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Aunque algunos me odien por ser hijo de mi madre, se me permite vivir. Mi padre no estaba seguro de la razón por la cual gozaba de esta dispensa, considerando la naturaleza salvaje de algunos de mis enemigos. Sospechaba, sin embargo, que mi madre utilizaba fragmentos de mi material genético para diseñar ese virus apocalíptico; quizá la clave para detener o al menos limitar la calamidad se encuentre en mis genes. Me hacen análisis de sangre mensuales, como ya he dicho, por razones relacionadas con el XP que se estudian en Wyvern. A lo mejor soy un laboratorio ambulante: albergo el potencial que inmuniza contra la plaga o la clave de lo que provocará terror y destrucción. Mientras mantenga el secreto de Moonlight Bay y viva según las reglas de los contagiados, lo más probable es que siga vivo y libre. Por otro lado, si intento contárselo al mundo, no hay duda de que viviré hasta el final de mis días en la oscura habitación de alguna cámara subterránea, bajo los campos y las colinas de Fort Wyvern.

Además, papá temía que me llevaran, más pronto o más tarde, para encerrarme y asegurarse de un continuo suministro de muestras de sangre. Y yo tendré que vivir con esta amenaza. El domingo por la mañana y a primeras horas de la tarde, cuando la tormenta ya había pasado, de los cuatro sólo Sasha no se despertó de una pesadilla.

Después de cuatro horas en la cama, bajé a la cocina de Sasha y me senté con las persianas corridas. Durante un rato, bajo la débil luz, estudié las palabras Instrucción Secreta del gorro, preguntándome qué relación tendrían con el trabajo de mi madre. Aunque no podía saber su significado, sentí que Moonlight Bay no era el camino directo al infierno, como Stevenson había asegurado. Nos dirigíamos hacia un misterioso destino que no podíamos entrever del todo: quizá prodigioso, o quizá mucho peor que las torturas del infierno.

Después me puse a escribir a la luz de las velas. Quiero contar todo lo que suceda el tiempo que me quede.

No espero ver publicado este trabajo. Quienes desean que la verdad de Wyvern permanezca oculta, nunca me permitirían publicarlo. Stevenson tenía razón: es demasiado tarde para salvar el mundo. De hecho es el mismo mensaje que Bobby me ha estado transmitiendo durante nuestra larga amistad.

Aunque ya no escriba nada más que pueda publicarse, es importante tener un relato de la catástrofe. El mundo tal como lo conocemos no debería desaparecer sin la explicación de la transición que le reserva el futuro. Somos una especie arrogante, llena de un terrible potencial, pero también poseemos una gran capacidad para el amor, la amistad, la generosidad, la bondad, la fe, la esperanza y la alegría. Cómo sucumbamos por nuestra culpa puede ser más importante que cómo hemos llegado a existir, que es un misterio que nunca resolveremos.

Debo relatar deprisa todo lo que sucede en Moonlight Bay y, por extensión, en el resto del mundo cuando se extienda el contagio, aunque relatarlo sea una futilidad, porque un día quizá ya no quedará nadie que lea mis palabras o que sea capaz de hacerlo. Correré el riesgo. Si fuera jugador, apostaría que algunas especies saldrán del caos, nos reemplazarán y se adueñarán de la tierra como nosotros lo hicimos. Y si fuera jugador, apostaría mi dinero por los perros.

El domingo por la noche el cielo era tan profundo como la faz de Dios y las estrellas, más puras que lágrimas. Los cuatro fuimos a la playa. Unos monolitos cristalinos de más de cuatro metros llegaban incesantemente procedentes de Tahití. Fue épico. Y palpitante.

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