– Dentro del Laberinto no se duerme -dijo Arktofilax sin mirarlo.
– ¿Por qué?
– Porque todo el Laberinto ya es en sí mismo un sueño -dijo el Magisterpraedi, y le dirigió una mirada que lo dejó helado, porque había en el interior de sus pupilas un tenebroso reflejo rojo.
Ígur no se contuvo.
– Vuestros ojos…
Arktofilax apartó la mirada.
– Es el reflejo de estas paredes, juntamente con las emanaciones ferruginosas. A los tuyos les pasa lo mismo.
– ¿Emanaciones ferruginosas? Nunca había oído nada tan absurdo. Voy a mirarme en un espejo. -Buscó en la bolsa.
– No lo hagas -dijo lentamente Arktofilax, sin moverse y con tanta gravedad que Ígur se quedó inmóvil. Aunque la entonación había sido completamente pausada, la advertencia pesaba absoluta.
– ¿Por qué?
Arktofilax se levantó y se alejó unos pasos.
– Ya veo que no has llegado al final de la Ley del Laberinto -dijo vuelto de espaldas-. Sabrías que uno de los cinco preceptos del último tramo es que, por más extraño que te sientas, por nada del mundo te mires al espejo.
Ígur no se atrevió a preguntar por qué, ni cuáles eran los otros cuatro preceptos. Pillado en falta una vez más, y sin derecho ni tan sólo a recelar de la existencia de tales preceptos, no le quedaba más que intentar deducir de los acontecimientos de qué insólito fenómeno estaban siendo objeto, y confiar en la experiencia y la bondad de su compañero; pero precisamente ése era el punto de conflicto, porque Arktofilax se volvía un poco más a cada instante una horrible fuerza desconocida, irracionalmente inhumana, e Ígur sentía crecer en su interior un instinto de protección que le aconsejaba eliminar al Magisterpraedi antes de que fuera demasiado tarde; pero enseguida rechazaba tales pensamientos amparado en la lógica y el sentido común de un Caballero de Capilla: a pesar de eso, la comezón persistía, incluso aumentaba. Así prosiguieron hasta llegar a la última bifurcación; a partir de ahí el camino se volvió mucho más estrecho, pero sin perder el carácter de pasillo con pavimento, techo y paredes. Arktofilax continuaba delante, e Ígur no perdía de vista el movimiento de su cuerpo, hasta que de repente se encontró buscando, casi esperando, algún gesto contrario al funcionamiento establecido de las articulaciones, el giro maligno que revelase de una vez por todas su naturaleza alterada, no humana.
– Magister -dijo-, este camino es diferente. ¿No será que en la última bifurcación nos hemos equivocado?
Arktofilax se volvió a medias, sólo hasta quedar de perfil.
– El Final del Laberinto siempre reserva una incógnita. Seguramente será la de la Penúltima Puerta.
Poco después, efectivamente, llegaron a un recinto redondo donde se acababa el camino. No se apreciaba abertura alguna, pero todo el perímetro estaba cubierto de incisiones geométricas en materiales vidriados, y en el centro, en el suelo, había una inscripción dentro de una mándorla que apuntaba al pasillo de llegada. Ígur, una vez más, leyó en voz alta:
1 Del Seis que sale el Cinco
4 Encabeza el Nombre de cinco letras.
6 Del segundo la primera
1 Para fecundar el Final.
Arktofilax exploró la estancia, mostrando mucho más interés por los dibujos que por la inscripción. Ígur intentó desentrañarla por su cuenta.
– El Seis que sale el Cinco -dijo en voz alta- deben ser las seis estrellas que provienen del pentágono estrellado, y la inversión de los términos informa que salimos del recinto. El nombre de cinco letras es Teseo, y del segundo la primera quiere decir la primera estrella del segundo grupo, es decir Thuban, el corazón del Dragón.
– Son los Epagómenos -dijo el Magisterpraedi, absorto como si no lo hubiera oído.
– Perdón, ¿qué decís?
Arktofilax se volvió con expresión preocupada. Su cara y sus ojos mostraban una normalidad que desarmó a Ígur de las sospechas pasadas.
– Estamos ante la terrible trampa geométrica final, y fíjate bien porque aquí sí tenemos posibilidades de dejarnos el pellejo. La clave son las cifras que encabezan los versos. 1461 son los años necesarios para repetir el mismo calendario egipcio coincidente con un determinado estado del cielo; el cómputo proporciona un año de 365 días, dividido en doce meses de treinta días más los cinco Epagómenos, que son los días dedicados a Osiris, Isis, Horus, Neftis y Set; he aquí el Código 5 de la inscripción anterior. Pero de este calendario sobra un año, que se obtiene de la diferencia entre el año natural, de 365'25 días aproximadamente, y el de 365 días justos. Efectivamente,
1461 x 365 = 1460 x 365'25
si queremos encontrar la solución, tenemos que buscar las sumas de cifras. Con 1461 obtenemos tres, y con 1460 obtenemos 2.
– Que son los Tres y los Dos de las estrellas -dijo Ígur-, y también de la placa que nos sirvió para abrir la puerta anterior.
– Muy bien.
– La suma da Cinco, y el producto Seis.
– Perfecto. Y además el producto 1461 por 365 da 533265, de donde obtenemos 6 sumando todas las cifras. Creo que con eso el primer verso de la inscripción, que en este caso sí es un poema, no necesita más explicación; ahora sirve para llevarnos al Nombre de Cinco letras.
– Ígur optó por callar-. La diferencia entre 1460 y 1461 o, si prefieres, entre 365 y 365'25 la marca el residuo temporal que, al acumularse a lo largo del tiempo y retornar al Origen, se conocía en la antigüedad con el nombre del Fénix. Ése es, creo yo, el Nombre de Cinco letras.
– ¿Y eso en qué se traduce en relación a salir de aquí? -dijo Ígur, acercándose a la pared.
– Aún no lo sé -dijo Arktofilax, y viendo que Ígur iba a apoyarse lo increpó vivamente-. ¡No toques nada! La Penúltima Puerta tiene una clave táctil, y una presión inadecuada nos fulminaría igual que en el Atrio.
– Quizá debiéramos ir a los dos últimos versos.
– Es lo primero que he descifrado. 'Del segundo la primera' quiere decir 'del segundo verso la primera palabra', y es 'Encabeza', pero en este caso, fuera de contexto, recuperada en la opción gramatical más fuerte, es decir en el sustantivo. Sólo falta deducir a qué cabeza se refiere.
– ¿A Algol? ¿A la Cabeza Profética?
Arktofilax sonrió melancólicamente, Ígur sintió cómo renacían sus desconfianzas.
– Tenemos que encontrar -dijo el Magisterpraedi señalando los grafismos de las paredes- la figura que case con el Cinco, y en la que el concepto 'Cabeza' permita una distinción electiva.
Se detuvo ante un rectángulo subcompartimentado.
– Ciertamente, aquí hay cinco divisiones -dijo Ígur, y Arktofilax lo interrumpió.
– Es el rectángulo \/5; recordarás la propiedad de los rectángulos de proporción expresada contra la unidad en la raíz cuadrada de un número natural: divididos transversalmente en tantas partes como indica ese número, se obtienen rectángulos de la misma proporción; aquí, la operación se ha hecho dos veces, y el resultado son los cinco rectángulos negros pequeños. Entiendo -dijo tan lentamente que a Ígur le pareció que si no es que se quería convencer a sí mismo, se lo estaba inventando- que aquí tenemos la escenificación de los Epagómenos, y la Cabeza es el primero, o el último, porque tanto encabeza el uno como el otro. El primero es Osiris, es decir, Dioniso, y el último es Set, por tanto Tifón. Pienso que la Cabeza es también la Cabeza del diablo, como has dicho, y puesto que ya hemos visto las trampas de agua y de tierra, estamos en la trampa de fuego, en la que el Apótropo es Perseo, el que obtiene la Cabeza de la Gorgona. Y ahí radica la cuestión: ¿cuál es el rectángulo que corresponde a Set, el de arriba a la derecha o el de abajo a la izquierda?