Me quedé perplejo.
Oí de nuevo el tic de la carta marcada. Sonreía radiante, pero había un pequeño temblor en su boca que me indicaba que mentía. Escrutaba mi rostro atentamente. Quería que la creyese, y se daba cuenta de que no la creía.
– Pasará por aquí a recogerme -dijo-: creo que conseguiré acabar hacia las once.
– Está bien, de acuerdo -dije.
Por encima de su hombro, pude ver que Alice miraba fijamente su vaso, sin mirarnos, procurando claramente no oír lo que decíamos.
Así que me quedé esperando y, por supuesto, apareció el director. Era un tipo joven pero ya casi calvo, y de aire muy profesional y práctico. No tenía tiempo para tomar un trago. Le dijo pacientemente a Janelle:
– Estamos ensayando en mi casa. Quiero que estés absolutamente perfecta para este nuevo ensayo de vestuario de mañana. Evarts y yo hemos cambiado algunas frases y algunas otras cosas.
Se volvió a mí.
– Siento estropearle la noche, pero el trabajo es el trabajo -dijo parodiando el tópico.
Parecía buen tipo. Les dirigí a él y a Janelle una fría sonrisa.
– Está bien -dije-. Tomaos todo el tiempo que queráis.
Al oír esto, Janelle se asustó un poco. Le dijo al director:
– ¿Crees que podremos acabar hacia las diez?
Y el director dijo:
– Hombre, si le damos duro, puede.
– ¿Por qué no esperas aquí con Alice -dijo Janelle- y yo vuelvo hacia las diez y cenamos juntos de todas formas? ¿Te parece bien?
– Bueno, sí -dije.
Así pues, cuando se fueron esperé con Alice, y hablamos. Me dijo que había cambiado la decoración del apartamento y me cogió de la mano y fue enseñándome las habitaciones. Estaba todo muy bien, desde luego. La cocina tenía unas contraventanas especiales, los aparadores estaban maravillosamente decorados. Había ollas y cazuelas de cobre colgando del techo.
– Una maravilla -dije-. No puedo imaginarme a Janelle haciendo todo esto.
Alice se echó a reír.
– No -dijo-. Yo soy quien se encarga de la casa.
Luego me enseñó los tres dormitorios. Uno era, evidentemente, el dormitorio de un niño.
– Es para el hijo de Janelle cuando viene a verla.
Luego me llevó al dormitorio principal, donde había una cama inmensa. Lo había cambiado, desde luego. Era absolutamente femenino, con muñecas en las paredes, grandes cojines en el sofá y una televisión a los pies de la cama.
Entonces, le dije:
– ¿De quién es este dormitorio?
– Mío -dijo Alice.
Pasamos al tercer dormitorio, que estaba muy revuelto. Parecía claro que se utilizaba como una especie de trastero. Había toda clase de objetos y muebles esparcidos por allí. La cama era pequeña y tenía un edredón.
– ¿Y este dormitorio de quién es? -pregunté, casi burlonamente.
– De Janelle -dijo Alice.
Al decirlo, soltó mi mano y apartó la cabeza.
Me di cuenta de que estaba mintiendo y de que Janelle compartía con ella la cama grande.
Volvimos a la sala y esperamos.
A las diez y media sonó el teléfono. Era Janelle.
– ¡Oh Dios mío! -dijo.
El tono era tan dramático como si tuviese una enfermedad incurable.
– Aún no hemos terminado -continuó-. Nos falta por lo menos otra hora. ¿Quieres esperar?
Me eché a reír.
– Claro -dije-. Esperaré.
– Volveré a llamarte -dijo ella-. En cuanto sepa que hemos terminado. ¿De acuerdo?
– De acuerdo -dije yo.
Esperé con Alice hasta las doce en punto. Ella quería prepararme algo para comer, pero yo no tenía nada de hambre. Por entonces estaba pasándolo bien. No hay nada tan divertido como que se rían de uno mismo tomándolo por tonto.
A las doce volvió a sonar el teléfono y yo sabía ya lo que iba a decir ella, y lo dijo. Aún no habían terminado. No sabía a qué hora iban a terminar.
Fui muy simpático con ella. Sabía que estaría cansada. Que no la vería aquella noche y que la llamaría al día siguiente desde casa.
– Querido, eres tan bueno, tan bueno. De veras que lo siento -dijo Janelle-. Llámame mañana por la tarde.
Le di las buenas noches a Alice y ella me besó en la puerta y fue un beso de hermana, y me dijo:
– Vas a llamar a Janelle mañana, ¿no?
– Claro -dije yo-. La llamaré mañana desde casa.
A la mañana siguiente cogí el primer avión para Nueva York y en el aeropuerto Kennedy llamé a Janelle. Se puso contentísima.
– Temía que no llamaras.
– Prometí llamarte -dije.
– Estuvimos trabajando hasta muy tarde y el ensayo con el vestuario no es hasta las nueve de esta noche -dijo-. Podría ir al hotel un par de horas si quisieses verme.
– Claro que quiero verte -dije-. Pero estoy en Nueva York. Te dije que te llamaría desde casa.
Hubo una larga pausa al otro lado del hilo.
– Comprendo -dijo.
– Bien -dije yo-. Te llamaré cuando vuelva a Los Angeles, ¿de acuerdo?
Hubo otra larga pausa y al fin dijo:
– Has sido increíblemente bueno para mí, pero no puedo permitir que sigas hiriéndome.
Y colgó el teléfono.
Pero en mi viaje siguiente a California hicimos las paces y empezamos todo de nuevo. Ella quería ser absolutamente honrada conmigo; no habría más malentendidos. Juró que no se había acostado ni con Evarts ni con el director, que ella era siempre absolutamente sincera conmigo. Que jamás volvería a mentirme. Y para demostrarlo, me contó su asunto con Alice. Era una historia interesante, pero no demostraba nada, al menos según mi opinión. Aun así, fue interesante saber la verdad, desde luego.
37
Janelle vivió dos meses con Alice De Santis antes de darse cuenta de que Alice estaba enamorada de ella. Tardó tanto en darse cuenta porque de día trabajaban las dos mucho, Janelle estaba ocupadísima con las entrevistas que le preparaba su agente y Alice trabajaba muchas horas diseñando el vestuario de una película de gran presupuesto.
Tenían dormitorios independientes. Pero a veces, ya muy tarde, Alice entraba en el dormitorio de Janelle y se sentaba en la cama a charlar. Alice preparaba algo de comer y un chocolate caliente que las ayudase a dormir. Normalmente hablaban del trabajo. Janelle explicaba las insinuaciones sutiles, y a veces no tanto, que le habían hecho aquel día y se reían las dos. Alice nunca le decía a Janelle que alentaba esta actitud de los hombres con sus encantos de beldad sureña.
Alice era una mujer alta, de aspecto impresionante, muy práctica y dura hacia el mundo exterior. Pero con Janelle era suave y amable. Le daba siempre un beso fraterno antes de acostarse cada una en su habitación. Janelle la admiraba por su inteligencia y eficacia en el campo del diseño.
Alice terminó su tarea en la película al mismo tiempo que apareció Richard, el hijo de Janelle, a pasar parte de sus vacaciones de verano con su madre. Normalmente, cuando iba a visitarla su hijo, Janelle consagraba todo su tiempo a pasearle por Los Angeles, llevarle a los espectáculos, a patinar, a Disneylandia. A veces, alquilaba un pequeño apartamento en la playa por una semana. Siempre disfrutaba con la visita de su hijo y se sentía muy feliz el mes que estaba con ella. Este verano en concreto consiguió un pequeño papel en una serie de televisión, que la mantendría ocupada la mayor parte del tiempo pero que le proporcionaría también dinero para vivir durante un año. Empezó a escribir una larga carta a su ex marido para explicarle por qué Richard no podría visitarla aquel verano, y luego apoyó la cabeza en la mesa y empezó a llorar. Tenía la sensación de estar en realidad deshaciéndose de su hijo.
Fue Alice quien la salvó. Le dijo que dejase venir a Richard. Se comprometió a hacerse cargo de él. Dijo que le llevaría a visitar a Janelle en los estudios para que la viese trabajar y que se lo llevaría luego antes de que pusiese nervioso al director. Ella se encargaría del muchacho de día. Luego Janelle podría estar con él de noche. Janelle se sintió enormemente agradecida.