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– Depende de qué prioridad consideremos, si arriba-abajo o izquierda-derecha.

– ¿Qué dice sobre eso la Ley del Laberinto? -preguntó Arktofilax en un tono que Ígur encontró demasiado neutro para no ser irónico.

– Lo ignoro.

– Tendremos que confiar en mis recuerdos -dijo el Magisterpraedi-. Creo que es el de arriba a la derecha. Pero atención: Set es el dios de la sequía tiránica que mata el Nilo, es el destructor por el fuego, y por eso lo escogemos. Pero eso quiere decir, precisamente, que nos pagará un error con fuego, así como a los Entradores que nos han precedido Canopus y Vindemiatrix les han pagado con agua y tierra. -Se detuvo, y se volvió hacia otro lado-. Si nos hemos equivocado, espero que no sea a fuego lento. -Señaló el grafismo sin volverse-: Pon la mano en el rectángulo negro de arriba.

Ígur era todo él de nuevo un recelo inexplicable.

– ¿Yo?

– ¿Por qué no? -sonrió Arktofilax; Ígur escrutó las posiciones de ambos; ¿y si la trampa fuera tan sólo para el que presiona la figura? ¿Y si Arktofilax le hiciera correr el riesgo sólo a él? Quizá hablándolo, por ser de los dos el joven lo habría aceptado, quizá hasta se habría ofrecido, pero de esa forma no podía dejar que el viejo creyera que hacía de él lo que quería; Arktofilax lo conminó-: La menor grieta en el triunfo ya significa fracaso -rió-; aquí sí se cumplen las máximas absolutas, ¿no? Aprieta de una vez.

Con más curiosidad que pánico, Ígur puso la mano en el sitio indicado, y la mitad de la pared, en el extremo contrario del recinto, se desmoronó con gran estruendo y polvareda, ofreciendo un nuevo pasillo por donde Arktofilax se esfumó con una rapidez que Ígur, sin tiempo para recuperarse de la sorpresa, encontró del todo imposible.

– ¡Esperadme! -gritó, inútilmente porque el otro había desaparecido, y olvidándose del equipaje, salió corriendo por la vía recién abierta donde vio a Arktofilax que se alejaba a gran velocidad; de hecho ya estaba tan increíblemente lejos que resultaba inimaginable que hubiera llegado allí por medios propios, y de repente decidió que lo entendía todo, y se precipitó tras él corriendo con todas sus fuerzas-: ¡Detente! -gritó-, ¡traidor, sinvergüenza!

Sin detenerse buscó la pistola, pero el arma había desaparecido, y la única que llevaba encima era la espada de Caballero. Arktofilax se perdió tras una curva, e Ígur continuó corriendo a la desesperada por el pasillo lleno de sinuosidades pero sin ninguna disyuntiva de trazado; después de un buen rato, a la salida de una curva se encontró de repente en una amplia sala porticada perfectamente acabada y cuidada, turbadoramente amueblada con piezas de mármol verde; se detuvo jadeando. En el centro, con la respiración perfectamente reposada, le esperaba Arktofilax.

– Me parece que te conviene descansar un poco -le dijo con tranquilidad el Magisterpraedi.

Ígur desenvainó y se le encaró en guardia.

– He sospechado de ti desde el primer momento, y ahora no te escaparás. Pero antes quiero saber quién eres en realidad. Habla, porque te queda poco tiempo.

Arktofílax sonrió con tristeza. Había en todos sus movimientos una calma que despertaba en el Caballero una mezcla de admiración y rabia.

– Tienes razón, no me queda mucho tiempo, y te responderé sin subterfugios. Pero antes, permite que te ayude a resolver el enigma de la Penúltima Puerta -fue al otro extremo del salón-, porque ésta es de verdad la Penúltima Puerta, la anterior no era más que una metatrampa de seguridad.

Ígur no soltó la espada, y sin perder al otro de vista se acercó a la inscripción que le indicaba. Era una leyenda alrededor de un gran medallón sin retrato (Ígur no se detuvo a pensar si se trataba de un retrato borrado o es que, sencillamente, nunca había habido ninguno). Esa vez fue Arktofilax quien leyó en voz alta, empezando por los tres asteriscos.

Ígur Neblí - pic_13.jpg

– Muy bien -dijo Ígur, y sintió de nuevo en su interior la náusea asfixiante de aquellos ojos de profundidades magmáticas-. ¿Y qué? -gritó.

– Fíjate en el dibujo. -Y señaló el centro de un frontón sobre la puerta.

– Ya lo veo -dijo Ígur intentando no temblar; cada vez sentía de forma más necesaria y urgente matar al hombre que tenía delante-; lo reconozco sin la menor duda. ¿Acabas de dibujarlo tú?

El Magisterpraedi rió con extrañeza.

– ¿Yo? ¿Cómo podría haberlo hecho? -Lo miró con detenimiento-. ¿Qué crees que es? -sonrió de nuevo-, es decir, si te parece que liquidarme puede esperar un cuarto de hora.

Ígur sentía cómo se le aflojaban las piernas, y bajó la espada pero resistiéndose a guardarla.

– Es la misma figura que utilizamos en la segunda Puerta de salida del Cadroiani, pero en lugar de los cinco puntos, están marcadas las dos líneas que enlazan los Tres y los Dos.

– ¿Y qué te sugiere? Quiero decir, qué características ves en él que te parezcan aprovechables.

– ¿Desde un punto de vista geométrico? Veamos -contó mental- mente unidades, recordando que se trataba de un cuadrado de 6 X 6-, tenemos dos superficies iguales y una tercera diferente. La diferencia de superficie entre una de las grandes y la pequeña es de 6 unidades. Por otra parte, las dos líneas rectas divisorias tienen igual longitud, que es aproximadamente de 5,65 unidades. Las tres superficies tienen igual perímetro exterior, de 8 unidades lineales, cifra que en el caso de la porción pequeña corresponde a la misma que expresa la superficie.

– Muy bien -dijo Arktofilax, Ígur sintió que le tomaba el pelo, y volvió a blandir la espada.

– Se ha acabado el Juego -dijo con la voz un poco temblorosa-. En guardia.

– Un momento, te dejas lo mejor. Te olvidas de decir -señaló la figura- que el punto más interesante es el encuentro de las dos líneas, que coincide con la estrella central de las tres, que es Canopus. Fíjate en la inscripción: "Que allí do arribéis/ Camino de uno/ Y para uno/ Al blanco cuerpo desnudo.' El último verso, como ya descifró Debrel, pertenece también a Canopus. ¿Recuerdas el primer poema de la Cabeza Profética? -Ígur empezó a sentir el malestar inquietante de la división interna de intenciones-. Cuando dice 'Que allí do arribéis, divisa para TU presente/ AL OSo vencerás, Al BlanCO cuerpo deSNUdo'. Pues bien, ha llegado el momento. Me has preguntado quién soy, y te respondo: ya no soy Hydene, sino Arcturus, el Oso que tienes que vencer, porque tú ya no eres Neblí, ahora eres Suhel.

– Pero ¿por qué tengo que vencerte? -dijo Ígur, súbitamente desarmado.

– ¿Ahora preguntas por qué? Hace un momento lo veías muy claro. -Arktofilax lo miró intensamente-. Vuelve a leer la inscripción: 'Camino de uno/ Y para uno.' ¿Sabes cuál es la clave de la Penúltima Puerta? La muerte de uno de nosotros dos, y el mundo se mueve a favor de la mía, así es que no tenemos más remedio que solventarlo.

Desenvainó y, con un movimiento reflejo, Ígur dejó caer su espada.

– ¡No puede ser! -dijo.

– ¿Querías saber qué pasó en Bracaberbría? -prosiguió el Magisterpraedi-. Tú, como todos los demás, no te has atrevido nunca a preguntar. -Dejó la espada en una mesa alta.

– ¿Qué pasó dentro del Laberinto de Bracaberbría? -preguntó Ígur temblando.

– La prueba del Laberinto correspondiente al Único no es ningún recorrido ni ningún enigma ni ninguna secuencia, sino que soy yo mismo. Estamos en el último Protocolo, y esta habitación es la Heracleópolis, de donde por definición sólo uno sale con vida. Por eso quise que la Entrada solo fuéramos dos.

– Entonces, ¿lo sabías? -se admiró Ígur.

– Desde el primer momento.

– ¡Y aceptaste! -dijo, incrédulo-. ¿Por qué?

– Porque éste es el Juego.

– ¿Y ya conocías el desenlace?

– Sí.

– ¿Puedo saber cuál es? -continuó, pensando que por nada del mundo sería capaz de hacerle daño a aquel hombre.

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