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Después de un rato comencé a sentir dolores en todo el ploto, y entonces llovió y era una lluvia helada. No había liudos a la vista, ni luces de casas. ¿Adónde podía ir, si no tenía hogar ni dengo en los carmanos? Lloré por mí mismo, ju ju juuuu. Luego me levanté y eché a caminar.

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Hogar, hogar, hogar, un hogar era lo que yo quería, y a un HOGAR llegué, hermanos. Caminé en las sombras, no hacia la ciudad, sino buscando el lugar de donde venía el chumchum de una máquina agrícola. Así llegué a una especie de aldea, y se me ocurrió que ya la había videado antes, pero eso era tal vez porque todas las aldeas se parecen, principalmente en la oscuridad. Aquí había casas, y una especie de mesto para beber, y justo al final de la aldea una malenca casita odinoca, y entonces pude videar el nombre brillando en la oscuridad. HOGAR, decía. Yo estaba empapado en lluvia helada, así que mis platis ya no parecían a la última moda, sino unos trapos miserables y patéticos, y mi lujosa gloria era una pasta húmeda y calosa sobre mi golová, y estaba seguro de que tenía cortes y raspones en todo el litso, y sentía dos subos flojos cuando me los tocaba con la yasicca. Y me dolía todo el ploto y tenía mucha sed, de modo que caminaba abriendo la rota a la lluvia fría, y el estómago me gruñía grrrr todo el tiempo, pues no había recibido pischa desde la mañana, y aun entonces no mucha, oh hermanos míos.

HOGAR, decía, y tal vez aquí encontrase un veco que me prestara ayuda. Abrí la puerta del jardín y a los tumbos recorrí el sendero, y parecía que la lluvia se convertía en hielo, y luego llamé a la puerta con un golpe leve y patético. No vino ningún veco, así que golpeé un malenco más largo y más fuerte, y entonces oí el chumchum de unas nogas que se acercaban.

Se abrió la puerta, y una golosa de hombre dijo: -Sí, ¿quién es?

– Oh -dije- por favor, socorro. La policía me golpeó y me dejó para que me muriese en el camino. Por favor, deme algo para beber y un sitio al Iado del fuego, se lo ruego, señor.

La puerta se abrió del todo, y vi una luz cálida y un fuego que hacía cracl cracl cracl. -Entre -dijo el veco-, no importa quién sea. Dios lo asista, pobre víctima, y veamos qué le pasa. -Entré tambaleándome, y esta vez, hermanos, no representaba una escena, porque me sentía realmente acabado. Este veco bondadoso me pasó las rucas por los plechos y me llevó al cuarto donde ardía el fuego, y entonces comprendí en seguida por qué el slovo HOGAR sobre la entrada me había parecido tan familiar. Miré al veco y él me miró con bondad, y entonces lo recordé bien. Por supuesto, él no podía recordarme, porque en aquellos tiempos yo y mis supuestos drugos hacíamos todas nuestras bolches dratsadas, juegos y crastadas con máscaras que eran disfraces realmente joroschós. Era un veco más bien bajo, de mediana edad, treinta, cuarenta o cincuenta años, y llevaba ochicos .- Siéntate al Iado del fuego -dijo-, y te traeré un poco de whisky y agua caliente. Dios mío, alguien estuvo golpeándote con verdadera saña. -Y me echó una mirada compasiva a la golová y el litso.

– La policía -dije-, la horrible e inmunda policía. -Otra víctima -dijo el veco, medio suspirando-.

Otra víctima de los tiempos modernos. Te traeré un poco de whisky, y después trataremos de limpiarte las heridas. -Eché una ojeada a la habitación malenca y cómoda. Ahora estaba casi totalmente llena de libros, y había una chimenea y un par de sillas, y no se sabía por qué, pero uno videaba que allí no vivía una mujer. Sobre la mesa había una máquina de escribir y un montón de papeles, y recordé que este veco era un veco escritor. La naranja mecánica, sí, así se llamaba. Extraño que me hubiese quedado en la memoria. Pero yo no debía abrir la rota, pues ahora necesitaba ayuda y bondad. Los horribles y grasños brachnos de aquel terrible mesto blanco me habían hecho así, obligándome a necesitar bondad y ayuda, e imponiéndome el deseo de dar yo mismo bondad y ayuda, si alguien quería recibirlas.

– Aquí estamos, pues -dijo este veco, volviendo. Me dio un vaso caliente y estimulante para pitear, y me sentí mejor, y el veco me limpió después las cortaduras en el litso. Luego dijo-: Ahora un buen baño caliente, yo te lo prepararé, y después me cuentas todo lo que pasó, mientras yo te sirvo una buena cena caliente. -Oh, hermanos míos, podría haber llorado ante tanta bondad, y creo que él alcanzó a videarme las viejas lágrimas en los glasos, porque dijo. -Bueno bueno bueno -al mismo tiempo que me palmeaba el plecho .

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