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– ¿Adónde irás cuando salgas de aquí? -En realidad, no había pensado en esa clase de vesche, y sólo ahora comenzaba a entender que muy pronto sería un málchico suelto y libre; y entonces vi que eso ocurriría sólo si yo aceptaba todo, y no empezaba a dratsar, crichar, y rehusarme, y esas cosas.

– Oh, iré a casa -dije-. De vuelta con pe y eme.

– ¿Con quién? -Claro, el veco no conocía la jerga nadsat , así que le aclaré:

– Con mis padres, en la vieja y querida casa de vecindad.

– Comprendo -dijo-. ¿Cuándo fue la última vez que te visitaron?

– Un mes -contesté- más o menos. Suspendieron un tiempo las visitas porque una ptitsa le pasó un poco de pólvora a un prestúpnico. y castigaron también a los inocentes, lo cual fue una jugada calosa. Así que desde hace un mes no tengo visitas.

– Comprendo -dijo el veco-. ¿Y saben tus padres de tu traslado y tu próxima libertad? -Ese slovo libertad tenía un svuco realmente hermoso.

– No -contesté, y luego-: Será toda una sorpresa para los dos, ¿verdad? Yo entro por la puerta y digo: «Aquí estoy, otra vez un veco libre».Sí, realmente joroschó.

– Bien -dijo el Encargado de Egresos-, lo dejaremos así. Lo importante es que tengas dónde vivir. Bueno, está también el problema del trabajo ¿no? -y me mostró una larga lista de empleos posibles, pero yo pensé que para eso había tiempo de sobra. Primero un lindo y malenco descanso. Podía buscarme una crastada apenas saliera y llenarme así los carmanos, pero tendría que hacerlo con mucho cuidado y completamente odinoco. Ya no confiaba en los supuestos drugos. Así que le dije a este veco que dejáramos estar un poco la cosa, y que ya volveríamos a goborarla. El veco dijo bien bien bien y se preparó para salir. Descubrí que era un tipo muy raro de veco, pues en ese momento soltó una risita y luego dijo: -¿Te gustaría darme un puñetazo en la cara, antes que me vaya? -Me pareció que yo no había slusado bien, y le pregunté:

– ¿Qué?

– ¿No te gustaría -aquí otra risita- darme un puñetazo en la cara? -Lo miré con el ceño fruncido, muy asombrado, y pregunté:

– ¿Por qué?

– Oh -dijo-, sólo para ver cómo andas. -Y me acercó mucho el litso, con una sonrisa satisfecha en toda la rota. Así que levanté el puño y se lo descargué sobre el litso, pero el veco se apartó realmente scorro, siempre sonriendo, y mi ruca pegó al aire. Me pareció muy extraño, y fruncí el ceño mientras él se alejaba, smecando a todo trapo. Y entonces, hermanos míos, me sentí otra vez realmente enfermo, lo mismo que durante la tarde, aunque sólo un par de minutos. Se me pasó scorro, y cuando trajeron la cena descubrí que tenía buen apetito, y que estaba dispuesto a devorarme el pollo asado. Pero era curioso que el cheloveco starrio me hubiese pedido un tolchoco en el litso. Y más raro todavía que yo hubiese sentido ese malestar.

Pero lo peor de todo fue que esa noche, cuando me quedé dormido, oh hermanos, tuve una pesadilla, y como todos se imaginarán soñé con una de esas escenas de película que yo había visto a la tarde. Un sueño o una pesadilla es en realidad una película dentro de la golová, excepto que entonces parece que uno puede caminar y participar en todo. Y eso es lo que me ocurrió. Era la pesadilla de una de las películas que me habían mostrado al final de la tarde, acerca de los málchicos smecantes que le hacían la ultraviolencia a una joven ptitsa, y la ptitsa crichaba mientras le salía el crobo rojo rojo, con todos los platis rasreceados realmente joroschó. Yo participaba de la vesche , smecando y siendo el líder de todo, vestido a la última moda nadsat. Pero en lo mejor de la dratsada y los tolchocos me sentí como paralizado y quise vomitar, y todos los demás málchicos smecaron realmente gronco . De modo que dratsé para volver a despertar, chapoteando en mi propio crobo, y había litros y galones, y al final me encontré en este dormitorio, en la cama. Quería vomitar, así que me levanté temblando para salir al corredor donde estaba el viejo WC. Pero ¿saben?, hermanos, habían cerrado la puerta del dormitorio con llave. Y al volverme videé por primera vez que había barrotes en la ventana. Y entonces, cuando extendí la ruca para retirar la bacinilla guardada en la malenca mesa de noche, al Iado de la cama, videé que no tenía modo de escapar de todo esto. Pero todavía no me atrevía a meterme de nuevo en la golová dormida. Pronto descubrí que, después de todo, no deseaba vomitar, pero me sentía puglio ante la idea de acostarme de nuevo en la cama. En fin, poco después me dormí, y ya no volví a soñar.

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