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– ¿Por qué no?

– No había visto a los malditos monos desde hacía una semana. Pensé que quizá ya no los volvería a ver.Cuando volví a casa, me saqué el neopreno, entré en la cocina y cogí una cerveza. Cuando me aparté de la nevera, había monos en las dos ventanas, colgados de los marcos exteriores, contemplándome. Entonces fui a buscar la cámara y había desaparecido.

– La habías cambiado de sitio.

– No. Había desaparecido por las buenas. Cuando fui a la playa aquella noche deje la puerta abierta. Ya no lo he vuelto a hacer nunca más.

– ¿Quieres decir que los monos la cogieron?

– Al día siguiente compré una cámara desechable. La dejé otra vez en el mostrador del horno. Aquella noche dejé las luces encendidas, cerré y bajé con la tabla a la playa.

– ¿Buen surf?

– Lento. Pero quise darles una oportunidad. Y la aprovecharon. Mientras me encontraba fuera, rompieron un paño, abrieron la ventana y robaron la cámara desechable. Nada más. Solo la cámara.

Ahora entendía por qué guardaba la pistola en un armario cerrado con llave.

La casa en el promontorio, sin vecindario, siempre me había atraído como un magnífico refugio. Por la noche, cuando los surfistas desaparecen, el cielo y el mar forman una esfera en la que la casa permanece como un diorama en uno de esos pisapapeles de cristal que se llenan de copos de nieve cuando los agitas, aunque en lugar de ventisca allí había una profunda paz y una gloriosa soledad. Ahora, sin embargo, la extraordinaria paz se había convertido en un aislamiento enervante. En lugar de proporcionar sensación de paz, la noche era densa y silenciosa.

– Y me dejaron un aviso -dijo Bobby.

Imaginé una nota de amenaza escrita laboriosamente con letras mayúsculas: VIGILA EL CULO. Firmado: LOS MONOS.

Pero eran demasiado listos para dejar un papel.

– Uno de ellos se cagó en mi cama -añadió Bobby.

– Oh, que amable.

– Son muy sigilosos, como ya te he dicho. Decidí no intentar siquiera fotografiarlos. Si conseguía disparar el flash una noche… Creo que se hubieran cabreado.

– Les tienes miedo. No sabía que estuvieras inquieto, ni que tuvieras miedo. Me estoy enterando de muchas cosas esta noche, hermano.

Bobby no admitió que sentía miedo.

– Compraste el arma -le apremié.

– Porque creo que es conveniente desafiarlos de vez en cuando, bueno, para demostrarles a esos hijos de puta que soy territorial, y que este es mi territorio. En realidad no tengo miedo. Solo son unos monos.

– Y no lo son.

– Hay días que me pregunto si me he contagiado de algún virus New Age por vía telefónica de Pia, desde Waimea… y ahora, mientras ella esta obsesionada con ser Kaha Huna, yo estoy obsesionado con los monos y el nuevo milenio. Sospecho que así los llamarían en la prensa sensacionalista, ¿no crees?

– Los monos del milenio. Tiene tirón.

– Por esta razón no he informado. No voy a convertirme en blanco de la prensa ni de nadie. No voy a ser el payaso que vio a Bigfoot o a extraterrestres en una nave espacial en forma de tostadora. Mi vida cambiaría por completo.

– Serías un raro como yo.

– Exacto.

La sensación de ser observado se intensificó. Me apropié de un truco de Orson, casi un gruñido sordo en la garganta.

El perro seguía todavía entre Bobby y yo, alerta e inmóvil, con la cabeza levantada y una oreja erguida. Ya no temblaba, aunque sentía respeto hacia aquello que nos estaba observando desde la oscuridad.

– Lo que te he contado de Angela, ya sabes, eso de que los monos tienen algo que ver con lo que se ha estado haciendo en Fort Wyvern -dije-, no es ninguna noticia sensacionalista producto de la fantasía. Es algo real, vivo, y nosotros podemos hacer algo al respecto.

– Aun esta en marcha -comento Bobby.

– ¿Que?

– Según te dijo Angela, Wyvern no esta parado del todo.

– Lo abandonaron hace dieciocho meses. Si todavía hay personal llevando a cabo alguna operación, nosotros lo sabremos. Si hay personas que viven en la base, bajarán a comprar a la ciudad, irán al cine.

– Dices que Angela lo llamó apocalipsis. Dijo que era el fin del mundo.

– Sí ¿Y?

– Si estuvieras ocupado trabajando en un proyecto para destruir el mundo, no tendrías tiempo de ir al cine a la ciudad. De todas formas, como yo digo, esto es un maremoto, Chris. Es el gobierno. No hay manera de hacer surf en estas aguas y sobrevivir.

Agarré el manillar de la bicicleta y la volví a enderezar. -A pesar de los monos y de todo lo que has visto, ¿quieres abandonar?

– Si mantengo la calma, es posible que se vayan. No vienen todas las noches. Una o dos veces por semana. Si los espero fuera. Mi vida podría volver a ser como era antes.

– Si, pero quizás Angela no estuviera soñando. Quizá ya no existe una oportunidad, ninguna, de que las cosas vuelvan a ser lo que eran.

– Entonces, ¿por que te entregas en cuerpo y alma si es una causa perdida?

– Para los xeperos -dije con solemnidad burlona-, no existen las causas perdidas.

– Suicida.

– Pato.

– Payaso.

– Tramposo -dije con afecto, mientras me alejaba con la bicicleta de la casa a través de la blanda arena.

Orson emitió un suave plañido de protesta cuando nos alejábamos de la relativa protección de la casa, pero no intento volver. No se separó de mí, olfateaba el aire de la noche mientras nos dirigíamos hacia el interior.

Habíamos recorrido unos treinta pies cuando Bobby, levantando pequeñas nubes de arena, llegó corriendo hasta nosotros y nos bloqueó el paso.

– ¿Sabes cual es tu problema?

– ¿La elección de mis amigos? -pregunte.

– Tu problema es que quieres dejar una impronta en el mundo. Quieres dejar algo atrás que diga «Yo estuve aquí».

– Eso no me preocupa.

– Mentiroso de mierda.

– Vigila tu lenguaje. Hay un perro presente.

– Por eso escribes los artículos, los libros -dijo-. Para dejar una marca.

– Escribo porque me divierte hacerlo.

– Eres un hijo de puta.

– Porque es lo más difícil que he hecho nunca, pero además es gratificante.

– ¿Y sabes por qué es tan difícil? Porque no es natural.

– Quizá lo sea para la gente que no puede leer y escribir.

– No venimos aquí a dejar una marca, hermano. Monumentos, herencias, marcas… por su causa siempre empeoramos. Venimos a divertirnos, a sumergirnos en las maravillas del mundo, a disfrutar de la cabalgada.

– Orson , mira, aquí esta otra vez Bob el filósofo.

– El mundo es perfecto tal y como es, es bello de un horizonte a otro. Cualquier marca que intentemos dejar, demonios, solo es una pintada. Nada puede superar el mundo que nos ha sido dado. Cualquier marca que se deje solo es vandalismo.

– La música de Mozart -dije.

– Vandalismo -repuso Bobby.

– El arte de Miguel Ángel.

– Una pintada.

– Renoir -apunte.

– Una pintada.

– Bach, los Beatles.

– Pintadas auditivas -dijo ferozmente.

Mientras conversábamos, Orson daba latigazos con el rabo.

– Matisse, Beethoven, Wallace Stevens, Shakespeare.

– Vándalos pandilleros.

– Dick Dale -deje caer el nombre sagrado del rey de la Surf Guitar, el padre de toda la música surf.

– Una pintada -repuso Bobby haciendo un guiño.

– Estas enfermo.

– Yo soy la persona mas sana que conoces. Abandona esta enfermiza cruzada, Chris.

– Estaba en una escuela de holgazanes cuando una pequeña curiosidad se estudió como cruzada.

– Vive la vida. Sumérgete en ella. Diviértete. Esto es lo que tienes que hacer.

– Yo me divierto a mi manera -le asegure- No te preocupes, soy tan zángano y aficionado a las pajas como tu.

– Eso quisieras.

Intenté dar la vuelta con la bici, pero el volvió a interponerse en mi camino.

– Está bien -dijo con resignación- Esta bien. Pero lleva la bici con una mano y coge la Glock con la otra hasta que llegues a tierra firme y puedas montarla. Entonces pedalea rápido.

Metí la mano en el bolsillo de la chaqueta, hundido por el peso de la pistola. En casa de Angela había disparado un tiro accidentalmente. Quedaban nueve en la recamara.

– Pero si solo son monos -me hice eco de las palabras de Bobby.

– Y no lo son.

Busque su mirada oscura.

– ¿Hay algo mas que debería saber?

Se mordió el labio inferior.

– A lo mejor soy Kahuna -dijo finalmente.

– No es esto lo que ibas a decirme.

– No, pero no es tan loco como lo que iba a decirte -su mirada erró momentáneamente por las dunas- El jefe del grupo… Solo lo he visto de lejos en la oscuridad, apenas algo más que una sombra. Es más grande que los demás.

– ¿Hasta que punto?

Nuestras miradas se cruzaron.

– Creo que es un fulano de mi tamaño.

Antes, cuando estaba en el porche esperando a que Bobby volviera de su investigación por el acantilado, había observado un movimiento con el rabillo del ojo la fugaz impresión de un hombre corriendo con paso largo y elástico a través de las dunas. Cuando me di la vuelta empuñando la Glock no vi a nadie.

– ¿Un hombre? -dije- ¿Corriendo con los monos del milenio, conduciendo el grupo? ¿Nuestro Tarzán de Moonlight Bay?

– Bueno, creo que se trata de un hombre.

– ¿Y eso que significa?

Bobby aparto la mirada y se encogió de hombros.

– Lo que quiero decir es que no solo he visto monos. Con ellos hay algo o alguien grande.

Contemplé las luces de Moonlight Bay.

– Es como si hubiera un reloj funcionando en algún sitio, una bomba de relojería, y la ciudad estuviera llena de explosivos.

– Yo también lo creo, hermano. Aléjate de la zona de detonación.

Sosteniendo la bici con una mano saque la Glock del bolsillo de la chaqueta.

– Cuando estés metido en tus locas y peligrosas aventuras xepero -dijo Bobby-, hay algo que debes tener presente.

– Dominar siempre la tabla.

– Cualquier cosa que haya pasado en Wyvern, o lo que todavía este sucediendo, puede haber implicado a un gran equipo de científicos. Fulanos extraordinariamente formados, con la frente mas ancha que tu cara. Y también muchos tipos del gobierno y militares. La élite del sistema. Promotores y protagonistas ¿Sabes por qué formaban parte de todo esto antes de que les saliera mal?

– ¿Deudas que pagar, una familia que mantener?

– Todos ellos querían dejar su marca.

– No se trata de ambición. Yo solo quiero saber por que murieron mis padres.

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