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Como explicación, el ejecutor del testamento entrego a Bobby una carta de Corky que era una obra maestra de brevedad:

Bobby.

Lo que la mayoría de gente considera importante, tu no lo consideras. Esto es sabiduría.

A lo que crees importante estas dispuesto a entregar la mente, el corazón y el alma. Esto es gracia. Nosotros solo tenemos el mar, el amor y el tiempo. Dios te dio el mar. Por tus acciones siempre encontraras el amor. Así que yo te entrego el tiempo.

Corky vio en Bobby a alguien que poseía la innata comprensión de las verdades que él no había aprendido hasta cumplir los treinta y seis años. Quiso honrar y animar dicha comprensión. Dios le bendiga por ello.

El verano siguiente a su entrada en el Ashdon College, Bobby heredó después de pagar los impuestos, la casa y una modesta suma de dinero. Abandonó la universidad y eso enfureció a sus padres. Sin embargo pasó por alto aquella furia porque la playa, el mar y el futuro eran suyos.

Además, sus padres han estado furiosos por una cosa u otra durante toda su vida y Bobby se ha inmunizado. Propietarios y editores del periódico de la ciudad, se constituyeron en incansables cruzados para orientar la política publica, lo que significa que creen que la mayoría de los ciudadanos o son demasiado egoístas para hacer bien las cosas o demasiado estúpidos para saber lo que es bueno para ellos. Esperaban que Bobby compartiera lo que llamaban su «pasión por los grandes retos de nuestro tiempo», pero Bobby quería escapar del cacareado idealismo de su familia, y de la mal disimulada envidia, rencor y egoísmo que formaban parte de ella. Todo lo que Bobby deseaba era paz. Sus padres también querían paz, la paz en todo el planeta, paz en todos los rincones de la Tierra, pero eran incapaces de proporcionarla dentro de las paredes de su propia casa.

Con la casa y el dinero suficiente para montar el negocio con el que ahora se gana la vida, Bobby encontró la paz.

Las manecillas de los relojes son cizallas, nos recortan trozo a trozo, y cada cronómetro con un marcador nos proyecta hacia una explosión interna. El tiempo es tan precioso que no se puede comprar. Lo que Corky le dio a Bobby no era en realidad tiempo, sino la oportunidad de vivir sin relojes, sin conciencia del paso del tiempo, lo que hace que parezca que pasa con mayor lentitud, con menor furia amputadora.

Mis padres quisieron darme lo mismo a mí. Sin embargo, debido al XP, a veces oigo el tictac. Quizá Bobby también lo oye de vez en cuando. Porque no hay manera de que podamos escapar por completo a la conciencia del paso del tiempo.

La noche de la desesperación de Orson, cuando contemplaba las estrellas con melancolía y rechazaba todos mis esfuerzos por consolarle, pudo haber sido provocada por la conciencia del paso de su tiempo. Decimos que la mente simple de los animales no es capaz de abarcar el concepto de su propia mortalidad. Sin embargo, los animales poseen un instinto de supervivencia y reconocen el peligro. Si luchan por sobrevivir, comprenden la muerte no importa lo que digan los científicos y los filósofos.

No se trata de un sentimentalismo New Age. Es simple sentido común.

En la ducha de Bobby mientras limpiaba de hollín a Orson, el seguía temblando. El agua era templada. Los temblores no tenían nada que ver con el baño.

Cuando envolví al perro con varias toallas y le sequé el pelo con un secador de mano que había dejado allí Pia Klick, sus temblores habían remitido. Mientras me ponía unos téjanos azules de Bobby y un jersey de algodón azul de manga larga, Orson miró hacia la ventana empañada varias veces como si recelara de que pudiera haber alguien allá afuera, aunque parecía haber recuperado la confianza.

Limpié con toallas de papel mi chaqueta de cuero y la gorra. Todavía olían a humo, la gorra mas que la chaqueta.

Bajo la débil luz, apenas pude leer las palabras bordadas encima de la visera: Instrucción Secreta. Pasé la yema del pulgar por las letras bordadas, recordando la habitación de cemento y sin ventanas donde la había encontrado, en uno de los recintos abandonados más extraños de Fort Wyvern.

Recordé las palabras de Angela Ferryman cuando me respondió ante mi afirmación de que Wyvern había sido cerrada un año y medio antes: «Algunas cosas no mueren. No pueden morir. No importa cuanto deseemos que mueran».

Tuve otro flash back del cuarto de baño de la casa de Angela una imagen de sus ojos fijos y muertos y el «oh» silencioso y sorprendido de su boca. De nuevo me asalto el convencimiento de que había pasado por alto un detalle importante respecto a su cuerpo y, como antes, cuando intente una representación mas viva de su rostro cubierto de sangre mi mente, en lugar de aclararse, quedo aun más confundida.

«Es una estafa, Chris… la mayor estafa que se haya hecho nunca… y no se puede retroceder… y deshacer lo que ya se ha hecho.»

Los tacos -rellenos con pollo picado, lechuga, queso y salsa- estaban deliciosos. Nos sentamos a comer en la mesa de la cocina, en lugar de hacerlo apoyados en el fregadero, y regamos la cena con cerveza.

Orson, aunque Sasha le había dado de comer antes, mendigo algunos bocados de pollo, pero no logró convencerme para que le diera otra Heineken.

Bobby conectó la radio y sintonizó el programa de Sasha, que acababa de salir al aire. Ya era medianoche. No me mencionó ni presentó la canción con una dedicatoria, pero puso «Heart Shaped World» de Chris Isaak, porque es mi favorita.

Condensando todos los acontecimientos de la tarde, le hablé a Bobby del incidente en el garaje del hospital, la escena del crematorio de Kirk y del pelotón de hombres sin rostro que me persiguieron a través de las colinas detrás de la funeraria.

– ¿Tabasco? -me pregunto después de escucharlo todo.

– ¿Qué?

– Si quieres añadir picante a la salsa.

– No -dije- Ya es bastante fuerte.

Sacó una botella de Tabasco de la nevera y vertió un poco en su primer taco del que había comido la mitad.

Luego Sasha puso «Two Hearts» de Chris Isaak.

Durante un rato miré varias veces a través de la ventana que había cerca de la mesa, preguntándome si alguien nos estaría observando afuera. En un primer momento pensé que Bobby no compartía mi preocupación, pero después observé que de vez en cuando miraba atentamente a través de la ventana, como por casualidad, hacia la negrura del exterior.

– ¿Bajamos la persiana? -sugerí.

– No. Podrían pensar que estoy preocupado.

Fingíamos no estar intimidados.

– ¿Quienes son?

Se quedo callado, pero esperé.

– No estoy seguro -contesto finalmente.

Cuando continué mi historia, para no ser objeto de las mofas de Bobby, no hice mención del gato que me condujo hasta las alcantarillas en las colinas, pero le hablé de la colección de cráneos ordenados al final de los escalones de la represa. Le hable del jefe Stevenson charlando con el calvo del pendiente y de como encontré la pistola en mi cama.

– Una pistola de puta madre -dijo con admiración.

– Papa optó por una con mira de láser.

– Genial.

A veces Bobby es tan sereno como una roca, tan dueño de si mismo que tienes que preguntarte si te esta escuchando. Cuando era un muchacho, a veces se comportaba así, pero con la edad esta extraña serenidad ha ido en aumento. Acababa de contarle mis sorprendentes y espantosas aventuras y el reaccionaba como si estuviera escuchando los resultados del partido de baloncesto.

Eché un rápido vistazo a la oscuridad que se extendía al otro lado de la ventana, me pregunté si había alguien ahí afuera apuntándome con un arma y me tenía en el centro del punto de mira telescópica. Luego me dije que si hubieran querido dispararnos lo hubieran hecho cuando estábamos afuera en las dunas.

Le conté a Bobby todo lo que había sucedido en casa de Angela Ferryman.

– Licor de albaricoque -dijo haciendo una mueca.

– No bebí mucho.

– Dos vasos de esa basura y estarías hablando a las focas -que en la jerga de los surfistas significaba vomitar.

Cuando le conté lo de Jesse Pinn aterrorizando al padre Tom en la iglesia, íbamos por el tercer taco cada uno. Preparo otros dos y los puso sobre la mesa.

Sasha había puesto «Graduation Day».

– Es un festival de Chris Isaak -dijo Bobby.

– Lo hace por mí.

– Sí, no me imagino a Chris Isaak en la emisora apuntándole con una pistola a la cabeza.

No dijimos nada más hasta que acabamos la ronda de tacos.

Cuando al fin Bobby me hizo una pregunta, lo único que quería saber era lo que había dicho Angela.

– Así que te dijo que era un mono y no lo era.

– Las palabras exactas, que yo recuerde, fueron «Parecía un mono. Y era un mono. Era y no lo era. Y esto era lo malo».

– ¿Te pareció que estaba zumbada?

– Estaba angustiada, dolorida, herida, pero no loca. Además, la mataron para hacerla callar, por algo que había dicho.

Bobby asintió y bebió un poco de cerveza.

Se mantuvo callado durante un buen rato.

– ¿Y ahora que? -dije.

– ¿Me lo dices a mi?

– No estoy hablando con el perro -repuse.

– ¡Basta! -exclamo.

– ¿Qué?

– Olvídalo todo y vive.

– Sé por qué me lo dices -admití.

– ¿Entonces, por que me lo preguntas?

– Bobby es posible que mi madre no muriera de accidente.

– Parece más que una posibilidad.

– Y quizás el cáncer de mi padre no era precisamente un cáncer.

– ¿Así es que quieres dejarte arrastrar por la venganza?

– Esa gente no puede escapar con un asesinato.

– Claro que puede. Siempre hay gente que escapa después de cometer un asesinato.

– Bueno pero ellos no deberían.

– Yo no digo eso. Solo he dicho que lo hacen.

– Sabes, Bobby, quizá la vida no sea tan solo surf, sexo, comida y cerveza.

– Nunca dije que lo fuera. Solo digo que debería serlo.

– Bien -admití, mientras estudiaba la oscuridad mas allá de la ventana- No me voy a rajar.

Bobby lanzo un suspiro y se acomodó en la silla.

– Cuando estas esperando coger una ola, y las condiciones son tremendas, esas grandes olas humeantes a lo largo de la costa, llega una serie de seis metros que te empuja hasta el limite, pero tu crees que puedes dar mas de ti mismo y dominarla; te sientas en la alineación, eres como una boya en la serie, entonces te rajas. Porque de pronto aparece una serie larga de diez metros, un coloso agitándose que viene a llevársete por delante, que viene a despegarte de la tabla, a hundirte, a hacer que mames algas marinas y reces a Jesús. Entonces eliges mantenerte a flote, te rajas y te quedas en la línea. Eres juicioso. Hasta el surfista más rebelde necesita un poco de juicio. Y el tipo que fuerza la ola, aun cuando sepa que va a atravesar la pendiente pero que va a ser totalmente dominado por ella, bueno, es un huevón.

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