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– Es lo que creo.

– Y, sin embargo, no parece deprimido.

Con el gato en brazos, Roosevelt salió de la cabina principal y atravesó la sala de popa.

– Siempre he sido capaz de dominar los bandazos de la vida, hijo, sus vaivenes, siempre que fueran interesantes. He disfrutado de una vida plena y variada, y lo único que me espanta de verdad es el aburrimiento -salimos a cubierta de popa, en medio del abrazo viscoso de la niebla-. La vida puede resultar muy peligrosa aquí en la Joya de la Costa Central, pero vaya como vaya este asunto, te aseguro que no resultara aburrida.

Roosevelt tenía más en común con Bobby Halloway de lo que hubiera imaginado.

– Bien, señor, gracias por su advertencia. Eso creo -me senté en la brazola de escotilla y me deslice de la embarcación al muelle un par de pies más abajo, Orson lo hizo a mi lado.

La gran garza ya se había ido. La niebla se arremolino a mi alrededor, las aguas negras se rizaban bajo la embarcación y todo lo demás permanecía tan inmóvil como un sueño de muerte.

Solo había recorrido dos pasos hacia la pasarela cuando oí a Roosevelt.

– ¿Hijo?

Me detuve y me volví.

– La vida de tus amigos está realmente en peligro. Pero tu felicidad también esta en juego. Créeme, no quieras saber más de todo esto. Ya tienes bastantes problemas… el modo en que has de vivir.

– No tengo ningún problema -aseguré- Solo más ventajas y desventajas que otros.

Tenia la piel tan negra que podía haber sido un espejismo en la niebla, una jugarreta de las sombras. El gato que sostenía en sus brazos era invisible, solo se veían sus ojos, incorpóreos, misteriosos, brillantes órbitas flotantes en el aire.

– Otras ventajas… ¿realmente estas convencido? -pregunto.

– Si -conteste, aunque no estaba muy seguro de que me lo creía, de hecho podía ser verdad o me había pasado parte de la vida convenciéndome de que era cierto. Durante mucho tiempo la realidad es como tu quieres que sea.

– Te diré algo mas -dijo- Una cosa mas para que te convenzas de que debes abandonar y hacer tu vida.

Esperé.

– La razón por la que la mayoría de ellos no quiere hacerte daño, la razón por la que quieren controlarte asesinando a tus amigos, la razón por la cual la mayoría te venera es por lo que fue tu madre -añadió con expresión de pena en la voz.

El miedo, tan blanco y frío como un grillo de Jerusalén, ascendió por la parte inferior de mi espalda y por un momento los pulmones se me contrajeron tanto que no pude respirar. No sabía por qué pero la enigmática revelación de Roosevelt me afecto profundamente. Quizá porque comprendí más de lo que imaginaba. Quizá la verdad estaba esperando ser reconocida en los cañones del subconsciente… o en el abismo del corazón.

– ¿Que quiere decir? -pregunté cuando recobré el aliento.

– Si piensas en ello un momento -contesto-, si piensas de verdad quizá comprendas por qué no vas a ganar nada si sigues con tu idea y en cambio si tienes mucho que perder. El conocimiento de uno mismo nos trae la paz, hijo. Hace cientos de años no sabíamos nada de la estructura atómica o del ADN o de los agujeros negros y sin embargo, ¿somos mas felices ahora que estamos enterados?

Cuando dijo la ultima palabra la niebla llenó el espacio en cubierta donde el había estado. La puerta de una cabina se cerró suavemente, con un sonido mas fuerte se corrió un pestillo.

24

Alrededor del crujiente Nostromo, la niebla hervía en lento movimiento. Monstruosas criaturas parecían formarse más allá de la bruma, aparecían y luego se disolvían.

Inspirado por la revelación de Roosevelt Frost, cosas más temibles que monstruos en la niebla cobraron forma en la brumas de mi mente, pero no quise concentrarme en ellas para que fueran adquiriendo consistencia. Es posible que tuviera razón. Si me enteraba de todo lo que quería saber, después podría lamentar haberme enterado de la verdad.

Bobby dice que la verdad es dulce pero peligrosa. Y que las personas no podrían seguir viviendo si se enfrentaran con la fría verdad sobre si mismas.

En estos casos le digo que él nunca será un suicida.

Mientras Orson me precedía en la pasarela, consideré las opciones e intenté decidir qué hacer y a dónde ir. Había una sirena cantando y yo sólo podía oír su peligroso canto, y aunque tenía miedo de zozobrar contra las rocas de la verdad, su hipnótica melodía era irresistible.

Cuando llegué al final de la pasarela, le dije a mi perro.

– Bueno cuando quieras puedes empezar a explicarme todo esto, ya estoy listo para escuchar.

Aunque Orson hubiera podido responderme, no parecía encontrarse muy comunicativo.

La bicicleta seguía apoyada en el pilar de la dársena. La goma del manillar estaba fría, resbaladiza y húmeda debido a la condensación.

Los motores del Nostromo se pusieron en marcha a nuestras espaldas. Cuando me volví a mirar, vi las luces de navegación de la embarcación difusas y formando anillos en forma de halos en la niebla.

No vi a Roosevelt en la cabina de mandos, pero sabía que estaba allí. Solo quedaban unas horas de oscuridad, pero él sacó su embarcación aunque hubiera poca visibilidad.

Mientras hacía rodar la bicicleta por la dársena, entre embarcaciones que se movían suavemente, volví a mirar atrás un par de veces, a ver si descubría a Mungojerrie bajo la iluminación mortecina de las luces del muelle. Si nos seguía, era muy discreto. Sospeché que todavía se encontraba a bordo del Nostramo .

«… la razón por la cual la mayoría te venera es por lo que fue tu madre.»

Cuando giramos hacia la derecha, en el muelle principal, y nos dirigíamos a la entrada de la dársena, me molestó un olor fétido procedente del agua. Evidentemente la marea había arrastrado un calamar muerto o un rabihorcado, o un pez entre los pilotes. El cadáver podrido debió de quedarse atrapado entre la superficie del agua y una de las masas dentadas de las compuertas de cemento. El hedor era tan punzante que impregnaba el aire húmedo, y tan repulsivo como el caldo de la mesa del diablo. Contuve la respiración y mantuve la boca bien cerrada para defenderme del desagradable sabor que difundía la niebla.

El gruñido de los motores del Nostramo dejó de oírse cuando salió del embarcadero. Ahora el apagado y rítmico golpeteo procedente del agua no sonaba como un motor, sino como el horrible latido del corazón de un leviatán, como si un monstruo de las profundidades fuera a salir a la superficie para echar a pique todos los barcos, derribar el muelle y sumergirnos en una tumba de frías humedades.

Cuando habíamos recorrido la mitad del muelle principal, me volví a mirar y comprobé que no había rastro del gato.

– Diablos, esto empieza a oler a fin del mundo -le dije a Orson .

Hizo un gesto de alegría cuando dejamos atrás el hedor de muerte y nos dirigimos hacia el resplandor de unas lámparas montadas encima de unos pilares de teca maciza, ante el pilón de la entrada principal.

En medio de un resplandor casi líquido, junto a las oficinas del muelle, Lewis Stevenson, el jefe de policía, salió a la luz. Iba todavía de uniforme, como cuando lo había visto a primeras horas de la noche.

– Estoy de mal humor -dijo.

Apenas fue un instante, pero cuando emergió de las sombras, observé en él algo tan extraño que fue como si alguien me taladrara la espina vertebral con un sacacorchos helado. Fuera lo que fuera lo que vi -o creí ver- desapareció en un segundo, aunque me provocó temblor y una aguda turbación, y la extraordinaria percepción de estar en presencia de algo espantoso y maligno, sin embargo, fui incapaz de identificar la causa precisa de esta sensación.

El jefe Stevenson sostenía una pistola enorme en la mano derecha. No estaba en una sala de tiro, pero el hecho de llevar el arma en la mano no era fortuito. El orificio apuntaba a Orson, que estaba dos pasos por delante de mí, bajo el arco de la luz de la lámpara, mientras yo permanecía en las sombras.

– ¿Quieres saber que me pone de mal humor? -preguntó Stevenson deteniéndose a una distancia de diez pies.

– Se encuentra mal -aventuré.

– No estoy enfadado porque esté jodido.

El jefe no parecía el mismo. Su voz era familiar, el timbre y el acento no habían cambiado, pero había una nota de dureza en lo que antes era sosegada autoridad. Habitualmente su discurso fluía como un río, y te encontrabas flotando en él, tranquilo, calido y seguro, pero ahora la corriente era rápida y turbulenta, fría y tortuosa.

– No me encuentro bien -dijo- No me encuentro bien en absoluto. De hecho, me siento como una mierda y no voy a tener mucha paciencia con todo lo que me ponga peor ¿Me comprendes?

Orson se había quedado inmóvil, como de hierro fundido, y no apartaba los ojos del orificio de la pistola del jefe.

El muelle era un lugar desolado a aquellas horas. Las oficinas y la gasolinera cerraban a las seis en punto. Solamente cinco propietarios de embarcaciones, además de Roosevelt Frost vivían a bordo de sus barcos, e indudablemente ya estaban durmiendo. El embarcadero estaba tan solitario como las hileras de lapidas de granito de los amarraderos eternos del cementerio de St. Bernadette.

La niebla amortiguaba nuestras voces. Nadie iba a oír nuestra conversación.

– No puedo obtener lo que necesito, porque ni siquiera sé lo que necesito. ¿No es una putada? -Stevenson se dirigió a mí pero sin apartar su atención de Orson .

Tuve la sensación de que ese hombre se estaba partiendo, pero se mantenía peligrosamente unido. Había perdido su aspecto de nobleza. Su atractivo había desaparecido mientras la superficie de su rostro cobraba una nueva configuración, expresión a la vez de rabia y de gran ansiedad.

– ¿Has sentido alguna vez este vacío, Snow? ¿Has sentido alguna vez un horrible vacío, que has de llenar o morir en el empeño, pero no sabes donde esta el vacío o, en nombre de Dios, con que lo has de llenar?

Yo no lo entendí en absoluto, pero como pensé que no estaba en disposición de explicarse, le dirigí una mirada solemne y asentí con comprensión.

– Si, señor. Ya se lo que es eso.

Tenía la frente y las mejillas húmedas, pero no a causa del ambiente viscoso, brillaba con un sudor grasiento. Su rostro era de un blanco tan sobrenatural, que parecía que la bruma brotara de su interior e hirviera en el frío de su piel, como si fuera el padre de la niebla.

– Es peor por la noche -añadió.

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