Y ahora un veco de chaqueta blanca me ató la golová a una especie de apoyo, y todo el tiempo cantaba una vonosa y calosa canción pop. -¿Para qué es esto? -pregunté. Y el veco replicó, interrumpiendo un instante la canción, que era para mantenerme fija la golová y obligarme a mirar la pantalla-. Pero -dije- yo quiero mirar la pantalla. Me trajeron aquí para videar películas, y eso es lo que haré. -Y entonces el otro veco de chaqueta blanca (eran tres, uno de ellos una débochca sentada frente al banco, moviendo las llaves) medio smecó al oír eso, y dijo:
– Nunca se sabe. Oh, nunca se sabe. Confíe en nosotros, amigo, es mejor así. -Y entonces descubrí que me estaban atando las rucas a los brazos del sillón, y las nogas a una especie de apoyapiés. La vesche me pareció un poco besuña, pero no me resistí. Yo estaba dispuesto a aguantar muchas cosas, oh hermanos míos, si me prometían que iban a dejarme libre en dos semanas. Pero una vesche no me gustó, y fue cuando me aplicaron broches sobre la piel de la frente, levantándome los párpados, y arriba arriba cada vez más arriba, y yo no podía cerrar los glasos por mucho que quisiera. Traté de smecar y dije: -Tiene que ser una película realmente joroschó si tanto les preocupa que la vea. -Y riéndose dijo uno de los vecos de chaqueta blanca:
– Joroschó es la palabra, amigo. Una joroschó de horrores. -Y ahí nomás me pusieron un casquete sobre la golová, y pude videar toda clase de cables que salían del casquete, y luego me aplicaron como una ventosa en la barriga, y otra en el viejo tic-tac, y también de las ventosas salían cables. Entonces se oyó el chumchum de una puerta al abrirse, y era que llegaba un cheloveco muy importante, pues se videó que los otros vecos de chaqueta blanca se ponían muy tiesos. Eso fue cuando conocí a este doctor Brodsky. Era un veco malenco , muy gordo, de pelo todo rizado, y unos ochicos muy gruesos sobre la nariz carnuda. Alcancé a videar que llevaba un traje realmente joroschó , del todo a la última moda, y despedía un vono delicado y sutil como de sala de operación. Con él estaba el doctor Branom, sonriéndome, como para darme confianza.- ¿Todo listo? -preguntó el doctor Brodsky con golosa muy profunda. Entonces pude slusar unas voces que decían listo listo listo desde cierta distancia, después más cerca, y se oyó un discreto chumchum de zumbido, como si hubiesen encendido algo. Y entonces se apagaron las luces, y ahí estaba Vuestro Humilde Narrador y Amigo sentado solo en la oscuridad, incapaz de mover ni cerrar los glasos, ni ninguna otra cosa. Y entonces, hermanos míos, comenzó la función con una música muy gronca para dar atmósfera; venía de los altavoces áspera y muy discordante. Y sobre la pantalla comenzó la película, pero sin título ni indicaciones. Todo sucedía en una calle, y podía haber sido cualquier calle de cualquier ciudad, y era una naito de veras oscura, y los faroles estaban encendidos. Era cine muy bueno, profesional, y nada de esos pestañeos y cortes que uno videa en esas películas sucias que pasan en la casa de alguien, en una calle apartada. La música no paraba, bump bump bump, y la atmósfera era siniestra. En eso apareció un viejo bajando por la calle, muy starrio, y sobre este veco starrio saltaron dos málchicos vestidos a la última moda, lo que se usaba entonces (todavía los pantalones estrechos, pero ya no corbatín, sino más bien una verdadera corbata), y empezaron a divertirse. Se slusaban bien los gritos y los gemidos del veco, con mucho realismo, y también la respiración pesada y el jadeo de los dos málchicos que lo tolchocaban. Hicieron una verdadera pasta con este veco starrio, crac crac crac con las rucas cerradas, y le arrancaron los platis y acabaron pateándole el ploto nago (que yacía colorado de crobo en el grasño barro del albañal) y después escaparon muy scorro. Entonces apareció en primer plano la golová del veco starrio castigado, y el crobo le brotaba con un hermoso color colorado. Es raro que los colores del mundo real parezcan reales de verdad sólo cuando se los ve en la pantalla.