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– De ahí sale -intervino Guipria- la distinción entre legalidad legítima, legalidad sobrepuesta y transposición legalítica, que es el dominio del asunto. La transposición legalítica se proyecta en un conflicto de actividad ilegal…

– Está bien -la interrumpió Debrel-, todos sabemos de qué va -y prosiguió-: el caso es que, años después, cuando la mitología moral va estaba asentada, un equipo de investigación dependiente de los Astreos declarados en rebeldía descubrió dos nuevas Demeterinas, de efectos espectaculares y precios notablemente competitivos, y el problema excedió de repente el terreno de la pura autocompetencia; la cuestión de si convenía legalizarlas o perseguirlas se discutió no entre ideólogos, ni políticos, ni altos dignatarios, sino entre los expertos del mercado. Las Demeterinas se convirtieron en un formidable instrumento político, pero no a partir de si hacían tambalearse el Imperio a causa de la reconcienciación liberadora del individuo, que de eso también se podría hablar, sino a causa de una verdadera competencia económica. Eso sucedió hace diez años, y el Hegémono Ixtehatzi ya no se ha molestado, como tan bien supo hacer Barx, en disfrazar de conveniencia moral o de determinación histórica sus jugadas, que dejaban traslucir descaradamente el cálculo mercantil y la invención de obstáculos.

– Desde siempre la moral ha sido materia negociable y cuantificable, pero nunca como ahora se había hecho de forma tan empírica. La cuestión central -dijo Guipria con una cierta impaciencia- es que ciertas combinaciones de Demeterinas posibilitan formas de percepción y comunicación que escapan a los mecanismos del Cuantifícador.

– Dicho de otra forma -concluyó Debrel-, son una herramienta de desestabilización diez veces más fuerte que las bombas de La Muta, por lo que Ixtehatzi no podrá llevar a cabo la reforma si no resuelve ese asunto.

– Y la reforma -dijo Ígur- se dirige sobre todo a reasimilar a los Astreos y a La Muta, que se están fortaleciendo cada vez más con la ayuda del comercio de las Demeterinas, ya lo entiendo; es un pez que se muerde la cola.

– Imagina qué podría romper el círculo -dijo Debrel, y Guipria se anticipó a Ígur.

– La Entrada al Laberinto.

En espera de que volviera Silamo, Debrel retomó el entrenamiento geométrico y topológico de Ígur, y cuando le propuso los mismos problemas que la primera vez, Ígur se sorprendió al salir mucho más airoso, y Debrel le planteó entonces otros nuevos: proyección de hipercubos en tres dimensiones, intersección entre hiperesfera e hipertetraedro, lo que tenía que producir una figura en tres dimensiones, resolución de gratos en varias dimensiones, de nudos de toros de dos ojos; los problemas no debían ser resueltos a la manera convencional, sino que, un vez planteados, se ofrecían seis soluciones, todas plausibles a primera vista, con un tiempo limitado para escoger la acertada. Ígur mantenía un ritmo que a él le parecía aceptable de un setenta por ciento de aciertos, pero cuando tuvo la debilidad de permitir que se le notara satisfecho, Debrel le hizo saber que un error bastaba para fracasar en el interior del Laberinto, y posiblemente morir, y llamó a Sadó para que se sumase al examen. Era imposible conocer las respuestas, porque cada problema era nuevo, emitido por el Cuantifícador a partir de un proceso de aleatoriedad restringida que mezclaba datos del planteamiento asegurándose de no repetir combinación alguna, y ella las acertaba todas con una rapidez tranquila y casi indiferente que sublevó a Ígur.

– Ya jugaba a esto de pequeña -dijo con una sombra de conmiseración que le hizo sentir aún más imbécil.

– Tienes que fijarte más -dijo Debrel sin misericordia.

Para relajar el intelecto, según dijo, Debrel le propuso dibujar un cubo en proyección isométrica, después trazar la diagonal y tomarla por arista de un nuevo cubo que tenía que ser dibujado como el anterior, y así sucesivamente, siempre en la misma dirección y con un vértice común a todos los cubos, de manera que la bondad del dibujo fuera contrastable al comprobar que la arista de cada nuevo cubo fuera superior a la del anterior en la medida resultante de multiplicarla por raíz de tres, lo que generó una inacabable discusión entre Sadó y Debrel, sosteniendo ella que nunca las proporciones de las medidas virtuales de una imagen en perspectiva, sea ésta de la naturaleza que sea, coincidirían con las proporciones absolutas de las medidas (y citaba el caso especialmente perverso del cubo depositado con dos vértices en perpendicular al plano, cuyo perímetro aparente es un hexágono, y cuyas tres diagonales coinciden en medida aparente con el doble de la arista, y la cuarta es un punto), y Debrel defendiendo el caso teórico del cubo con dos caras opuestas en proyección frontal, y las otras cuatro con las aristas a cuarenta y cinco grados aparentes, lo que permitía trazar una diagonal como la hipotenusa de un triángulo rectángulo aparente, pero además coincidente con el real, formado por la diagonal de la cara frontal, que no es' sino un cuadrado, y una de las aristas a cuarenta y cinco grados, de medidas relativas a uno y raíz de dos respectivamente, lo que proporciona una medida de raíz de tres, que Sadó rechazaba impetuosa porque jamás las apariencias de una proyección abstracta, por más que por la propia ilusión de su falacia coincida con la realidad, podrían servir a una relación proporcional, y sostenerlo era, según ella, una muestra de cinismo por parte de Debrel.

Cuando Ígur ya empezaba a encontrarse a gusto, llegó Silamo y de inmediato fue requerido a hablar del Atrio del Laberinto.

– Es tal como lo habíamos previsto. El Atrio tiene un planta rectangular de grandes dimensiones, con una puerta en cada extremo; la Puerta del Atrio tiene una Guardia fija, y la Puerta del Laberinto tiene el emblema de la Mayoría de Gorhgró grabado en medio, partido entre las dos hojas: un pentágono estrellado, con las cinco puntas con ojos, y un sexto ojo situado en el vértice superior del pentágono regular interior del pentágono estrellado invertido inscrito en el pentágono regular interior del estrellado en cuestión. Justo delante de la Puerta está el célebre Rotor, una pieza circular de unos dos metros de altura por poco más de metro veinte de diámetro, con dieciséis ranuras horizontales, que me ha parecido que son para introducir discos de cuantificación, cuyas distancias he anotado al milímetro; el Rotor tiene un disco de base que le permite girar, y unas guías verticales con contrapesos que le permiten elevarse hasta una cúpula sin linterna. Pero ojo, no hay que olvidar que estamos en la Falera, y que el peñón mide, según consta en el contrato, exactamente mil setecientos veintiuno coma cuarenta y siete metros de altitud; la guía hacia la cúpula es, por lo tanto, una excavación cilindrica en la roca de algo más de tres metros veinte de diámetro, así es que al final sólo hay un punto de luz, y si se ve es gracias a que el interior del conducto está pulido como un cañón. -Silamo hizo una pausa y miró a Debrel sonriendo, como si esperase una aquiescencia que no se manifestó-. Entre la Puerta y el Rotor hay un espacio de un poco más de cinco metros veinte, ocupado a sangre por una plataforma móvil que mide el ancho de la Puerta, la misma medida que el agujero de la cúpula. Aparte de eso, nada más, la estancia está desierta y sin ninguna otra abertura.

– ¿Cuánto mide el Atrio exactamente? -preguntó Ígur.

– Por lo que vi en las especificaciones del contrato de inspección del Conde Barclí -consultó un papel-, mide algo menos de doscientos once metros, cuatrocientos veintiuno y medio de largo, y poco más de doscientos treinta y cinco y medio de alto interior; todo excavado y pulido en la roca. -Se volvió a Debrel-. ¿Qué te parece? ¿Es como en Bracaberbría?

– Me apostaría lo que fuera -dijo el ex consultor-; y te diré más: seguro que con esas medidas y lo que ya tenemos bastará para descifrar todo el Laberinto. De todas formas, parece que el que las ranuras transversales del cilindro acojan elementos de superposición, y el que se haya instalado una chimenea telescópica tan sólo puede deberse a que el mecanismo de superposición sea lumínico, y que, una vez colocado, se haga ascender el Rotor hasta lo más alto del lucernario; y ésa es la cuestión: ¿mecanismo solar o nocturno? Si es solar, estamos a cero y tenemos que comenzar de nuevo; por puro optimismo, pensaremos en un mecanismo astral, ya que disponemos de veintisiete estrellas, y, aún mejor, de una selección de siete.

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