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Al día siguiente Ígur y Silamo se extenuaron una vez más en cuerpo y alma por la inacabable reiteración geométrica de Bracaberbría, y dos días más tarde concluyeron que aquel lugar no les aportaría más que desgaste y disolución, así es que Ígur cumplió su misión burocrática, que resultó completamente irrelevante, y los días que les quedaban los pasaron en un lento retorno por la ribera del Mar del Sol Poniente, por el Delta del Sarca hasta el puerto de Eyrenodia, desde donde retrocedieron hasta las marismas, y de allí en helicóptero hasta Póntira, y en transportes tradicionales y justo antes de la entrada del equinoccio, hasta la lanza del Sarca, que remontaron hasta las puertas de Gorhgró, donde llegaron en la más brillante ebullición de la noche, una noche roja bajo el indescriptible cielo blanquecino de cuando no ha soplado la furia norte del Gran Arturo.

Ígur y Silamo se despidieron después de tantos días sin perderse de vista, y cuando el Caballero llegó a su residencia, encontró el pórtico ocupado por media docena de indigentes, como si la memoria inmediata, resistente a abandonarlo, montase guardia en la más directa y eficaz de las proximidades.

VIII

Ígur Neblí se reincorporó a la disciplina de la Equemitía para rendir cuentas de su estancia en Bracaberbría, y fue oído por el Secretario Ifact en presencia del Ayuda de cámara.

– ¿Cómo van las gestiones de la Entrada al Laberinto? -le preguntó al final-. ¿Ha habido más problemas burocráticos?

– Gracias a vuestra ayuda, ninguno más. Esperamos la resolución de los problemas técnicos y la respuesta del Secretario del Príncipe Bruijma.

Ifact alargó el silencio hasta el punto de alarmar a Ígur.

– Quizá debieras saber que tienes competencia para conseguir la Eponimia del Príncipe Bruijma. -Ígur ya esperaba algo así, pero desconocía la estrategia consecuente.

– En toda tentativa hay un Caballero de Capilla -dijo-. ¿Podría saber quién es?

– Si tienes intención de desafiarlo, piensa en el código de la Capilla -dijo Ifact-. Es Per Allenair.

Per Allenair era el hijo espiritual de Maraís Vega, y, con algo menos de treinta años, se encontraba en el punto justo entre energía y experiencia; realmente, pensó Ígur, no era un adversario a quien ir a desafiar.

– ¿También es Astreo? -preguntó; Ifact vaciló.

– No exactamente. Pero tiene ciertos compromisos adquiridos.

Ígur se imaginó en medio de un Combate. La intuición siempre le había dado buenos resultados. ¿Compromisos? Se decidió a disparar con los ojos vendados.

– ¿Se trata de las Demeterinas?

Ifact se volvió lentamente hacia el Ayuda de cámara, y mantuvieron un diálogo de miradas tan sutil que Ígur fue incapaz de distinguir el menor movimiento aparente; tan sólo le pareció apreciar una confirmación de cálculos.

– Que nosotros sepamos -dijo el Secretario-, el mercado por ahora se mantiene estable, y el reasentamiento de los Príncipes no tiene por qué afectarlo de forma inmediata. ¿Existe alguna información en sentido contrario?

La jugada se había puesto en marcha, pero Ígur iba con los ojos más vendados que antes.

– No exactamente. Pero no quisiera que la Entrada se me fuera de las manos por una imprevisión.

El Secretario se dirigió de nuevo al Ayuda de cámara.

– ¿Quizá estéis pensando en alguna forma de autocompetencia como solución? -dijo el funcionario.

Ifact lo mandó callar con un gesto y se puso en pie, con una mirada glacial. El Ayuda de cámara hizo una inclinación y salió. El Secretario rodeó la mesa y acompañó a Ígur a la puerta.

– Sigue adelante -le dijo-, y cualquier dificultad nos la comunicas enseguida -Ígur dudaba de si la indiscreción del Ayuda de cámara había sido real o preparada-, y no dejes de mantenerte en contacto, igual que antes -pero, pensó Ígur, si estaba preparada, ¿con qué intención? ¿Despistarlo? ¿O, al contrario, darle subrepticiamente una información que de forma oficial no podía salir del despacho de una Equemitía?-, que los tiempos son procelosos y el mapa del mundo puede cambiar de un día para otro -rió-, sé prudente.

A esa hora Silamo debía de estar en el Atrio del Laberinto, y habían quedado para después en casa de Debrel; Ígur dio una vuelta por los parques del Sudeste, desde donde se dominaba el macizo de la Falera, y después se fue para allá.

Informado por Silamo con meticulosidad, Kim Debrel le ahorró a Ígur el dar explicaciones del viaje a Bracaberbría, y Debrel no acabó de aclararle los motivos de la visita a Erastre. Rió cuando Ígur le repitió los elogios de que había sido objeto, y estaban en plena complacencia dialéctica cuando llegaron Guipria y Sadó.

– Nos han dicho -le dijo a Ígur la mujer del geómetra- que el Señor Caballero de Capilla provocó estragos sentimentales entre las féminas de los Pantanos.

Rieron; Ígur miró a Sadó, vestida de azul marino y más bella que nunca, y ella mantuvo la mirada pero no la sonrisa.

– Las mujeres de Bracaberbría tienen fama de sacarle a los corazones ociosos más de lo que se les tenía pensado dar -dijo con su voz de soprano cálida y sensual-; quizás tengan mucho que enseñarnos.

Sirvieron las bebidas, los canapés y las pastas habituales, y se mantuvieron presentes con intermitencias casuales, dejando que ellos dos continuasen la conversación.

– ¿Qué pasa con las Demeterinas? -preguntó Ígur.

– El conjunto de las Demeterinas reproduce dividido en elementos lo que se ha llamado el espectro perceptivo del animal humano, es decir, todas las combinaciones sensoriales y reconstructivas de la realidad que hasta ahora se han descubierto como capacidades del cerebro.

– Eso ya lo sabía -dijo Ígur-; lo que quiero saber es qué papel juegan en el Imperio, y qué incidencia tienen en la Entrada al Laberinto.

– Los límites de las posibilidades del uso de las Demeterinas por parte del gobierno -dijo Debrel- coinciden, y en muchos casos se sobreponen, a los de los más importantes instrumentos corporativos de operación del Imperio, empezando por el Cuantificador Central que, como sabes, controla el Hegémono, si es que es posible que lo controle alguien. El problema empieza cuando el alcance del Cuantificador, aplicado a todas las actividades comerciales, políticas, artísticas, sociales, delictivas, judiciales, etcétera, topa con la mediatización de las Demeterinas, que demasiado a menudo son obstáculo, disfraz y hasta falseamiento y burla. La Demeterina bien utilizada es un formidable revulsivo social y político, y no acaban ahí sus aplicaciones, porque es a su vez distorsionadora con el Juego y con la Cabeza Profética, y probablemente esté en la base de alguna de las trampas del Laberinto.

– ¿Y cuál es el problema en concreto?

– Quién las controla. Tu Equemitía propicia la ingeniería genética y la mecánica neuronal, y es, por lo tanto, uno de los tres estamentos que regulan la producción de Demeterinas, que son en la práctica el factor de enlace entre el seguimiento del individuo y la política de conjunto del Imperio. ¿Te imaginas, en las manos adecuadas, el instrumento de desestabilización que pueden llegar a ser? -Sadó se sentó en la alfombra con las piernas cruzadas, y con la cabeza apoyada en las muñecas escuchaba con una atención que a Ígur se le antojó caprichosa-. La cuestión es que por una parte la industria de investigación y producción de Demeterinas atraviesa periódicamente crisis sectoriales, y por otra que hay algunas que los Príncipes sospechan que parte de sus beneficios se desvían a La Muta. ¿Qué se puede hacer? Partiendo de la base de que el uso continuado de cualquier Demeterina supone un desgaste severo de salud, en especial de las células cerebrales, la prohibición parecía un buen camino, pero llevada a término de manera radical podría suponer el hundimiento definitivo del sector. La solución del Hegémono Barx está considerada un clásico del intervencionismo pasivo: de entre los cinco bloques genéricos de Demeterinas, declaró tres ilegales, y sometió a los otros dos, uno a un control estricto y el otro a un control nominal; de los tres bloques prohibidos persiguió a dos, y al tercero lo puso bajo una tolerancia oficiosa; los resultados fueron brillantes, y se consiguió estabilizar la situación; así, los traficantes y consumidores a gran escala de las dos Demeterinas perseguidas eran sometidos a castigos ejemplares, de gran resonancia pública gracias a que a menudo se pillaba a personajes famosos. Y cada clase social era, de acuerdo con sus inclinaciones y posibilidades colectivas, consumidora de un sector determinado, prohibido o tolerado, y cada cual vivía sensibilizado por una filosofía, desde las más radicalmente abstencionistas hasta las que, por encima de la certeza racional de cualquier ciudadano con sentido común del hecho de que tanto el consumo de la Demeterina prohibida como el de la permitida beneficiaban a las mismas arcas, propugnaban el favorecimiento de la Hegemonía del Imperio con el uso de las legales o, al contrario, su debilitamiento con el uso de las clandestinas. Pertenece a la literatura del tratamiento social de los mitos la casuística sobre los efectos que cualquier control a ultranza ocasiona por un extremo a los prejuzgadores, y por el otro la propaganda, honesta o arraigada a los más oscuros designios, de personajes prestigiosos en contra de la prohibición y en loa del aspecto liberador y autoafirmativo de un uso no mediatizado. A través de hombres de paja sacrificables, la mayoría de ellos jugadores, la Hegemonía controlaba el mercado negro, y cualquier aspecto inédito de la cuestión acababa por revertir a favor del Imperio, desde la fluctuación de los precios, que se regulaba desde las dos (si es que sólo son dos) orillas de la legalidad, hasta el aumento de dotaciones y de poder de los sectores de control de los Cuantificadores, incluidos Guardias especiales y Fonóctonos, aparte de una inmejorable excusa para eliminar a personajes molestos.

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