas e hijas de las hijas; acciones, bonos, dividendos, órdenes de pago. En los púlpitos y periódicos de los clientes de mi jefe, el materialismo ateo de lo que denominan Credo comunista está fuera de la ley. Pero los Terblanche no han acumulado tesoros que la polilla o el moho puedan corromper. Ellos acumulan nada menos que el futuro… futuro. ¿Con qué ridículo orgullo insolente viven sus vidas sin los placeres y las precauciones de otros blancos? ¿Qué pueden mostrar? Ivy convertida en una pequeña comerciante, y los negros a quienes todavía no se admite en los sindicatos abiertos para los que ella y mi madre trabajan; Dick haciendo reparaciones en el patio trasero de su casa en un suburbio para blancos, un domingo, y los negros llevando pases veinticinco años después de que hiciera su primera campaña con ellos en contra de las leyes de pases, campaña que le costó la cárcel. Después de todas las demostraciones del Día de Dingaan [popular jefe zulú del siglo diecinueve. (N. de la T.)]: (1929, J. B. Marks declaró «África nos pertenece», un blanco gritó «Mientes» y mató de un tiro a Mofutsanyana en la tribuna, 700 negros arrestados; 1930, el joven Nkosi muerto a puñaladas, Gana Makabeni ocupó su lugar como organizador del P.C. en Durban, 200 militantes negros desterrados); todas las campañas de resistencia pasiva de los años cincuenta, el incendio de pases en los sesenta; después de todos los ataques y arrestos policiales; después de Sharpeville; después de los juicios, condenas a las que se sobrevivió y condenas que se soportaron mientras se soportó la vida. Después de que la vergüenza del estandarte rojo «Trabajadores del mundo unios y luchad por una Sudáfrica blanca», izado en 1922, se borrara entrada ya la década de los veinte mediante la aceptación de las tesis de Lenin sobre la cuestión nacional y la cuestión colonial, después de las purgas en las que Lionel Burger (que se había casado con una bailarina en el extranjero, sin el consentimiento del Comité Central) votó por la expulsión de su mentor Bunting, después de que el Partido Sudafricano se pasó a la derecha y volvió a virar a la izquierda; después de que se negó a apoyar la guerra que libraba Sudáfrica contra el racismo en Europa mientras practicaba el racismo en el propio país, después de que fuera atacada la Unión Soviética y se invirtiera esta política de oposición a la guerra, después del Frente Popular, cuando se permitió al P.C. trabajar con organizaciones reformistas; después de la cuestión de la acción política versus acción industrial (los favorables a la acción política citaban la denuncia leninista del «infantil desorden del antiparlamentarismo», los contrarios argumentaban que en Sudáfrica las cuatro quintas partes de la clase trabajadora eran negras y no votaban); después de la prohibición del Partido, la reorganización clandestina con posterioridad a 1966, las proscripciones, los exilios, las cadenas perpetuas -no lo aprendí en el regazo de mi madre sino que, como tú dijiste, fue la mitología cotidiana de esa casa-, todo eso respiré como cualquier niño que llena indiscriminadamente sus pulmones con aire de la sierra o contaminación urbana, según donde sea arrojado a este mundo, y de una vez por todas me gustaría hacer encajar los hechos con lo que debo saber. Ese futuro, esa casa… aunque la de mi padre era más grande que la casucha de Dick e Ivy reformada con métodos caseros, esa casa también guardaba provisiones nada menos que para el Futuro. Mi padre dejó esa casa con la placa bruñida en la que figuraban su nombre y su honorable profesión en el portal, para ir a pasar el resto de su vida entre rejas, seguro de ese futuro. El está muerto, Ivy y Dick envejecen, son pobres y están vivos… ésa es la única diferencia. Dick con las horribles manchas en sus pobres manos me lo dijo en una especie de declaración de pasión senil: todavía estamos aquí para verlo. Pensó que yo estaba abrumada por haber pensado en mi padre. Pero me abrumó la necesidad de escapar como si se tratara de una indecencia y tuve miedo de herirlo -de herirlos- demostrándolo. Fue como las últimas semanas en que trabajé en el hospital, ¿lo recuerdas?

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