– El tiempo es la muerte -exclamó Ígur.
– Sois un sentimental. Caballero, y exageráis injustamente; el tiempo es la vida, y ahora no me vengáis con que la vida es la muerte. -Miraron a la Cabeza Profética, que cerraba los ojos con una lentitud constante e inhumana que recordaba la puesta de un astro. Eso es lo terrible de la vida, pensó Ígur; creer que es otra cosa, y redescubrir cada día que no hay nada más que lo mismo. Uno de los Guardianes le llevó al Maestro un papel en una bandeja-. Veamos qué tenemos aquí -dijo, y lo leyó; después se lo pasó a Ígur con una cierta ceremonia que no suavizaba una sonrisa amable-: Es para vos, si queréis concedernos el honor de aceptarlo como nuestra contribución a la gesta de la Entrada al Laberinto.
Ígur no podía rehusar, y lo cogió con una inclinación, a la que correspondió el Maestro cuando tuvo libres las manos. Se trataba de un poema, o de cuatro líneas dispuestas como tal:
Más NO EL leopardo cabalgado es regalo,
Que UNo de los Dos, de los Tres con la PROcura,
Que allí do arribéis, divisa para TU presente
AL OSo vencerás, Al BlanCO cuerpo deSNUdo.
La Cabeza parecía perfectamente dormida, pero Ígur creyó adivinar en sus labios la brasa de una burla.
– Pero yo no he preguntado nada -adujo.
– La Cabeza es soberana de sus prerrogativas -dijo el Maestro-, y tan pronto puede no responder a quien le pregunta, como dirigirse a quien cree que no tiene nada por descubrir.
Acompañó a Ígur a la salida, y le despidió con toda suerte de buenos deseos y ofrecimientos, así como una invitación formal a volver.
En su casa aquella tarde, Ígur recibió notificación de Debrel de que la decodificación había dado resultado, y una invitación para el día siguiente a la hora que quisiera. Más tarde, a través del Cuantificador del sello, que tenía obligación de tener conectado cuando estaba en casa, recibió una alerta de disponibilidad de la Equemitía; cuando pidió ampliación de datos, se le dijo lacónicamente que, en caso de abandonar la residencia, mantuviera abierto el sello.
Buscó información en los informativos, y no tuvo que esperar mucho, porque la noticia había puesto en estado de alerta a todo el Imperio: el Príncipe Nemglour acababa de morir, y la lucha por el poder estaba abierta.
VI
A la mañana siguiente, Ígur se presentó en casa de Debrel, y lo encontró en compañía de Silamo, enfrascados en el trabajo; una vez más, faltaban Guipria y Sadó. Ígur empezó por comentar la nueva situación una vez desaparecido el Príncipe Nemglour, pero Debrel parecía más interesado en otros asuntos, y pidió que le relatara los acontecimientos de los dos días anteriores; a Ígur le sorprendió el grave silencio de Debrel al escucharlo, en contraste con la gracia que la vez anterior le había hecho el ataque de los Fonóctonos. Acabó por hacer una alusión casual al poema Profetice, y Debrel y su discípulo levantaron la cabeza como ante un factor vital.
– ¿Lo tienes aquí? -preguntó Silamo.
– Por supuesto -dijo Ígur, y se lo mostró; prácticamente se lo arrebataron de las manos; él también lo volvió a leer, sorprendido ante el calibre del interés mostrado y, tal vez por no saber muy bien qué decir, intentó ironizar-. No conocía vuestra afición a las disciplinas oraculares.
Debrel sonrió por primera vez, sin retirar la mirada del papel.
– Una observación que no honra a tu inteligencia, y una actitud que debes corregir con urgencia si quieres conservar la vida. -Silamo rió, y Debrel miró a Ígur fijamente a los ojos-. No, joven Caballero, soy uno de esos podridos numeristas que hay que lograr que se extingan, y no creo en las virtudes proféticas de ese dudoso trozo de gelatina regenerada; pero la disciplina oracular, como tú la llamas, se ejerce en la recepción y la interpretación del fenómeno, por más dudoso que sea el fenómeno intrínsecamente, y el Cuantificador de la Anagnoría de la Cabeza Profética está conectado con la red cuantificadora central del Imperio. Este papel, dependiendo de en qué bando juegue el Anágnor, es o bien un regalo inapreciable, o bien una trampa mortal.
Debrel lo copió a mano antes de devolvérselo, Ígur lo releyó dos o tres veces, sin atreverse a reconocer su más absoluta incomprensión del contenido.
– Naturalmente -intervino Silamo-, ahora no nos dice nada, y seguro que incluso cuando tengamos algún indicio a la luz de otros elementos, se necesitará un desciframiento exhaustivo.
– Guárdalo bien -dijo Debrel-, más adelante nos puede resultar muy útil; ahora ocupémonos de acabar esta decodificación; pero antes, Silamo te explicará qué hemos descubierto hasta ahora.
Y mientras Debrel continuaba trazando en los papeles, el discípulo le mostró otros a Ígur.
– Como puedes ver, la cinta de la segunda decodificación ha llenado mucho material -dijo Silamo-, y el programa no ha localizado más que un punto coherente, que corresponde una vez más al alfabeto griego; es una frase, quizá un título:
'
– Para llegar a Arktofilax no se precisaba tanto trabajo -se desilusionó Ígur, pero Silamo lo atajó con un gesto.
– Como dice el Maestro -Ígur supuso que se refería a Debrel-, los Códigos son enrevesados y acostumbran utilizar el autorretorno en donde menos se espera. Es posible que nos remita al Entrador de Bracaberbría, pero fíjate que 'Sobre Arktofilax' no es la única traducción de o, en todo caso, habría que adentrarse también en el sentido profundo de la palabra traducida. o 'sobre', tiene tanto el sentido de 'tratado sobre tal materia o tal concepto', como el digresor, hasta en el aspecto físico, es decir 'Acerca de', o 'Encima de'.
– ¿Piensas quizá en el nombre antiguo de la constelación del Boyero?
Debrel y Silamo se miraron, y el discípulo prosiguió.
– No hay que dejar de tenerlo presente pero, aparte de esa opción, hemos considerado que 'sobre' es recurrente, y a su vez indica que hay que dirigirse a la palabra Arktofilax, o a la misma frase 'Sobre Arktofilax'; fíjate que la se mantiene en el decimocuarto lugar del número de letras del conjunto de la frase; si revisamos los antecedentes, me refiero a la jurisprudencia decodificadora, nos encontraremos con una clara confirmación de la hipótesis. La palabra Arktofilax contiene en sí misma diez letras, y si capiculamos la diferencia o, más sencillo y con igual resultado, numeramos la frase, la letra que ocupa el décimo lugar es la que ocupa el sexto en la palabra, la No parece que la coincidencia del 6 y la , letra bastante resonante y literada, sea casual. El Maestro ha optado por la correspondencia 6 lugares, y en ese caso considerar ya el retorno, es decir, procesar el resultado de los números, no el de los alfabetos, porque el listado de números obtenido puede considerarse el código original decodificado.
– ¿Y entonces qué? -dijo Ígur impaciente.
– Ahora sólo hay que descubrir su naturaleza, identificar la referencia. A las ocho de la mañana hemos introducido el listado en el Cuantificador, con los programas adecuados, y esperamos el resultado de un momento a otro.
– El programa -intervino Debrel, apartando la silla de la mesa repasa metódicamente todas las posibilidades: desde fechas históricas hasta pesos específicos de elementos, cuentas bancarias, matrículas de documentos, páginas de diccionarios, etcétera -rió-; no te quiero engañar, si hay suerte lo conseguiremos, pero si no, pueden pasar meses.
– ¿Y si hemos equivocado el camino? Quiero decir, y no os lo toméis a mal, ¿estáis seguros de que ese último desfase de seis lugares es el adecuado? -Debrel se encogió de hombros-. ¿En qué sentido lo habéis aplicado?
– En los dos -dijo Silamo sin vacilación-, así no habrá posibilidad de error.