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Bueno, la entrada de este nuevo cheloveco fue realmente el comienzo de mi salida de la vieja staja, porque era un plenio tan podrido y camorrista, con una mente muy sucia y torcidas intenciones, que ese mismo día nachinaron los problemas. También era muy prepotente, y comenzó a miramos a todos con un litso burlón, y a hablarnos con golosa alta y orgullosa. Aclaró que era el único prestúpnico joroschó de todo el zoológico, y afirmó que había hecho esto y aquello, y liquidado a diez militsos con un golpe de la ruca, y toda esa cala. Pero nadie se dejó impresionar mucho, oh hermanos míos. De modo que se las tomó conmigo, porque yo era el más joven, y quiso demostrarme que por esa razón tenía que ser yo y no él quien sasnutara en el suelo. Pero todos los demás me defendieron, y cricharon: -Déjalo en paz, grasño brachno -y entonces el cheloveco empezó a quejarse de que nadie lo quería. Pero esa misma naito descubrí que este horrible plenio estaba acostado conmigo en el camastro, el más bajo de una fila de tres, y también muy estrecho, y estaba goborándome sucios slovos de amor y acariciándome esto y aquello. De modo que me puse realmente besuño y le tiré un golpe, aunque no pude videar tan joroschó, pues apenas había una lucecita roja en el pasillo. Pero sabía que era él, el bastardo vonoso, y cuando la dratsa se armó realmente, y se encendieron las luces, pude videar el horrible litso y el crobo que le salía de la rota donde yo le había clavado la ruca .

Por supuesto, lo que entonces sluchó fue que mis compañeros de celda se despertaron y se unieron a la pelea, tolchocando un poco a ciegas en la semioscuridad, y el chumchum pareció despertar a todo el pabellón, de modo que se podían slusar los gritos y los golpes de los recipientes de hojalata contra la pared, como si todos los plenios de todas las celdas hubieran creído que se iniciaba una gran fuga, oh hermanos míos. Se encendieron las luces y vinieron los chasos vestidos con camisa, pantalones y gorros, sacudiendo los bastones. Pudimos videarnos los litsos enrojecidos, y los puños que se alzaban, y todos crichaban y maldecían. Entonces formulé mi queja, y todos los chasos dijeron que de cualquier modo Vuestro Humilde Narrador era el que había empezado, pues no tenía ni un arañazo, salvo el crobo colorado de ese horrible plenio; le caía de la rota, donde yo le había clavado la ruca. Me puse realmente besuño. Dije que no dormiría allí otra naito si las autoridades de la cárcel estaban dispuestas a permitir que esos prestúpnicos horribles, vonosos y pervertidos se me echaran encima cuando yo no podía defenderme. -Espera hasta la mañana -me dijeron-. ¿Su alteza quiere un cuarto privado con baño y televisión? Bien, ya lo arreglaremos por la mañana. Pero ahora, pequeño drugo, hunde la golová ensangrentada en la poduchca de paja, y que nadie nos venga con problemas. ¿De acuerdo?

Y los chasos se marcharon después de formular severas advertencias a todos, y poco después se apagaron las luces y yo dije que me quedaría sentado el resto de la naito, pero primero le hablé a ese horrible prestúpnico: -Anda, ocupa mi camastro si quieres. Ya no me interesa. Pusiste ahí el ploto horrible y vonoso y ahora todo huele a cala. -Pero entonces intervinieron los otros. El Judío Gordo dijo, todavía sudando por la bitba en la oscuridad:

– No tienes que hacer eso, hermano. No le aflojes a este maricón. -Y el nuevo le contestó:

– Cierra la trampa, yid -queriendo decirle que se callara, pero era una cosa muy insultante. El Judío Gordo ya iba a largarle un tolchoco, y el doctor dijo:

– Vamos, caballeros, no queremos problemas, ¿verdad? -y hablaba con la golosa refinada, pero este nuevo prestúpnico realmente se la estaba buscando. Se videaba que se creía un bolche veco muy importante, y que no le correspondía, por dignidad y posición, compartir una celda con otros seis y tener que dormir en el suelo. Miró al doctor burlonamente:

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