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– Basta, basta, basta -crichaba yo sin parar-. Paren eso, grasños bastardos, que ya no aguanto. -Hermanos, era el día siguiente, y había hecho de veras lo posible por la mañana y la tarde, siguiéndoles el juego, sentado en esa silla de tortura como un málchico joroschó amable y bien dispuesto, mientras pasaban en la pantalla sucias escenas de ultraviolencia, y yo tenía los glasos bien abiertos para videarlo todo, y el ploto, las rucas y las nogas atados al sillón, de modo que no podía moverme. Lo que ahora me obligaban a videar no era en realidad una vesche que antes me hubiese parecido muy mala; sólo eran tres o cuatro málchicos crastando una tienda y llenándose de dinero los carmanos, al mismo tiempo que jugaban con la ptitsa starria y crichante de la tienda, y la tolchocaban y le hacían brotar el crobo rojo rojo. Pero el latido y el bum bum bum bum en mi golová y las ganas de vomitar y la sed asquerosa y raspante en la rota, todo eso era peor que el día anterior. -Oh, basta, basta -exclamé-. No es justo, sodos vonosos -y traté de despegarme de la silla, pero no era posible, yo estaba allí como clavado.

– Excelente -crichó este doctor Brodsky-. Está yendo muy bien. Una más y hemos terminado.

Bueno, otra vez la starria guerra de 1939-1945, y era una película toda manchada, con rayas y grietas, y se podía videar que había sido hecha por los alemanes. Comenzaba con las águilas alemanas y la bandera nazi y esa cruz toda retorcida que a los málchicos de la escuela les gusta dibujar, y había oficiales alemanes muy altaneros y nadmeños caminando por calles polvorientas, entre agujeros de bombas y edificios caídos. Después se vieron unos liudos fusilados contra la pared, oficiales dando órdenes y también horribles plotos nagos tirados en las alcantarillas, todos como jaulas de costillas peladas y las nogas blancas y delgadas. Después aparecían otros liudos que crichaban, pero eso no se oía en la banda de sonido, oh hermanos -el único sonido era la música-, y los oficiales los tolchocaban mientras se los llevaban a la rastra. Y en eso, a pesar de todo el dolor y las náuseas, comprendí que la música que resonaba y crepitaba en la banda de sonido era de Ludwig van, el último movimiento de la Quinta Sinfonía, y entonces criché como un besuño: -¡Basta! -criché-. Basta, sodos grasños y asquerosos. ¡Un pecado, sí, eso, eso, un sucio e imperdonable pecado, brachnos! -No suspendieron en seguida la filmación, porque sólo faltaban un minuto o dos- unos liudos apaleados y crobosos, más pelotones de fusilamiento, luego la vieja bandera nazi y FIN. Pero cuando se encendieron las luces, este doctor Brodsky y también el doctor Branom estaban de pie frente a mí, y el doctor Brodsky decía:

– ¿Qué decías acerca del pecado, eh?

– Eso -dije, sintiéndome muy enfermo-. Usar de ese modo a Ludwig van. Él no le hizo daño a nadie. Beethoven no hizo más que escribir música. -Y entonces me sentí realmente enfermo, y tuvieron que traerme un recipiente que tenía forma de riñón.

– La música -dijo el doctor Brodsky, como hablándose a sí mismo-. De modo que le gusta la música. No sé nada de música, excepto que intensifica bien las emociones. Bueno, bueno. ¿Qué opina, doctor Branom?

– No puede evitarlo -replicó el doctor Branom-. El hombre destruye lo que ama, como dijo el poeta-prisionero. Quizás hemos encontrado el factor personal de castigo. Esto seguramente complacerá al director.

– Denme de beber -dije-. Por amor de Bogo. -Suéltenlo -ordenó el doctor Brodsky-. Tráiganle una jarra de agua helada. -Así que los subvecos se lanzaron a cumplir las órdenes, y poco después yo estaba piteando galones y más galones de agua, y era una felicidad, oh hermanos míos. El doctor Brodsky dijo:

– Pareces un joven bastante inteligente. Además, se diría que tienes cierto gusto. El único inconveniente es esa inclinación a la violencia, ¿no es así? Violencia y robo, y el robo como forma de la violencia. -Yo no goboré una sola palabra, hermanos. Todavía me sentía enfermo, aunque ahora un malenco mejor. Pero había sido un día espantoso.- Bien -continuó el doctor Brodsky-, ¿qué piensas de todo esto? Dime, ¿qué crees que te estamos haciendo?

– Me hacen enfermar, me siento mal cada vez que veo esas sucias películas perversas. Aunque en realidad no es por las películas. Creo que si dejara de verlas no volvería a enfermarme.

– Justo -dijo el doctor Brodsky-. Asociación, el método educativo más antiguo del mundo. ¿Y cuál es la verdadera causa de que te sientas mal?

– Esas vesches grasñas y podridas que me han puesto en la golová y el ploto -repliqué-. Eso es.

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