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– Tienes la cabeza mas dura que la concha de una ostra.

– Si, pero hay una perla dentro.

– No hay una perla -me aseguro- Sino mierda de gaviota fosilizada.

– Manejas bien el lenguaje. Deberías escribir un libro.

Emitió una risita despectiva tan fina como una viruta de piel de limón.

– Preferiría joder con un cactus.

– Es bastante parecido. Pero gratificante.

– Esta ola va a llevarte al circuito de lavado y luego al de secado.

– Quizá. Pero será un viaje fantástico. ¿No eres tú el que decía que estamos aquí para disfrutar del viaje?

Finalmente se dio por vencido; se apartó de mi camino, levantó la mano derecha y me hizo el signo sasha.

Sostuve la bici con la mano con la que sujetaba el arma el tiempo suficiente para hacer el signo de Star Trek.

Me respondió con un gesto con el dedo.

Con Orson a mi lado, me encaminé con la bici hacia el este a través de la arena, hacia la parte más rocosa de la península. Antes de que me hubiera alejado más, oí que Bobby decía algo a mis espaldas, pero no pude entender sus palabras.

Me detuve, me volví y lo vi dirigiéndose hacia la casa.

– ¿Qué has dicho?

– Que se acerca la niebla -repitió.

Miré más allá de donde se encontraba y vi blancas masas enormes que descendían desde el lado oeste, una avalancha de vapor con una pátina de luz de luna. Como una pared de muerte derribándose silenciosamente en un sueño.

Las luces de la ciudad parecían las de un continente lejano.

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