Carl Scorso yacía con la espalda en la arena.
Mojada y temblorosa, Sasha estaba a su lado, recargando el revólver. Debió de acertarle casi todos los disparos que había oído, pero debía pensar que podía necesitar más.
De hecho Scorso se retorcía y movía las manos en la arena, como si quisiera meterse en ella, como hacen los cangrejos.
Con un estremecimiento de horror, se inclinó y disparó el último tiro, esta vez en la nuca.
Cuando se volvió hacia mí, estaba llorando. Y no intentó reprimir las lágrimas. Yo ya no lloraba. Y me dije a mí mismo que uno de nosotros debía mantenerse sereno.
– Eh -dije suavemente.
Ella vino a mis brazos.
– Eh -murmuró junto a mi cuello.
La abracé.
La lluvia caía con tal fuerza que no podía ver las luces de la ciudad. Moonlight Bay podía haberse disuelto en este flujo infernal, desapareciendo como si sólo hubiera sido la escultura de arena de una ciudad.
Pero seguía estando allí. Esperando que la tormenta remitiera, y luego otra, y otra, hasta el final de los días No había escape. No para nosotros. Llevábamos Moonlight Bay en nuestra sangre.
– ¿Qué será de nosotros ahora? -preguntó, todavía en mis brazos.
– Viviremos.
– Todo es tan confuso…
– Como siempre.
– Todavía están allá afuera.
– Quizá nos dejen tranquilos por una temporada.
– ¿Adonde vamos a ir, Snowman?
– A casa. A tomar una cerveza.
Todavía temblaba, y no a causa de la lluvia.
– ¿Y después qué? No podemos estar bebiendo cerveza siempre.
– Mañana tendremos buen oleaje.
– ¿Va a ser tan sencillo?
– Encárate a las grandes olas mientras puedas.
Volvimos hacia la casa y nos encontramos a Bobby y a Orson sentados en los escalones en el porche de atrás. Había sitio suficiente para que nos sentáramos junto a ellos.
Ninguno de mis hermanos estaba del mejor humor.
Bobby necesitaba un antibiótico y un vendaje.
– Es una herida superficial, fina como una cuchilla, y sólo debe tener medio centímetro de profundidad.
– Lo siento por la camisa -dijo Sasha.
– Gracias.
Orson se levantó, descendió los escalones, se metió en la lluvia y vomitó en la arena. Era una noche para el vómito.
No pude apartar los ojos de él. Estaba trémulo de miedo.
– Quizá debiéramos llevarlo a un veterinario -dijo Sasha.
Negué con la cabeza. No lo llevamos al veterinario.
No iba a llorar. Yo no lloro ¿Cuánta amargura puedes soportar tragándote tantas lágrimas?
Cuando pude hablar, dije.
– No confiaría en ningún veterinario de la ciudad. Probablemente forman parte de todo esto. Si se dan cuenta de que es uno de los animales de Wyvern, podrían llevárselo otra vez a los laboratorios.
Orson estaba con la cabeza levantada hacia la lluvia, refrescándose.
– Volverán -dijo Bobby, refiriéndose al grupo.
– Esta noche no. Y quizá no durante mucho tiempo.
– Más pronto o más tarde.
– Sí.
– ¿Y qué más? -se preguntó Sasha- ¿Qué más?
– Ahí afuera hay un caos -dije recordando lo que me había dicho Manuel- Un mundo completamente nuevo ¿Quién demonios sabe lo que hay en él, o lo que va a nacer de él?
A pesar de todo lo que había visto y todo lo que había aprendido del proyecto Wyvern, quizá no fue hasta ese momento en los escalones del porche cuando comprendimos de verdad que estábamos viviendo el fin de la civilización, en el borde de Armagedón. Como los tambores del Juicio Final, una lluvia fuerte e incesante batía el mundo. Esta noche era como cualquier otra noche en la tierra y no me hubiera sentido más extraño si las nubes se hubieran abierto para dar paso a tres lunas en lugar de una y el cielo estuviera lleno de estrellas que no había visto antes.
Orson lamió el agua que se había concentrado en el último escalón del porche. Vino a mi lado más seguro que cuando había bajado.
Vacilante, utilizando el código de los movimientos del sí y el no, le pregunté cómo se encontraba. Estaba perfectamente.
– Jesús -exclamó Bobby con alivio. Nunca le había visto tan conmovido.
Entré a coger cuatro cervezas y el cuenco en el que Bobby había escrito la palabra Rosebud . Luego volví al porche.
– Hay un par de cuadros de Pia con agujeros de bala -dije.
– Le echaremos la culpa a Orson -apuntó Bobby.
– No, sería más peligroso que un perro con un arma.
Nos quedamos unos instantes en silencio, escuchando la lluvia y el delicioso susurro del aire fresco.
Miré hacia el cuerpo de Scorso que yacía en la arena. Ahora Sasha era una asesina como yo.
– Esto ha sucedido de verdad -dijo Bobby.
– Totalmente -repuse.
– Fantástico.
– Una locura -apuntó Sasha.
Orson se esponjó.
Envolvimos a los monos muertos con unas sábanas. Y el cuerpo de Scorso también. Esperaba que se sentara y alargara la mano hacia mí, arrastrando las vendas de algodón, como si fuera una momia de una de esas películas de hace muchos años, en una época en la que a la gente le asustaba más el mundo sobrenatural que el mundo real que les había tocado vivir. Luego los metimos en la parte trasera del Explorer.
Bobby había sacado unos plásticos del garaje que habían dejado los pintores que hacía poco le habían barnizado la madera de la casa. Los utilizamos para cubrir las ventanas rotas lo mejor que pudimos.
A las dos de la mañana, Sasha nos condujo a los cuatro hacia la parte nordeste de la ciudad, a lo largo del camino particular, pasó ante los gráciles pimenteros de California que se alzaban como una hilera de deudos empapados bajo la tormenta, y ante la Pietá de cemento. Nos detuvimos bajo el pórtico, ante la casa de estilo georgiano.
No había luz alguna. Ignoraba si Sandy Kirk estaba durmiendo o no se encontraba en la casa.
Sacamos los cuerpos enrollados en las sábanas y los apilamos ante la puerta principal.
– ¿Te acuerdas cuando veníamos aquí a ver trabajar al padre de Sandy? -dijo Bobby cuando nos alejamos.
– Sí.
– Imagínate si una noche nos hubiéramos encontrado algo así en los escalones de su puerta.
– Fantástico.
Teníamos que limpiar la casa de Bobby, pero no estábamos preparados para aplicarnos a la labor. Fuimos a casa de Sasha y pasamos el resto de la noche en la cocina, aclarando la cabeza con más cerveza y meditando sobre el relato de mi padre de los orígenes del nuevo mundo y nuestra nueva vida. Mi madre había soñado con un nuevo y revolucionario sistema en el que un retrovirus fabricado mediante ingeniería genética iba a conducir los genes a las células de los pacientes o de los sujetos de experimentación. En las instalaciones secretas de Wyvern, un equipo de científicos de primera clase había llevado a cabo su idea. Los nuevos microbios de chicos trabajadores constituyeron un éxito mucho más espectacular de lo que nadie hubiera podido esperar.
– Entonces aparece Godzilla -dijo Bobby.
Los nuevos retrovirus, aunque debilitados, demostraron ser tan inteligentes que no sólo eran capaces de llevar su paquete de material genético, sino que seleccionaban un paquete del ADN del paciente -o de los animales de laboratorio- para reemplazar a los que ellos distribuían. Aquello los convertía en mensajeros de ida y vuelta, al transportar material genético al cuerpo y fuera del cuerpo.
Además eran capaces de capturar otros virus presentes en el cuerpo de los sujetos, seleccionar las características de aquellos organismos y rehacerlos. Mutaban con mayor rapidez que cualquier microbio lo había hecho antes. Mutaban tan rápido, que en cuestión de horas se transformaban en algo nuevo. También eran capaces de reproducirse, a pesar de haber sido debilitados.
Antes de que en Wyvern nadie se diera cuenta de lo que estaba sucediendo, las nuevas bacterias de mi madre estaban transportando tanto material genético fuera de los animales de experimentación como al interior de ellos, y trasladando dicho material no sólo entre los diferentes animales, sino también entre los científicos y demás trabajadores del laboratorio. El contagio no sólo es por contacto sino también a través de los fluidos corporales. Un contacto con la piel es suficiente para que se lleve a cabo la transferencia si tienes una pequeña herida o una escoriación: un cortecito, una heridita al afeitarte.
En los próximos años todos nos vamos a contagiar con un nuevo ADN diferente al de los demás. El efecto será también diferente en cada caso. Algunos de nosotros no cambiaremos de un modo que pueda apreciarse, porque recibiremos tantos fragmentos de tantas fuentes que no se producirá un efecto acumulativo. Cuando nuestras células mueran, el material introducido podrá o no podrá aparecer en las nuevas células que las reemplacen. Pero algunos de nosotros se transformarán en monstruos tanto desde el punto de vista físico como mental.
Parafraseando a James Joyce: se oscurecerá, tinct-tint, todo nuestro mundo animal. Oscurecido con extraña diversidad.
Ignoramos si el cambio será rápido, si los efectos serán visibles o si el secreto saldrá a la luz junto con la labor del retrovirus, o si se tratará de un proceso sutil que requerirá años o siglos. No nos queda más remedio que esperar y ver. Mi padre creía que el problema no se iba a extender del todo debido a un fallo en la teoría. Creía que los de Wyvern -que probaron las teorías de mi madre y las desarrollaron hasta poder producir los actuales organismos- eran más culpables que ella, porque las cambiaron de una forma que aunque pudiera parecer sutil al principio, pudo comprobarse que el resultado final era calamitoso.
Mirándolo bien, mi madre destruyó el mundo que conocemos, pero después de todo sigue siendo mi madre. Hizo lo que hizo por amor, con la esperanza de salvarme la vida. La quiero mucho más que antes, y sorprende que pudiera ocultar su terror y su angustia durante los últimos años de su vida, después de darse cuenta de qué clase de nuevo mundo se estaba acercando.
Mi padre no estaba convencido del todo de que se suicidara, pero en sus notas, admite la posibilidad. Cree más en el asesinato. Aunque la plaga se haya extendido con rapidez -con demasiada rapidez- para poder contenerla, mamá quería hacer pública la situación. Quizá fue silenciada. Tanto si se suicidó como si intentó enfrentarse a los militares y al gobierno, no importa, porque ya no está.
Ahora que comprendo mejor a mi madre, sé dónde encuentro la fuerza -o la voluntad obsesiva- para reprimir mis emociones cuando son demasiado difíciles de soportar. Y voy a intentar cambiar esto. No sé por qué no debería ser capaz de hacerlo. Después de todo es lo que va a suceder en el mundo: cambio. Un cambio inexorable.