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No tengo llave. Hay escondida una copia en una maceta de terracota en forma de sapo, bajo las hojas amarillentas de una planta. Cuando el incipiente amanecer había adquirido un brillo gris claro y el mundo se preparaba para sueños de asesinato, me metí en el refugio de la casa de Sasha.

Fui a la cocina e inmediatamente conecté la radio. Sasha estaba en la última media hora de su programa, dando una información del tiempo. Todavía estábamos en la estación húmeda y se aproximaba una tormenta por el noroeste. Llovería un poco al anochecer.

Si hubiera predicho que íbamos a tener olas de treinta metros y erupciones volcánicas con grandes ríos de lava, lo hubiera escuchado con placer. Cuando oí su voz suave y un poco ronca de la radio, en mi rostro apareció una sonrisa estúpida y aun en esta mañana próxima al fin del mundo, no pude impedir sentirme sedado y estimulado al mismo tiempo.

Cuando el día empezaba a despuntar tras las ventanas, Orson se dirigió directamente a dos cuencos de plástico que había en una esterilla de plástico, en un rincón. Llevaban impreso su nombre tanto en casa de Bobby como en la de Sasha, Orson es de la familia.

Cuando era un cachorro, le dimos varios nombres, pero él no respondía a ninguno. Tras observar con que concentración miraba viejas películas de Orson Wells cuando las poníamos en el vídeo -y, sobre todo, cuando Wells aparecía en escena- lo rebautizamos en broma con el nombre del actor. Desde entonces ha respondido a este apelativo.

Como los dos cuencos estaban vacíos, Orson cogió uno de ellos con la boca y me lo trajo. Lo llené con agua y lo volví a poner en la esterilla de goma, para evitar que cayera en el suelo de cerámica blanca.

Alzó el segundo cuenco y me miró con expresión suplicante. Como cualquier perro, los ojos y la cara de Orson están mejor adaptados para una mirada suplicante que los expresivos rasgos de la mayoría de los actores con talento que pisan los escenarios.

Cuando estábamos a bordo del Nostromo , con Roosevelt, Orson y Mungojerrie ante la mesa, me acordé de aquellas pinturas bien ejecutadas de perros jugando al póquer, y se me ocurrió que mi subconsciente había estado intentando decirme algo importante porque la imagen del recuerdo había sido muy vívida. Ahora lo entendí. Los perros de aquellos cuadros representan un tipo humano familiar, más inteligente que cualquier ser humano. En el Nostromo, debido al juego que habían practicado Orson y el gato «burlándose de sus estereotipos», pensé que algunos de esos animales salidos de Wyvern podían ser más inteligentes de lo que había imaginado, tan inteligentes que yo aún no estaba preparado para enfrentarme a la verdad. Si podían sostener los naipes y hablar, podían ganar una mano al póquer, y hasta podrían dejarme pelado.

– Es algo temprano -dije, cogiendo el plato de comida de Orson - Pero has estado muy activo esta noche.

Tras verter en el cuenco su comida para perros preferida, cerré las persianas de la cocina para evitar la amenaza de la luz del día. Estaba bajando la última, cuando oí que una puerta de la casa se cerraba suavemente.

Me quedé inmóvil, escuchando.

– ¿Hay alguien? -murmuré.

Orson alzó la vista del cuenco, husmeó el aire, movió la cabeza y volvió a concentrarse en su comida.

Las trescientas pistas del circo de mi mente.

Me lavé las manos en el fregadero y me rocié la cara con un poco de agua fresca.

Sasha mantiene su cocina inmaculada, brillante y aromática, pero está desordenada. Es una cocinera magnífica, y montones de exóticos artefactos ocupan al menos la mitad del espacio. Hay tantos potes, sartenes, cacerolas y utensilios colgados de rejillas en la pared, que te da la sensación de que te encuentras en una caverna donde de cada pulgada del techo penden estalactitas.

Fui por la casa cerrando cortinas y sintiendo el vibrante espíritu de Sasha en cada rincón. Está tan viva que deja un aura que se mantiene aun después de haberse ido.

El interior de la casa no es de diseño, los muebles y los objetos artísticos no hacen juego. En su lugar, cada habitación es la manifestación de una de sus pasiones. Es una mujer de muchas pasiones.

Todas las comidas se hacen en la mesa de la cocina, porque el comedor está dedicado a su música. En una de las paredes hay un teclado electrónico, un sintetizador a gran escala con el que podría componer para una orquesta si lo deseara, y al lado la mesa de composición con pentagramas en blanco que esperan su lápiz. En el centro de la habitación hay un mezclador. En una de las esquinas, un cello de alta calidad con un taburete bajo. En otra esquina, junto a un atril, un saxofón colgado de un soporte de latón. También hay dos guitarras, una acústica y la otra electrónica.

La sala de estar está llena de libros, otra de sus pasiones. Las paredes están forradas de estanterías que desbordan con libros bien encuadernados y libros de bolsillo. Los muebles no son de estilo: sillas de tono neutral y sofás elegidos por su comodidad, perfectos para sentarse y charlar o para pasar muchas horas con un libro.

En el segundo piso, la primera habitación después de la escalera alberga una bicicleta estática, un aparato de remos, un juego de pesas de medio kilo a diez, cuyo peso se incrementa de medio en medio kilo y una tabla de ejercicios. También es su habitación de medicina homeopática, donde guarda multitud de potes de vitaminas y minerales y practica yoga. Cuando se monta en la bicicleta, no baja hasta que está bañada en sudor y ha recorrido al menos cuarenta y cinco kilómetros. Luego, en el aparato de remos, hace ejercicio hasta que ha cruzado el lago Tahoe y mantiene el ritmo cantando temas de Sarah McLachlan o Julia Hartfield, Meredith Brooks o Sasha Goodall. Cuando hace abdominales y ejercicios de piernas, la colchoneta bajo su cuerpo empieza a echar humo cuando todavía no ha acabado los ejercicios. Y cuando acaba, acalorada y vigorosa, siempre tiene más energía que cuando empieza. Al finalizar una sesión de meditación con distintas posturas de yoga, la intensidad de su relajación es tan poderosa, que hasta podría hacer estallar las paredes de la habitación.

Dios, cuánto la quiero.

Salí del gimnasio al rellano y me sobrevino nuevamente la premonición de una pérdida inminente. Me puse a temblar de tal manera que tuve que apoyarme en la pared hasta que el episodio hubo pasado.

Nada podía sucederle a ella a la luz del día, nada en los diez minutos de coche, desde la emisora en Signal Hill y en el centro de la ciudad. El grupo ronda por la noche. Durante el día se esconden en algún lugar, quizás en los canales de drenaje bajo el suelo de la ciudad o en las colinas, donde encontré la colección de cráneos. Y las personas que ya han perdido toda esperanza, los mutantes como Lewis Stevenson, se controlan mejor bajo el sol que bajo la luna. Como con el hombre animal en La isla del doctor Moreau , lo salvaje que hay en ellos no se puede reprimir por la noche. Con la oscuridad pierden el control de sí mismos, una sensación de aventura se apodera de ellos, y hacen cosas que ni soñarían hacer durante el día. Seguramente nada le va a suceder a Sasha, ahora que el amanecer se cierne sobre nosotros. Quizá por primera vez en mi vida sentí alivio por la salida del sol.

Finalmente entré en su dormitorio. Aquí no encuentras instrumentos musicales, ni libros, ni macetas o bandejas de yerbas, potes de vitaminas ni aparatos de gimnasia. La cama es sencilla, con un cabezal plano, sin pies y está cubierta con una colcha blanca de felpilla. No hay nada digno de ser señalado acerca del vestidor, las mesillas de noche y las lámparas. Las paredes son de un tono amarillo claro, la sombra de una nube en la luz del sol de la mañana. Ningún objeto artístico interrumpe las lisas superficies. Para algunos, la habitación podría parecer austera, pero cuando Sasha esta presente, el espacio está tan decorado como la habitación barroca de un castillo francés y tan serena como cualquier rincón de meditación de un jardín zen. Nunca duerme a intervalos, sino tan profundamente como una piedra en el fondo del mar; a veces te encuentras alargando la mano para tocarla, para sentir el calor de su piel o el latido del pulso, para apaciguar el repentino temor por ella que te sobrecoge de cuando en cuando. Como con tantas otras cosas, siente pasión por el sueño.

Y también le apasiona la pasión y cuando hace el amor contigo, la habitación desaparece, estás en un tiempo sin tiempo, en un lugar sin lugar, donde sólo existe Sasha, sólo su luz y su calor, su luz gloriosa que arde pero no quema.

Cuando pasé junto a los pies de la cama y me dirigí hacia la primera de las tres ventanas para cerrar las cortinas, vi que había un objeto sobre la colcha. Era pequeño, irregular y muy pulimentado: un fragmento de porcelana china pintada a mano. Una boca sonriente, la curva de una mejilla, un ojo azul. Un pedazo del rostro de la muñeca Christopher Snow que se había hecho pedazos contra la pared de la casa de Angela Ferryman justo antes de que se apagaran las luces y el humo cubriera la escalera.

Al menos un miembro del grupo había estado aquí durante la noche.

Me puse a temblar otra vez, pero ahora mas por la furia que por el miedo. Saqué la pistola de la chaqueta y revisé la casa, desde el ático hasta la planta baja, cada habitación, cada armario, cada esquina, cada rincón en el que una de aquellas odiosas criaturas pudiera esconderse. Maldiciendo, lanzando amenazas que estaba dispuesto a cumplir. Abrí puertas violentamente, cajones, comprobé debajo de los muebles con la escoba. Creé una tensión tal que Orson vino corriendo a mi lado esperando encontrarme luchando por mi vida, luego me siguió a una distancia prudencial, como si temiera que, en ese estado de agitación, pudiera dispararme a los pies y a él en las patas si se acercaba más.

En la casa no había ningún miembro del grupo.

Cuando finalice la búsqueda, llené un cubo con agua amoniacal y con una esponja limpie todas las superficies que el intruso o intrusos pudieran haber tocado: paredes, suelos, escalones y barandillas, muebles. No porque creyera que podían haber dejado algún microorganismo que pudiera infectarnos, sino porque los creía sucios en sentido espiritual como si no hubieran salido de los laboratorios de Wyvern, sino de un agujero de la tierra desde el cual se elevan humos de sulfuro, una luz terrible y los gritos lejanos de los condenados.

Desde el teléfono de la cocina llame a la línea directa de la KBAY. Antes de marcar el último número recordé que Sasha ya no estaba en el aire, sino de camino a casa. Colgué y marque el número del móvil.

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