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En el plano estructural el relato puede desarrollarse con la calmada descripción de movimientos y medios ambientes que impera en La ciudad, donde aparece muy bien asimilado el ejemplo de Kafka, y donde las acciones se van encadenando en una serie lineal, o puede proyectarse, como en Nick Cárter y La toma de la Bastilla, en estructuras casi topológicas, que hacen estallar el argumento y lo proyectan de un lado a otro o sobre sí mismo, en una aceleración de partículas que alcanza a los propios personajes, testigos de su propio desdoblamiento físico y psíquico.

Dentro de las zonas culturales tocadas por su obra es interesante destacar que el cimiento estilístico y mitológico más extenso sobre el que parece descansar reside en los géneros o técnicas de difusión popular: la historieta, el folletín, la novela policial. Más tarde, a partir de ese año 1966 en que comienza a escribir, se agregarían autores precisos como Kafka, o Carroll, pero en un sustrato más consciente, menos profundo. Todos esos aportes no son introducidos en crudo, sino digeridos, canibalizados, en un acto casi inevitable para el autor latinoamericano, y que en ese movimiento suele dar vuelta del revés lo que absorbe, o adaptarlo a las características nacionales. Así por ejemplo los recursos chillones del folletín, o planos de la historieta, se ven acelerados en Nick Cárter o en París hasta perder el sentido, o sumergidos en un pantano de elementos inaceptables en las formas originales de esos géneros (la clara exposición de las formas prohibidas del sexo, el carácter monstruoso del protagonista, los cambios temporales sin explicación lógica). En cuanto a la adaptación de lo que podríamos llamar la serie literaria, Pablo Capanna la ha sintetizado con acierto al decir de La ciudad que es "una experiencia de extrañamiento, un infierno pampeano donde las sombras de Franz Kafka y Lewis Carroll asoman tras un calentador Primus o una vieja bicicleta".

París constituye un texto intermedio entre la solidez descriptiva de La ciudad y el delirio imaginativo de La toma de la Bastilla o Las orejas ocultas. Fue escrita en 1970. Como ocurrió con Nick Cárter, redactada antes de leer algún relato del personaje original, anticipó el conocimiento concreto del tema, ya que Levrero viajaría posteriormente a la ciudad homónima. Como declaraba en un reportaje realizado por Enrique Estrázulas en 1977: "Escribí sobre París antes de conocer esa ciudad, donde viví menos de un mes. París aparecía con frecuencia en mis sueños. Eran símbolos inconscientes. Al visitarla descubrí que París no tenía nada que ver con mis sueños. Vi que era una hermosa ciudad, tal vez la más atrapante que he visto, pero no era el París de mis sueños y de mis pesadillas. Sin duda alguna, me quedo con el verdadero París: es mucho más rico y luminoso que mis fantasías".

A mi juicio esta novela integra, con títulos como Gelatina, El sótano o Espacios libres, la zona más equilibrada y original de la obra de Mario Levrero. Está saturada de invención y al mismo tiempo de una implícita camaradería por el lector, al que le brindan "ganchos" lícitos, "atracciones" en el viejo sentido circense, para desplegar en el revés de la trama esa búsqueda de una comunicación consigo mismo y con los demás que caracteriza a las mejores creaciones artísticas.

ELVIO E. GANDOLFO

Piriápolis, 3 de junio de 1979

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