Después que me dieron una buena chascha de café de veras joroschó y algunas viejas gasettas y revistas para mirar mientras piteaba, vino el primer veco de blanco, el que había firmado el recibo por mí, y dijo: -Ajá, de modo que estás aquí -lo que era decir una vesche muy tonta, pero no sonaba tonta, porque el veco era muy simpático-. Yo soy el doctor Branom -explicó-. Soy el ayudante del doctor Brodsky. Con permiso, te haré un breve examen general de rutina. -Y sacó el viejo esteto del carmano derecho.- Tenemos que estar seguros de que te encuentras bien, ¿verdad? Sí, en efecto, tenemos que estar seguros. -Y allí estaba yo, tendido en la cama, afuera la chaqueta del piyama, y él hacía esto y aquello, y lo otro. Le dije:
– ¿Qué es exactamente ese tratamiento, señor? -Oh -dijo el doctor Branom, mientras el frío esteto me recorría la espalda-, en realidad es muy sencillo. Te haremos ver algunas películas.
– ¿Películas? -repetí, pues apenas podía creer lo que oían mis ucos, oh hermanos míos, como ya todos habrán adivinado-. ¿Quiere decir, señor -insistí-, que será como ir al cine?
– Se trata de películas especiales -explicó este doctor Branom-. Películas muy especiales. La primera sesión será esta tarde. Sí -dijo, enderezándose, porque estaba inclinado sobre mí-, parece que estás en muy buenas condiciones. Quizás un poco subalimentado. Culpa de la comida de la prisión. Ponte otra vez la chaqueta del piyama. Después de cada comida -dijo, sentándose al borde de la cama- te daremos una inyección en el brazo. Facilitará las cosas. -Me sentía realmente agradecido a este doctor Branom tan amable, y le dije:
– ¿Vitaminas, señor?
– Algo por el estilo -contestó, con una sonrisa muy joroschó y cordial-. Un pinchazo en el brazo después de cada comida.
El doctor Branom se marchó. Me quedé tendido en la cama pensando que estaba en un verdadero paraíso, y me dediqué a leer algunas de las revistas que me habían dejado: Deportes Mundiales, Sinyma (ésta dedicada a películas) y Metas. Luego, volví a recostarme y cerré los glasos y pensé qué agradable era volver a ser libre, Alex, quizá con un trabajito lindo y fácil durante el día, porque ahora era demasiado viejo para la vieja scolivola, y después tal vez juntara una nueva banda para la naito, y el primer raboto sería echarle la mano al Lerdo y a Pete, si ya no los habían apresado los militsos. Esta vez tendría mucho cuidado de que no me lovetaran. Me daban otra oportunidad, a pesar de que había matado, y no era justo que me dejara lovetar de nuevo, después que se tomaban tanto trabajo para mostrarme las películas que harían de mí un muchacho realmente bueno. En realidad, yo estaba smecando realmente joroschó de la inocencia de los tipos, y seguía smecando cuando me trajeron el almuerzo en una bandeja. El veco era el mismo que me había llevado al malenco dormitorio cuando llegué por primera vez al mesto, y me dijo:
– Es bueno saber que alguien se siente bien. -En la bandeja habían puesto una pischa realmente apetitosa: dos o tres lonticos de carne asada y caliente, y unos cartófilos aplastados y salsa, y después crema helada y una linda chascha de chai caliente. Hasta me mandaron un cancrillo para fumar y una caja de cerillas con una cerilla adentro. Esto parecía la buena vida, oh hermanos míos. Y después, cuando ya me había pasado una media hora dormitando en la cama, entró una enfermera, una débochca joven y bonita, con unos grudos de veras joroschó (no había visto ptitsas así durante dos años), y traía una bandeja y una hipodérmica. Le dije:
– Ah, las viejas vitaminas, ¿no es cierto? -y le mandé un silbidito, pero no me hizo caso. Lo único que hizo fue clavarme la aguja en el brazo izquierdo, y svizzzz entró la vitamina. Y la débochca se fue, clac clac clac sobre las nogas de taco alto. Entonces apareció el veco de chaqueta blanca que parecía un enfermero trayendo una silla de ruedas. Me sentí un malenco sorprendido, y dije:
– ¿Qué pasa, hermano? Seguro que puedo caminar adonde tenga que ir. -Pero el veco replicó:
– Mejor lo llevo. -Y en efecto, oh hermanos míos, cuando bajé de la cama me sentí un malenco débil. Era la desnutrición de que había hablado el doctor Branom, esa horrible pischa de la cárcel. Pero las vitaminas después de las comidas me pondrían bien. De esto no hay ninguna duda, pensé.
4
Entonces, hermanos, me llevaron a un sitio que no se parecía a los sinys que yo conocía. Es cierto que una pared estaba completamente cubierta con papel plateado, y enfrente tenía agujeros cuadrados para el proyector, y había altavoces de estéreo distribuidos por todo el mesto. Pero sobre la pared de la derecha había un banco con cosas que parecían medidores, y en medio del cuarto, frente a la pantalla, algo parecido a la silla de un dentista, y de allí salía toda clase de alambres, y casi tuve que arrastrarme desde la silla de ruedas al asiento, con la ayuda de otro veco enfermero de chaqueta blanca. Entonces vi que debajo de los agujeros de proyección había como un vidrio opaco, y me pareció que detrás se movían sombras de personas, y que se slusaba a alguien que tosía cashl cashl cashl. Pero en eso pude darme cuenta de que yo estaba de veras muy débil, y pensé que era el cambio de la pischa de la prisión y la nueva pischa, muy alimenticia, y las vitaminas que me habían inyectado. -Bueno -dijo el veco que había empujado la silla de ruedas-, lo dejo ahora. La función empieza apenas llega el doctor Brodsky. Espero que le guste. -Para ser sincero, hermanos, en realidad no me sentía con ganas de videar películas esa tarde. No tenía ganas, y nada más. Hubiera preferido de veras una linda y tranquila spachca en la cama, linda y tranquila y completamente odinoco. Estaba muy caído.