Литмир - Электронная Библиотека
A
A

«Pero me encontraron. Al final me encontraron. Claro: la culpa fue mía. No puedo mantener cerrada esta maldita boca… usted sabe cómo somos los catalanes… en fin; hablando con uno, y con otro… ellos tienen espías por todas partes… me atraparon, una tarde de sol, lo recuerdo, hace tres años, junto al Sena.

«Me trajeron aquí. Ellos no matan, si pueden evitarlo. Usan la persuasión. Me trataron muy bien al principio; claro, nunca se dieron a conocer. Liga de Ayuda a los Desamparados, ese tipo de cosas. Me proporcionaron una cama, y sábanas limpias, y claro, también las charlas de persuasión… mujeres, bebidas, usted sabe, estas cosas. Poco a poco empecé a dudar de mí mismo, aquella gente tan buena, que me hacía tanto bien, claro, ellos debían tener razón. Poco a poco me fui viendo a mí mismo como un monstruo. ¿Cómo pude dejar a mis hijos? ¿Cómo pude dejar la cátedra? ¿Cómo pude pasearme todos estos años adentro de una botella? Yo era un monstruo, un desequilibrado… y después, aceptando mal que bien estas cosas, haciendo trabajar mi mente en la revaloración de todas las cosas -usted no sabe, usted no puede saber lo que es esto, tres años replanteándose todo, reajustando todo, una tuerca aquí, un tornillo allá, al fin el mundo que uno se ha construido tambalea, uno duda de todo… especialmente con gente tan buena, que a uno le da tantas cosas sin pedir nada a cambio-. Persuasión. Tienen elementos psicológicos de los más avanzados. Conocen los mecanismos de la mente al dedillo. Uno va perdiendo fe, voluntad, inteligencia, todo…

«Y luego que uno acepta que es un monstruo psíquico, viene la otra parte: la monstruosidad física. '¡Fíjese cómo lo ha deformado el alcohol!' '¡Fíjese, las consecuencias de una vida disipada! Esos ojos de lobo… esas mejillas hinchadas…' Se llevaron los espejos. Al principio, es cierto, me miraba y veía lo que ellos querían, una cara levemente deformada, unos ojos extraños… Pero luego la cosa fue en aumento, y ya un espejo no podía engañarme más… Quiero decir, yo no podía engañarme más a mí mismo usando el espejo para ello. Se llevaron los espejos, y empezaron con aquello del hombre lobo. Que yo era peligroso, que en ciertas noches, sin que me diera cuenta, me crecían pelos en la cara y en las manos y en los brazos y en todo el cuerpo, y garras, y caminaba en cuatro patas, y trataba de salir para destrozar a la gente a dentelladas…

«¡Dios mío! ¡Las cosas que me han hecho creer! Aunque nunca les creí del todo; poco a poco me fui reencontrando a mí mismo, fui sospechando de ellos, por ciertas cosas minúsculas, gestos, susurros… Ahora, que usted está aquí, todo será distinto… Usted me ve tal como soy, tal como siempre fui…

«¡Angeline!

Habían sonado unos golpecitos discretos en la puerta. Abro con cautela, temiendo que vuelvan los hombres de la cabeza rapada, pero se trata de aquella mujer que me prometió el cura. La reconocí en seguida, a pesar de que el catálogo donde la había elegido no era "actualizado". En realidad se parece mucho a la foto. Apenas unos años más.

Ella también reconoció al viejo y se abrazaron alegremente en el centro de la habitación; hablaban en francés con tanta rapidez que me costaba mucho entender alguna que otra palabra, pero me pareció, aunque no estoy seguro, que se referían a un pasado común, que sacaban a luz viejas anécdotas.

– Ella era de los nuestros -me explicó luego Abal-. Debajo de los puentes. Aquellos guisos, en latas de aceite… Cuando el viejo Simón tocaba la armónica, ¿te acuerdas, Angeline?, y nosotros cantábamos…

Vuelvo a tenderme en la cama, y los dejo seguir su parloteo incesante. Después empiezo a fastidiarme, no sé si por la sensación de estar excluido, o porque realmente no me interesa nada de lo que sucede.

– Basta -digo, con calma-. Lo siento, pero mi cuarto no es lugar de reunión. Podrían irse a otro lado, aunque Angeline me pertenece, según el cura, y deberá volver pronto.

– Señor -el viejo se muestra atemorizado-, usted no puede obligarme a volver con ellos… No puede hacerme eso, me torturarían, son capaces de matarme. ¡Angeline! Dile al señor que me conoces, que soy un hombre honrado, que no puede echarme en brazos de mis enemigos…

– ¡Alto! -me incorporo y me acerco a ellos-. No tengo ninguna intención de echarlo en brazos de nadie. Simplemente quiero estar a solas. Yo también tengo mis problemas y usted no hace más que complicarme la vida. También quiero estar a solas con Angeline. Ella me pertenece, ustedes saben; y vengo de un viaje muy largo, tengo que poner las cosas en orden, y mientras esté acá, debo aprovechar las cosas que poseo. Quizá muy pronto deba emprender viaje nuevamente, y no tenga en mucho tiempo oportunidad de estar con una mujer, ni darme un baño como éste que acabo de darme… No quiero entregarlo a nadie, no señor Abal; pero también usted debe comprender… y además hay tantas piezas vacías, usted puede entrar en cualquiera de ellas y cerrar por dentro con el pasador…

– Es inútil. ¿Cree que no se me ha ocurrido hacerlo, en todos estos años? Pero dependo de ellos, ellos me alimentan y me cuidan no podría sobrevivir sin ellos. No es su pieza lo que necesito, comprende es a usted; una persona sensata, que me diga lo que ve, que no me engañe. Alguien en quien poder confiar…

– ¡Pero ya le he dicho lo que veo! ¡Usted sabe la verdad, usted no es ningún monstruo, no tengo por qué repetírselo a cada instante!

– Usted no sabe -continúa el viejo, en tono monótono y plañidero, moviendo la cabeza hacia uno y otro lado, negando-. Usted ni se imagina. Cuando empiezan con su letanía, ellos y ellas, cuando empiezan a hablar del pelo que me nace en las manos, de la luna, qué sé yo… Yo me miro las manos y veo zarpas, me miro los brazos y veo todo cubierto de pelos, y me entran ganas de dar dentelladas y de aullar.

Observo por primera vez sus manos, y me sobresaltó comprobar que se parecían, realmente, a zarpas. Están cubiertas de un fino vello pardo, y los dedos retorcidos me hacen pensar que, en cualquier momento, van a aparecer uñas largas y filosas. Comencé a poner en duda toda la historia del viejo.

– Como usted diga -insisto-; quizá tenga razón. Pero yo no puedo, no estoy en condiciones de pasarme la vida a su lado. Tengo otras cosas que hacer, y aunque no fuese así, realmente no tengo interés en vivir para controlar sus estados de ánimo. Así que, ¡fuera! Puede venir a visitarme, de cuando en cuando, si se siente solo, o si necesita alguna clase de confirmación sobre usted mismo o sobre el mundo exterior. Conozco la soledad. Pero por hoy es suficiente.

– Por favor -Angeline interviene con tono dulce.- Déjalo que se quede. Verás que se porta bien; puede dormir, si quieres, en el cuarto de baño. Yo lo conozco, nos hemos divertido mucho con él y con los otros muchachos, cuando trabajaba en la botella; es un hombre muy bueno y divertido…

– Yo no veo para nada dónde está la diversión -digo, enojado- y, además, no me interesa divertirme. Quiero poner en orden mis ideas, quiero acostarme contigo, quiero sacar el pasaporte y viajar… No tengo por qué andar con este nombre por delante, no tengo nada que ver con él…

– ¿Y yo? -pregunta Angeline, también enojada-. ¿Y yo qué tengo que ver contigo? ¿Tengo la obligación de acostarme contigo sólo porque se te ocurrió elegirme entre cien en un catálogo? ¿Te parece que me pagan muy bien por este trabajo? ¿Te parece que me resulta muy divertido hacerme montar por un tipo de piel de bebé o de víbora y de cráneo totalmente calvo? Lo más probable…

– Escucha -digo-. Escucha. Yo no tenía intenciones de acostarme con nadie; todo fue un mal entendido con el cura de allá abajo, casi diría que me engañó, o que me presionó de alguna manera para que eligiera una foto; de todos modos, ahora que estás acá, se me ocurre que no es mala idea que hiciéramos el amor, incluso, desde el momento en que elegí la fotografía, me hice a la idea de que iba a tener una mujer como tú, y estaba esperándote ansiosamente; ahora, si me encuentras repugnante, bien, es otra cosa. Yo hablaría con. el cura y le pediría que mandase a otra…

7
{"b":"100311","o":1}