– Olas de cuatro metros.
– Creo que me quedare en la fiesta de la playa.
– Me encanta tu voz -dije.
– Suave como la bahía.
Colgó el aparato y yo hice lo mismo.
Aunque solo había oído la mitad de la conversación, Bobby confiaba en su intuición e imagino la intención de la llamada de Sasha.
– ¿Que estas tramando?
– Asuntos de Nancy -repuse- No te interesarían.
Cuando Bobby y yo encontramos a Orson todavía inquieto en el porche, en la radio de la cocina empezó a sonar «Dancin», de Chris Isaak.
– Sasha es una mujer encantadora -dijo Bobby.
– Extraordinaria.
– Si te matan ya no pudras estar con ella.
– Tomo nota.
– ¿Llevas las gafas de sol?
Palpe el bolsillo de la camisa.
– Si.
– ¿Te has embadurnado con mi crema antisolar?
– Si, mama.
– Payaso.
– Estaba pensando… -empecé.
– Ya era hora de que empezaras a hacerlo -me interrumpió.
– He estado trabajando en el nuevo libro.
– Al fin te has decidido a mover el culo.
– Trata de la amistad.
– ¿Estoy yo?
– Sorprendentemente, sí.
– Pero no pondrás mi verdadero nombre, ¿no es cierto?
– Te llamas Igor. El asunto es… Temo que los lectores no puedan identificarse con lo que voy a decir, porque tú y yo (todos mis amigos) vivimos una vida muy diferente.
Bobby se detuvo en el borde de los escalones del porche y me miró con su típica mirada burlona.
– Creo que debes de ser muy listo para escribir libros.
– No es obligatorio.
– Obviamente no. Pero hasta el más bobo sabe que todos nosotros llevamos vidas diferentes.
– ¿Si? ¿María Cortez lleva una vida diferente?
María es la hermana pequeña de Manuel Ramírez, tiene veintiocho años como Bobby y yo. Es cosmetóloga y su marido, mecánico de coches. Tienen dos hijos un gato y una casita de folleto con una gran hipoteca.
– No vive la vida en el salón de belleza haciendo peinados, ni en su casa limpiando las alfombras con la aspiradora. Vive su vida dentro de su cabeza. Existe un mundo en el interior de su cráneo, probablemente mas extraño y mas jodido que el tuyo o el mío, con nuestras estupideces, imagino. Seis billones de nosotros se pasean por el planeta, seis billones de mundos más pequeños o más grandes. Vendedores de zapatos y cocineros de segunda clase que parecen aburridos desde fuera, algunos tienen una vida mas fantástica que la tuya. Seis billones de historias, cada una de ellas una epopeya llena de tragedias y de triunfos, de bondad y de maldad, de desespero y de esperanza. Tú y yo no somos especiales, hermano -dijo Bobby.
Me quedé callado un momento. Luego jugueteé con la manga de su camisa de papagayos y palmeras.
– No sabía que fueras filósofo.
Bobby se encogió de hombros.
– ¿Por esta pequeña muestra de sabiduría? Demonios si la encontré en una galletita china.
– Debió de ser el gran hombre blanco de las galletitas.
– Fue un enorme monolito, tío -repuso dirigiéndome una sonrisa socarrona.
La gran muralla de niebla iluminada por la luna que se asomaba a media milla de la costa no estaba ni más cerca ni más lejos que antes. El aire nocturno estaba tan inmóvil como en una habitación de temperatura regulada del Mercy Hospital.
Cuando bajamos los escalones del porche, nadie nos disparo. Ni tampoco nadie lanzo aquel grito de somormujo.
Sin embargo, todavía debían de estar allí ocultos en las dunas o detrás de la cresta del talud que descendía hasta la playa. Sentía su vigilancia como la peligrosa energía que subyace en las espirales de una serpiente cascabel inmóvil a punto de morder.
Bobby había dejado su arma en el interior, pero seguía vigilante. Mientras me acompañaba hasta la bicicleta sin dejar de vigilar, empezó a revelar un interes mayor de lo que antes había admitido por mi historia.
– El mono que menciono Angela.
– ¿Que pasa con el?
– ¿Como era?
– Como un mono.
– ¿Como un chimpancé, u orangután, o que?
Agarré con firmeza el manillar de la bicicleta y le di la vuelta sobre la arena blanda.
– Era un mono rhesus ¿No te lo dije?
– ¿De que tamaño?
– Dijo que de unos sesenta centímetros de alto y quizá de unos once kilos de peso.
– He visto un par de ellos -dijo mientras echaba un vistazo a través de las dunas.
Sorprendido, volví a apoyar la bici en la barandilla del porche.
– ¿Monos rhesus? ¿Aquí?
– Alguna clase de monos, de ese tamaño más o menos.
No existe ninguna especie de mono originaria de California. Los únicos primates en sus bosques y campos son los seres humanos.
– Descubrí a uno de ellos una noche, mirándome por una ventana.
– ¿Cuándo fue eso?
– Hará unos tres meses.
Orson se movía entre nosotros, como si buscara seguridad.
– ¿Has vuelto a verlos desde entonces? -pregunte.
– Seis o siete veces. Siempre por la noche. Son sigilosos. Aunque últimamente son más osados. Marchan en grupo.
– ¿Grupo?
– Los lobos marchan en manada. Los caballos en recua. Los monos en grupo.
– Has estado investigando ¿Por qué no me lo has contado antes?
Permaneció en silencio, observando las dunas.
Yo también hacía lo mismo.
– ¿Es lo que puede estar aquí afuera?
– Quizá.
– ¿No se lo has contado a nadie? ¿Ni a los de control de animales?
– No.
– ¿Por qué no?
No me respondió enseguida, dudó y luego dijo.
– Me dejé llevar por las tonterías de Pia.
Pia Klick. A Waimea por uno o dos meses y ya hacía tres años que se había ido.
No comprendía cómo Pia había podido convencer a Bobby de que no informara de los monos a los oficiales de control de animales, pero luego él me lo explicó.
– Dice que ha descubierto que es la reencarnación de Kaha Huna -dijo Bobby.
Kaha Huna es la diosa hawaiana del oleaje, en realidad nunca se había encarnado y, por consiguiente, no podía ser re .
Considerando que Pia no era una kamaaina, es decir, natural de Hawai, sino una haole que había nacido en Oskaloosa, Kansas, y allí vivió hasta que dejó su casa a los diecisiete años, parecía una candidata muy poco probable a ser una wher wahine mitológica.
– Le faltan algunas credenciales -dije.
– Es muy seria con todo eso.
– Bueno, es lo bastante guapa para ser Kaha Huna. O cualquier otra diosa.
Estaba al lado de Bobby y no podía ver sus ojos demasiado bien, pero en su rostro había una expresión desolada. Jamás se la había visto antes. Ignoraba que la desolación fuera una alternativa para él.
– Dice que ser Kaha Huna le exige ser célibe.
– Ah.
– Cree que probablemente nunca podrá vivir con un tipo corriente, quiero decir con un mortal. Sería como rechazar su destino con una blasfemia.
– Bestial -dije con simpatía.
– Para ella sería fantástico cohabitar con la reencarnación actual de Kahuna.
Kahuna es el dios del oleaje. Es una creación de los surfistas modernos que extrapolan su leyenda de la vida de un antiguo hechicero hawaiano.
– Tú podrías ser la reencarnación de Kahuna.
– Me niego a serlo.
Por su respuesta deduje que Pia había intentado convencerle de que era, además, el dios del surfing.
– Es tan lista, tan inteligente -dijo Bobby con evidente dolor y confusión.
Pia se había graduado con summa cum laude en la UCLA. Pagó la universidad pintando retratos, ahora sus trabajos hiperrealistas se venden a precios exorbitantes, tan rápidamente como ella quiera producirlos.
– ¿Cómo puede ser tan lista e inteligente -preguntó Bobby- y luego esto?
– A lo mejor eres Kahuna -repuse yo.
– No es divertido -lo cual era una declaración sorprendente, porque de un modo u otro, a Bobby todo le divertía.
La hierba de las dunas se había desplomado bajo la luz de la luna y permanecía inmóvil en la noche sin brisa. El suave ritmo del oleaje, que se alzaba desde la playa de más abajo, era como el murmullo de los rezos de una multitud distante.
Este asunto de Pia era fascinante, pero incomprensible y a mí me interesaban más los monos.
– Estos últimos años -dijo Bobby-, con este asunto de Pia… bueno, a veces está bien, pero otras es como malgastar los días en violentos churly-churly .
Churly-churly para el surfista es un giro incorrecto en el que te llenas de arena y de guijarros, que te saltan a la cara cuando entras en la ola. No es agradable.
– A veces -añadió Bobby-, cuando acabo de tener una conversación telefónica con ella, me armo un lío, la añoro, quiero estar con ella. Y hasta casi logro convencerme a mí mismo de que es Kaha Huna. Es tan sincera… No desvaría, lo sé. Es algo inherente a ella, lo cual hace todo aún más perturbador.
– No sabía que estuvieras perturbado.
– Yo tampoco.
Suspiró, golpeó la arena con un pie desnudo y enlazó el tema de Pia con los monos.
– Cuando vi aquel mono en la ventana la primera vez, fue magnífico, me hizo reír. Pensé que era una mascota que se había perdido… pero la segunda vez vi más de uno. Y fue tan fantasmagórico como toda esta mierda de Kaha Huna, porque no se comportaban como simples monos.
– ¿Qué quieres decir?
– Los monos son juguetones, ridículos. Esos tipos no eran juguetones. Tenían un propósito, eran solemnes y lúgubres. Me observaban y vigilaban la casa, no con curiosidad sino con un plan.
– ¿Qué plan?
Bobby se encogió de hombros.
– Eran tan extraños.
No encontró las palabras y yo tomé una prestada de H. P. Lovecraft, cuyos relatos nos entusiasmaban cuando teníamos trece años.
– Espectros.
– Sí. Eran espectros. Sabía que nadie iba a creerme. Si hasta yo pensé que estaba alucinando. Cogí una cámara pero no pude hacer ninguna fotografía ¿Sabes por que?
– ¿El dedo en la lente?
– No querían ser fotografiados. En cuanto vieron la cámara, corrieron a esconderse, son extraordinariamente rápidos -me miró, esperando mi reacción, luego volvió a dirigir la vista hacia las dunas- Sabían lo que era una cámara de fotos.
– Oye, no los estarás antropomorfizando, ¿verdad? Ya sabes, atribuir características y actitudes humanas a los animales -dije, sin poderlo resistir.
– Después de aquella noche -siguió, pasando por alto mis palabras-, no guardé la cámara en el armario. La dejé en el mostrador de la cocina, para tenerla a mano. Si aparecían de nuevo, pensé que podría hacer un disparo antes de que se dieran cuenta de lo que sucedía. Una noche, hará unas seis semanas, había unas olas de dos metros, un buen terral, llegaban unas tras otras, así que me puse el traje de goma y me pasé unas dos horas en el agua No me llevé la cámara de fotos conmigo.