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Adelante.

Una mujer de pelo color ceniza y unos cincuenta años, con cara de anoréxica y mejillas hundidas, la piel demasiado tensa que revela un exceso de cirugía estética, alguien de la élite de Washington, aparentemente:

…mousse de chocolate con salsa de frambuesa y tal vez un pedazo de torta de manzana con una montaña de helado de vainilla y ¿no me lo merezco acaso? fui buena y obediente esta semana…

Seguí adelante, cada vez con más rapidez, concentrándome con todo mi ser, mirando las caras al pasar, la cabeza baja, escuchando. Los pensamientos venían en torrente ahora, una corriente de emociones e ideas sicodélica, caleidoscópica, confusa, brillante, inundada de los sentimientos más privados, las contemplaciones más banales, la furia, el amor, la sospecha, la excitación…

…le dieron el ascenso y me pasaron por encima y…

Más rápido.

…maldito Departamento de Justicia qué se creen…

¡Vamos!

Una y otra vez miré las filas de espectadores, luego la de ayudantes bien vestidos junto a los senadores, la de taquígrafos sentados frente al podio con sus papeles silenciosos, inclinados en furiosa concentración sobre las pizarras.

No.

…no escribí nada y no debería quedar nada en los informes…

Un murmullo recorrió la habitación. Miré hacia el frente, mientras seguía rodando y vi que la puerta se abría un poco.

Más rápido.

…la fiesta de Kay Graham cuando el vicepresidente me pidió que…

Moví mi cabeza a izquierda y derecha, desesperado. ¿Dónde estaba ese tirador? Todavía no había señales de él, ni una, y Hal estaba a punto de aparecer y cuando apareciera, todo habría terminado.

las piernas de esa escultura de ahí si puedo conseguir el teléfono tal vez le pida a Myrna que llame a personal pero entonces ella…

Y de pronto, con un sacudón, vi que había olvidado el lugar más evidente de todos. Giré la cabeza hacia el podio, y entonces noté una discrepancia extraña y se me tensó el estómago.

Tres taquígrafos. Dos, las dos mujeres, escribían furiosamente, con las hojas de papel en constante movimiento en lasmáquinas y las bandejas de recepción.

El tercero no parecía estar trabajando. Un hombre de cabellos negros… que se limitaba a mirar hacia la puerta. Era extraño que tuviera tiempo de mirar a su alrededor cuando sus colegas no lo tenían; qué fácil sería meter un asesino profesional entre los taquígrafos. ¿Por qué mierda no había pensado en eso? Llevé la silla hacia allí con rapidez mientras estudiaba ese perfil, y el hombre miró al público con ojos tranquilos y vacíos y…

…y entonces oí algo.

No venía del hombre de cabello oscuro, que estaba demasiado lejos de mí como para leerle los pensamientos sino desde otro lugar, a la izquierda, sobre el hombro, adelante.

Zwolf.

Un pedazo de palabra, una palabra que no parecía significar nada al principio, y que, luego, de pronto, se me aclaró. Alemán. Un número. Doce.

Elf.

Otra vez, sobre mi hombro. Once. Alguien contaba en alemán.

Giré la silla en redondo, dándole la espalda a la fila de senadores para mirar al público. Alguien parecía estar acercándoseme. Vi una forma con el rabillo del ojo.

– ¿Señor? ¡Señor!

Zehn.

Un guardia de seguridad caminaba hacia mí, haciéndome gestos para que me alejara del frente de la habitación. Alto y bien vestido en un traje gris con un transmisor en la mano.

¿Dónde mierda? ¿Dónde? Pasé los ojos sobre la primera fila, buscando a alguien que pareciera probable y vi una cara muy familiar, agradable, probablemente alguien que conocía, un viejo amigo y seguí buscando…

Y oí: Acht Sekunden bis losschlagen. Ocho segundos para el golpe.

Y entonces retrocedí y vi la cara agradable de nuevo y la reconocí por fin: Miles Preston. Apenas a unos pasos de mí.

Mi viejo amigo de copas, el corresponsal extranjero al que yo había hecho mi amigo en Leipzig, Alemania del Este, hacía ya muchos años.

¿Miles Preston?

¿Por qué había venido? Si estaba cubriendo el asunto, ¿por qué no desde la galería de prensa? ¿Por qué ahí en primera fila?

No, claro.

La galería estaba demasiado lejos.

El corresponsal extranjero al que había hecho mi amigo… No. Él se había hecho amigo mío.Se me había acercado mientras yo estaba sentado solo en el bar. Y se había presentado.

Y después estaba en París justo en el momento en que yo estaba allí.

Yo le había sido asignado, yo que era el chico nuevo en la CIA. Un cultivo clásico: su trabajo había sido cultivar mi amistad, saber todo lo que pudiera sutilmente, sin que yo me diera cuenta…

Corresponsal extranjero: el disfraz perfecto.

El guardia de seguridad se dirigía hacia mí con rapidez y determinación.

Miles Preston, que sabía tanto sobre Alemania.

Miles Preston no era inglés. Era… tenía que ser… Stasi, un agente alemán, ahora independiente. Estaba pensando en alemán.

Zwolf Kugeln in der Pistóle. Doce balas en el cargador.

Y entonces, nuestras miradas se cruzaron. Sechs.

Yo lo reconocí, y él… me di cuenta… él me reconoció a mí. Por debajo del disfraz, el cabello gris y la barba y los anteojos, vio mis ojos, el brillo de reconocimiento que había en ellos, y con eso me identificó.

Me miró una vez, una mirada fría, casi impasible. Los ojos se estrecharon un poco, muy poco. Luego volvió la vista al centro de la habitación. A la puerta que se había abierto un poco.

¡Sí, era él!

Ich werde nicht mehr als zwei brauchen. Me basta con dos.

Un hombre salió por la puerta que todos observaban.

La sala empezó a murmurar, excitada. Los espectadores estiraron el cuello, tratando de ver mejor.

Sicherung gelöst. Fuera el seguro.

Era el presidente del comité, un hombre alto, de cabellos grises y algo de panza, en un traje color gris oscuro. Lo reconocí: era el senador demócrata por Nuevo México. Estaba hablando con alguien que entraba detrás de él, alguien que todavía estaba entre las sombras.

Gaspannt. Listo.

Pero yo reconocí la silueta.

Ausgang frei. Salida libre.

El hombre era Hal Sinclair. El público todavía no se había dado cuenta de quién era, pero lo sabrían en un segundo o dos. Y Miles Preston…

¡No! ¡Tenía que actuar, ahora, ahora!

Hier kommt er. Ahí viene… Bereit zu feuern. Listo para disparar.

Y entonces, Harrison Sinclair, alto y orgulloso, vestido como debía para semejante ocasión, la barba afeitada, el cabello corto, atravesó despacio la puerta, acompañado por un guardaespaldas.

Se oyó cómo la multitud contenía el aliento, y después la sala de audiencias estalló.

70

La habitación era un rugido, los murmullos se habían convertido en palabras en voz bien alta, en exclamaciones de excitación, cada vez más poderosas y fuertes.

Lo impensable. El testigo sorpresa era… un muerto. Un hombre al que la nación había enterrado, llorado, hacía unos meses.

La galería de prensa estaba en movimiento, un remolino. Había gente que salía corriendo por la parte trasera de la habitación, seguramente para hablar por teléfono.

Sinclair y el presidente del comité, que sabía la conmoción que causaría la presencia de su testigo, pero no lo que iba a pasar a continuación, seguían atravesando la habitación hacia el estrado de los testigos, donde Sinclair juraría decir toda la verdad.

Mientras tanto, el guardia corría hacia mí con la mano en el arma, acortando cada vez más la distancia…

Miles se había puesto de pie, indistinguible en el pandemónium. Había metido la mano en el bolsillo de su traje.

¡Ahora!

Bajé el botón del apoyabrazos derecho de la silla de ruedas y apareció el arma con el cargador hacia afuera, metida con exactitud entre el metal y la goma.

Dos disparos solamente.

Esa era la desventaja del American Derringer, pero era un precio que yo había tenido que pagar.

Ya estaba amartillado. Lo saqué, y… corrí el seguro con el pulgar y…

No había línea de fuego despejada entre mi lugar y el del asesino… ¡El guardia me bloqueaba la vista!

Y de pronto, el caos, la anarquía, se quebró con el grito agudo de una mujer desde algún lugar, más arriba, y cientos de cabezas giraron hacia el sitio desde donde venía el alarido. Venía de uno de los agujeros cuadrados de las paredes, uno de los nichos preparados para cámaras de televisión, aunque éste no estaba ocupado por ninguna cámara. En lugar de eso había una mujer gritando con todas sus fuerzas.

– ¡Sinclair! ¡Abajo! ¡Cuidado! ¡Papá!

"¡Ese tiene un arma!

"¡Abajo!

"¡Van a matarte!

"¡Abajo!

¡Molly!

¿Cómo mierda había entrado?

No había tiempo para pensarlo. El guardia se quedó inmóvil, se volvió hacia la derecha, miró en la confusión y durante un instante, mi blanco estuvo al alcance.

…en ese instante, disparé, con el arma bien apuntada hacia el asesino.

No fue mi bala.

No, había demasiada posibilidad de fallar con una bala.

Era un cartucho especialmente configurado Magnum.410, con por lo menos catorce gramos de perdigones de plomo. Ciento doce perdigones para ser exactos.

Un cartucho en una pistola.

La explosión llenó la habitación, que se transformó en una cacofonía de gritos destemplados. La gente se había levantado, algunos corrían hacia las salidas, otros se arrojaban al suelo buscando protección.

En los dos segundos que tardó el guardia en saltar sobre mí, golpeándome contra la silla de ruedas, vi que yo le había dado al alemán que se hacía llamar Miles Preston. Tenía la cabeza hacia atrás, sorprendido, el brazo izquierdo sobre los ojos. La sangre le corría por la cara donde le habían dado los perdigones de alta velocidad, mutilándolo, desgarrándolo, destrozándolo. Era como recibir un puñado de vidrios rotos en la cara. El hombre había perdido el equilibrio. Tenía una pistola automática en la mano derecha. La pistola colgaba a un costado, virgen todavía.

Sinclair, eso lo vi enseguida, estaba en el suelo con alguien encima, seguramente su guardaespaldas, y la mayoría de los senadores se había agachado detrás de la mesa, mientras toda la cámara se convertía en una Babel de gritos y aullidos ensordecedores y parecía que todo el mundo se me tiraba encima, todos los que no estaban corriendo hacia las entradas o tirándose al suelo por lo menos.

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