Литмир - Электронная Библиотека
A
A

5

Hermanos, dormí toda la noche realmente joroschó, sin ninguna clase de sueños, y la mañana amaneció clara y fría, y sentí el agradable vono del desayuno que estaba friéndose allá abajo. Me llevó cierto tiempo saber dónde estaba, como ocurre siempre, pero pronto recordé, y entonces me sentí caliente y protegido. Pero mientras estaba tendido en la cama, esperando que me llamaran a desayunar, pensé que tenía que conocer el nombre de este veco bondadoso, protector y casi maternal, así que caminé por el cuarto con las nogas desnudas buscando La naranja mecánica, que seguramente tenía escrito el imya del veco, ya que él era el autor. En mi dormitorio no había más que una cama, una silla y una lámpara, de modo que caminé hasta una puerta que daba al dormitorio del veco, y allí vi a la mujer en la pared, una bolche foto ampliada, de modo que me sentí un malenco enfermo recordando. Pero también había dos o tres estantes de libros, y tal como lo había pensado, encontré un ejemplar de La naranja mecánica, y en el lomo del libro, como en la columna vertebral, estaba el imya del autor: F. Alexander. Gran Bogo, pensé, es otro Alex. Recorrí las hojas del libro, de pie, en piyama y con las nogas desnudas, pero no sentía nada de frío pues la casita estaba tibia. Yo no podía entender de qué trataba el libro. Parecía escrito en un estilo muy besuño, de Ah Ah y Oh Oh y toda esa cala, pero lo que se sacaba en limpio era que ahora estaban convirtiendo en máquinas a todos los liudos, y que en realidad todos -usted y yo y él y bésame los scharros- tenían que ir creciendo de manera natural, como una fruta. Según parece, F. Alexander pensaba que todos crecemos en lo que él llamaba el árbol del mundo y el jardín del mundo, que el mismo Bogo o Dios había plantado, y así estábamos allí, porque Bogo o Dios nos necesitaba para satisfacer el amor ardiente que tenía por nosotros, o alguna cala por el estilo. No me gustó el chumchum de todo eso, oh hermanos míos, y me pregunté hasta qué punto estaría besuño este F. Alexander, quizá porque la mujer había snufado. Pero en eso me llamó desde abajo con una golosa de tipo en sus cabales, con mucha alegría y amor y toda esa cala, y abajo fue Vuestro Humilde Narrador.

– Has dormido mucho -dijo el veco, mientras sacaba con una cuchara los huevos pasados por agua y retiraba las tostadas oscuras de la tostadora-. Ya son casi las diez. Ya llevo varias horas trabajando.

– ¿Escribiendo otro libro, señor? -pregunté.

– No, no, ahora no se trata de eso -dijo, y nos acomodamos cordiales y drugos, y se oyó el viejo crac crac crac de los huevos y el crac crunch crunch de las tostadas oscuras, y frente a nosotros había bolches tazas de chai con mucha leche-. No, estuve telefoneando a varias personas.

– Creí que no tenía teléfono -dije, metiendo la cuchara en el huevo, sin pensar en lo que decía.

– ¿Por qué? -preguntó, como un animal scorro con una cucharita en la ruca.- ¿Por qué creíste que no tenía teléfono?

– Nada -repliqué-, por nada, por nada. -Y entonces, hermanos, me pregunté si yo recordaba bien la primera parte de aquella naito lejana, cuando yo me acerqué con el viejo cuento, pidiendo telefonear al doctor y ella me contestó que no tenían teléfono. El veco me smotó con mucha atención, pero después fue bueno otra vez y alegre, comiendo cucharadas de huevo. Mientras masticaba munch munch me dijo:

– Sí, he telefoneado a varias personas que se interesarán en tu caso. Comprenderás ya que puedes ser un arma muy poderosa, que impida el retorno de este gobierno malvado en la próxima elección. Ya sabes que el gobierno está muy orgulloso hablando de cómo ha resuelto el problema de la delincuencia en los últimos meses. -El veco me miró otra vez con mucha atención por encima del huevo humeante, y de nuevo me pregunté si estaba tratando de videar el papel que yo había tenido alguna vez en su chisna. Pero continuó hablándome:- Han incorporado a la policía matones jóvenes. Esas nuevas técnicas de condicionamiento debilitan la voluntad del individuo. -Y hermanos, mientras el veco me decía todos esos slovos tan largos, tenía en los glasos una mirada de loco o besuño.- Lo mismo ya hicieron en otros países -dijo-. Se empieza de a poco. Antes que sepamos lo que pasa estaremos todos sometidos al aparato totalitario. -Y yo pensaba: «Caramba, caramba, caramba» mientras comía los huevos y mordía crunch crunch las tostadas.

– ¿Y qué tengo que ver con todo eso, señor? -pregunté.

– Tú -replicó, siempre con una mirada besuña – eres el testigo viviente de estos proyectos diabólicos. La gente, la gente común tiene que enterarse y comprender. -El veco se levantó de la silla y se puso a recorrer la cocina, de la pila a la alacena, diciendo con voz muy gronca:- ¿Querrán todos que sus hijos se conviertan en lo que tú eres, pobre víctima? ¿No terminará decidiendo el propio gobierno qué es y qué no es delito, y destruyendo la vida y la voluntad de quien se atreva a desobedecer? -F. Alexander se tranquilizó un poco, pero no regresó al huevo.- Escribí un artículo -dijo- esta mañana, mientras dormías.

Se publicará en un día o dos, con una foto que mostrará la dolorosa expresión de tu rostro. Tienes que firmarlo tú, pobre muchacho, para que se sepa lo que te hicieron.

54
{"b":"100290","o":1}