XXIV
Prisiones sin cerrojos, esperas sin objeto.
El Palacio de la Isla de Lauriayan, o lo que queda de él, tan sólo una ala en pie, protegida del viento por las ruinas de las otras. Calinas y expectativa de deslumbramientos lejanos. La soledad como referencia lateral. El aire de mar como fábrica de memorias ilusorias. Vientos inacabables contra el recuerdo, por tierra hurones y zarzales. La fuente de las estrellas, el Polo como aspersor de soles, de todos los héroes. ¡Qué limitado, preguntar porqués! ¡Qué absurdo, distinguir categorías de la realidad y construir imperativos!
¿Quién es, pues, ese viejo que se acerca a la baranda del acantilado? Al descubierto, manposterías espigadas. Para no olvidar, los gritos de los pájaros negros. Querer recordar, en el sentido en que todo aprendizaje, en la medida en que necesita referencias, tiene un tanto por ciento primordial de recuerdo. Por tanto, decir, ¿quién es él en realidad?, no tiene sentido cuando también el sistema referencial de la realidad ha cambiado, como era el caso en aquella tarde plácida de principios de primavera. ¿En qué realidad este personaje es quién?
El hombre viejo, no totalmente indigno todavía, balanza de desesperanzas, vuelve la mirada hacia el Norte. El Ego es tan sólo la referencia a una realidad, de donde querer cambiar las cosas es cambiarse uno mismo. Tal es la última incertidumbre, deudora de esas geometrías interiores, que al final uno descubre que es también la primera: ¡Imposible cambiar nada, imposible no cambiar nada, ay, el hacha era doble! El único Juego ha sido el tiempo, y lo que del mundo ha vaciado, en forma de recuerdo lo ha cargado en su interior (¡una serpiente de dos cabezas!), y, de nuevo, todo es mito, materia a la que referirse, con la ventaja de que ahora ya es recuerdo el conocimiento en el que se expresa el recuerdo.
El héroe interior sabe que estar solo es un final. Y, sin embargo, se vuelve de repente, le ha parecido oír un ruido. ¿Quién puede ser? Es imposible, después de tanto tiempo. Pero, al fin y al cabo, ¿no podría ser que aún fueran a buscarlo?
Desegoarse para enteogenerarse, éste, camino de Ahrimán entre los atributos de Ormuz, es el mecanismo correcto. El Ego no es cuestión de un sí o un no, de ser ése o ser el otro, sino de porcentaje; no es otra cosa el principio de cuantificación. No es reconocer, en el sentido trágico de la palabra; reconocer es tan sólo un caso particular (el caso extremo), ciertamente espectacular, pero en absoluto determinante para conocer el fenómeno; apreciar una proporción, comprender un ejemplo y mantenerlo en su lugar, percibir un movimiento, ésa es la forma de moverse en las aguas de la egoación. Y sin embargo, el de ahora es un caso particular: ahora que ya no hay mito, porque todo ha sido dicho, si la egoación se mueve en un metaespacio se pueden probar todas las salidas del Laberinto hasta encontrar la adecuada. Porque ése era el abanico donde escoger: la Prisión era uno de los capítulos del Laberinto, y es tan sólo una cuestión de estadística sobre el Ego determinar cuál, y en qué momento se produce la interacción. Así, todo recuerdo es falso y todo recuerdo es verdadero, tan sólo se trata de escoger el punto de la estratigrafía. Memoria y percepción, elección de un mundo; y el mundo, que cambia continuamente en pasado, presente y futuro, no es más que estadísticas de certeza.
Por tanto, el hombre viejo, el esperador de ruidos temidos, sabe que es verdad, que no sólo aún pueden ir a buscarlo, que mientras le quede intención, ellos aún no lo han olvidado, sino que Arktofilax tenía razón hasta las últimas consecuencias: aún está dentro del Laberinto, y se trata de escoger la salida (¿la mejor? No, tan sólo la que él quiera): número de hercios, cola de milano, traicionar, en definitiva, reconocerla. El sentimiento es un recuerdo, y en el vuelco de la balanza el conocimiento expresado hace saber que ya no hay retorno. El hombre viejo mira el paisaje al que pertenece, tropieza levemente con una piedra caída en medio del que en otros tiempos había sido el salón principal. No quedan rostros, no quedan documentos. Aparta la vista de la columna rota, pero junto a ella, un reloj de arena partido por la mitad, por el cuello, parte del contenido dentro y parte fuera. Pero, atención… ahora sí, no hay duda: se oyen voces, el Enviado ha encontrado finalmente la localización del Palacio y se acerca a la hora señalada para unir los últimos destinos. Es hora, ahora que cae el sol, de bajar a las dependencias escogidas para el acontecimiento, a revestir lo que corresponde de la dignidad tradicional. Cae el sol hacia una mayor espera, y el tiempo se convulsiona en la tan anhelada inminencia.
Los celos y la codicia pautan la desconfianza y la cobardía, así como piedad, gratitud y justicia son las escalas con que se mide la imbecilidad humana, no en un sentido absoluto, porque, como la cantidad de agua que hay en el mar, tal inmensidad es inmensurable al margen de la actividad abstracta de la analogía, sino en un sentido relativo, siguiendo la misma comparación, igual como se determina el nivel de las aguas en las mareas y los temporales, y como, también (y es casi tautológico), el sufrimiento no puede proceder más que de la sinceridad.
¡Avanzan, dirección de reconocimientos, ruidos de aproximación! Indicadores de la vida, como la crueldad mesura el anhelo de perdurar, la violencia y el riesgo, la ilusión de la suma cero, la ilusión del contraste del yo. Hasta ahora, ha sido un ensayo, y se ha visto a qué puede llegar el Imperio; los víveres se han acabado, los utensilios están tan gastados que no vale la pena hacer equipaje. El hombre ya no necesita despedidas, se puede marchar sin darse la vuelta. Presta atención un instante: los intrusos son cuatro como mínimo, revuelven los restos de las dependencias, donde nada han de encontrar ya. Ahora es posible salir de verdad del Laberinto: por Algol, como Cabeza Profética de Lauriayan; como Vindemiator, Cabeza enterrada en la piedra fundamental de la Falera; como Canopus, la estrella más cruel del trapecio, disolución de geometrías sólidas, bendición de la nada. ¡Da lo mismo recobrar la incertidumbre del Combate en Cruiaña con Milana, el mórbido resquemor por Sadó, si también esperan los ojos inmensos de Fei! Noldera, Francis y Gudemann eran la defensa, Omolpus, Debrel y Arktofilax eran todos el mismo, y unos y otros eran también los recuerdos salvados del sentimiento sagrado de Fidai Ígur Neblí, el Invicto, el que acaba de vencer el Ultimo Laberinto del Tercer Anillo, y precisamente todo eso es el yo, y éste es su último avatar, el rocío filosófico, Arktofilax y Harpsifont en triángulo con la Ultima Puerta.
El hombre metatronial, el hijo de las estrellas, Arktofilax le guía y Harpsifont es el llevado al final. Ningún cálculo es esquivo, porque, finalmente, ellos ya están aquí. El león verde aún no ha vomitado el sol, y ¡cómo alienta el aire de la luz nocturna del Fénix Psicoteoforo! Nunca habrá sido tan bello el sonido del espacio abierto como ahora que acaba de subir la escalera, con las Osas y Cefeo a un lado, el Dragón en medio, y en el centro la Inmóvil, el esplendor final de la noche estrellada del cielo circumpolar de Gorhgró.