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– Gracias -dije.

Me sentía realmente conmovido. Al mismo tiempo, tenía mis dudas sobre su afecto hacia mí. Sabía que no era hombre que se preocupase así por las buenas de otra persona.

– Respecto al trabajo no puedo contestarte ahora -dije-. Pero vine a pedirte un favor. Si no pudieras hacerlo, no te preocupes, pero dímelo claramente. Sea cual sea la respuesta, pasaremos un par de días juntos y nos divertiremos.

– Cuenta con ello -dijo Cully-. Sea lo que sea.

Me eché a reír.

– Espera que te lo diga -dije.

Por un momento, Cully pareció enfadarse.

– Me importa un carajo lo que sea. Cuenta con ello. Si está en mi mano, cuenta con ello.

Le hablé de todo el asunto. Le expliqué que estaba aceptando sobornos y que tenía treinta y tres grandes en la chaqueta y que tenía que guardar el dinero por si se descubría todo el pastel. Cully me escuchó atentamente, mirándome a la cara. Al final, ante mi asombro, me miraba sonriendo de oreja a oreja.

– ¿De qué demonios te ríes? -dije.

Cully soltó una carcajada.

– Pareces un tipo confesándole a un cura que ha cometido un asesinato. Demonios, todo el mundo haría lo que estás haciendo si pudiera. De todos modos, he de confesar que me sorprende. No te imagino diciéndole a un tipo que tiene que pagarte.

Me di cuenta de que me ponía colorado.

– Nunca les he pedido dinero -dije-. Siempre me lo proponen ellos. Y nunca cojo el dinero directamente. Después de hacerles el favor, pueden pagarme lo prometido u olvidarse de mí. A mí me da igual -le sonreí-. Soy un tramposo modesto, no una puta.

– Bueno, bueno -dijo Cully-. En primer lugar creo que estás demasiado preocupado. A mí me parece un tipo de operación que puede seguir indefinidamente. Y aunque se descubriese el pastel, lo peor que puede pasarte es que pierdas el trabajo y te condenen. Pero tienes razón, hay que guardar la pasta en lugar seguro. Esos federales son unos auténticos sabuesos, y si lo encuentran te lo quitarán todo.

Me interesó la primera parte de lo que había dicho. Una de mis pesadillas era que me meterían en la cárcel y Vallie y los niños se quedarían solos. Por eso le ocultaba todo a mi mujer. No quería que se preocupase. Además, no quería que tuviese mal concepto de mí. Para ella su marido era el artista puro e impecable.

– ¿Por qué crees que no iré a la cárcel si me cazan? -pregunté a Cully.

– Es un delito de cuello blanco -dijo Cully-. No se trata de asaltar un banco, ni de liquidar a un pobre cabrón que tiene una tienda, ni de defraudar a una viuda. Lo único que haces es sacarles pasta a unos mierdas que quieren acortar su período de servicio militar. Demonios, es algo increíble. Unos tíos que pagan para entrar en el ejército. Nadie lo creería. El jurado se moriría de risa.

– Sí, a mí también me parece divertido.

De pronto, Cully adoptó un aire absolutamente profesional, de hombre de negocios.

– Bueno, ahora dime qué es lo que quieres que haga yo. Cuenta con ello. Y si los federales te enganchan, promete que me avisarás inmediatamente. Yo te sacaré del lío. ¿De acuerdo?

Me sonrió afectuosamente.

Le expliqué mi plan: cambiar mi dinero en efectivo por fichas de mil dólares y jugar sólo pequeñas cantidades. Lo haría en todos los casinos de Las Vegas y luego, al cambiar las fichas por dinero, cogería sólo un recibo y dejaría el dinero en caja como crédito de juego. Al FBI nunca se le ocurriría mirar en los casinos. Y los recibos podía guardarlos Cully y entregármelos siempre que yo necesitase dinero.

Cully me sonrió.

– ¿Y por qué no me dejas a mí el dinero? ¿No confías en mí?

Sabía que bromeaba, pero le contesté en serio.

– Lo pensé -dije-. Pero, ¿y si te pasara algo? Si tuvieras un accidente de avión, por ejemplo. O si te volviera el gusanillo del juego… Confío en ti en este momento. Pero, ¿cómo puedo saber que no vas a volverte loco mañana o el año que viene?

Cully asintió aprobatoriamente. Luego preguntó:

– ¿Y tu hermano Artie? Tú y él estáis muy unidos. ¿No puede guardarte el dinero?

– A él no puedo pedírselo.

Cully asintió de nuevo.

– Sí, supongo que no puedes. Es demasiado honrado, ¿no?

– Lo es -dije.

No quería entrar en largas explicaciones de lo que pensaba.

– ¿Te parece bien mi plan? -pregunté-. ¿Crees que es válido?

Cully se levantó y empezó a pasear por la habitación.

– No está mal -dijo-. Pero es raro que alguien quiera tener crédito en todos los casinos. Resulta sospechoso. Sobre todo si el dinero queda depositado durante mucho tiempo. La gente sólo deja el dinero en caja hasta que lo pierde todo o se va de Las Vegas. Lo que tienes que hacer es lo siguiente: compra fichas en todos los casinos y deposítalas aquí, en nuestra caja. Ya sabes, puedes depositar tres o cuatro veces al día unos cuantos miles y coger un recibo. Así todos tus recibos serán de nuestra caja. Si los federales metiesen la nariz en el asunto o escribiesen al hotel, yo lo arreglaría. Yo podría protegerte.

Yo estaba preocupado por él.

– ¿Y no te meterás en un lío por esto? -le pregunté.

Cully suspiró pacientemente.

– Es mi trabajo de cada día. Tenemos un montón de problemas con hacienda, por las cantidades de dinero que pierden algunos. Me limito a enviarles comprobantes viejos. No hay forma de que puedan descubrirme. Ya me aseguro de que no haya datos que puedan utilizarse en mi contra.

– Dios mío -dije-. Yo no quiero que desaparezca mi comprobante. No podría hacer efectivos los recibos.

Cully se echó a reír.

– Vamos, Merlyn -dijo-. Eres sólo un tramposo de tres al cuarto. Los federales no vendrán a cazarte aquí con un equipo de auditores. Envían una carta o una citación. Y además, ni siquiera se les ocurrirá hacerlo. Si no, míralo desde otro ángulo. Si gastases la pasta y descubriesen que tus ingresos son superiores a tu sueldo, puedes decirles que son ganancias de juego. No podrán demostrar que no es así.

– No puedo demostrar que lo es -dije.

– Claro que puedes -dijo Cully-. Yo declararé en tu favor, y lo mismo un jefe de sección y un empleado de la mesa de dados. Declararemos que tuviste mucha suerte con los dados. Así que no te preocupes. Pase lo que pase, no habrá problemas. Tu único problema es dónde esconder los recibos de caja del casino.

Los dos pensamos sobre esto un rato. Al final, Cully encontró una solución.

– ¿Tienes abogado? -preguntó.

– No -dije-. Pero mi hermano Artie tiene un amigo que es abogado.

– Entonces haz testamento -dijo Cully-. En el testamento puedes indicar que tienes depositado dinero en este hotel por un total de treinta y tres mil dólares y que se lo dejas a tu mujer. Pero no, dejemos al abogado de tu hermano. Utilizaremos un abogado conocido mío de aquí de Las Vegas en el que podemos confiar. Luego el abogado enviará una copia del testamento a Artie en un sobre especial legalmente sellado. Hay que decirle a Artie que no lo abra. De ese modo, no sabrá nada y no estará complicado en nada. Nunca se enterará. Lo único que tienes que decirle es que no debe abrir el sobre, que sólo debe guardarlo. El abogado enviará también una carta en este sentido. No hay manera de que Artie pueda tener problemas. Y no sabrá nada. Invéntate una historia para explicar por qué quieres que tenga él el testamento.

– Artie no me pedirá que le explique nada -dije-. Lo hará sin preguntas.

– Tienes un buen hermano -dijo Cully-. Pero, ¿qué vas a hacer con los recibos? Los federales son capaces de meter las narices en todo, incluso en el banco. ¿Por qué no los escondes en tus viejos manuscritos como escondiste el dinero? Aun en caso de una orden de registro, nunca se fijarían en esos papelitos.

– No puedo correr ese riesgo -dije-. Pero aclaremos lo de los recibos. ¿Qué pasaría si los perdiese?

Cully no captó la cuestión, o así me lo hizo creer.

– Tendremos constancia en nuestro archivo -dijo-. Lo único que pasará es que te haremos firmar un recibo certificando que los perdiste, cuando retires el dinero. Sólo tendrás que firmar al retirar tu dinero.

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