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Desde la sala, oí un murmullo grave. Un murmullo de multitud. El brillo súbito de los flashes de las cámaras.

¿Qué era?

¿Había llegado Hal a la sala?

¿Qué mierda estaba pasando?

– Por favor -dije, mientras la mujer volvía con otra de la misma edad, ésta negra y más flaca, aparentemente su superior-, quisiera entrar lo antes posible.

– Espere un segundo -dijo la rubia-. Lo lamento.

Se volvió a su jefa, que me dijo:

– Lo lamento, señor, pero va a tener que esperar hasta el primer receso.

– No entiendo -dije. ¡No! ¡No, no era posible!

Desde la sala de audiencias, los tonos del presidente del comité, estentóreos, severos.

– Gracias, señor director. Todos apreciamos el hecho de que haya venido hasta aquí a darnos su apoyo en un momento que sólo puede ser doloroso para la CIA. En este punto y sin hacer perder más tiempo a nadie, nos gustaría presentar al último testigo de estas audiencias. Les voy a pedir que no usen sus flashes y que todo el mundo permanezca sentado mientras…

– Pero tengo que entrar -protesté.

– Lo lamento, señor -dijo la jefa-. Tenemos instrucciones. No nos permiten admitir a nadie en este momento, no hasta que haya un receso o algo de ese tipo. Lo lamento.

Me quedé sentado, paralizado de horror y ansiedad, mirando a las dos guardias con desesperación.

En unos segundos, asesinarían al padre de Molly.

No podía quedarme sentado ahí. Tenía que entrar, había llegado tan lejos, habíamos llegado tan lejos…

Tenía que hacer algo.

69

Las miré con los ojos fuera de las órbitas, con indignación y dije:

– Miren, es una emergencia médica…

– ¿Qué dice usted, señor?

– Es algo médico, carajo. Es personal. No tengo tiempo… -Indiqué mi entrepierna, el intestino, la vejiga, o lo que ellas decidieran entender de mi gesto.

Era una idea desesperada y yo lo sabía. No había baños en el vestíbulo: yo lo había visto en los planos. El único que tenía equipo para inválidos estaba fuera de la sala de audiencias. Pero había uno dos pisos más arriba, y podía llegar ahí sin volver a pasar por seguridad. ¿Lo sabrían ellas? Otro riesgo calculado. Tal vez sí, ¿qué harían entonces?

La negra se encogió de hombros y después hizo una mueca.

– De acuerdo, señor…

Sentí que el cuerpo se me inundaba de alivio.

– Pase entonces. Hay un baño de hombres a la izquierda. Pero, por favor, no entre en la sala hasta que…

No terminé de oírla. Con un gran ataque de energía, salí hacia la izquierda.

Otro guardia en la entrada. Desde donde yo estaba sentado, tenía un buen punto, un punto de visión ventajoso. La sala 216 era una cámara de dos pisos, espaciosa, moderna, construida con la televisión en mente. Grandes luces lo iluminaban todo para las cámaras. Había paneles en las paredes para colocarlas y en el segundo piso, en la galería de la prensa, bajo una placa de vidrio y al final de la habitación, más facilidades de este tipo.

¿Dónde estaría?

¿En la galería de prensa? ¿Se habría infiltrado usando credenciales de prensa falsas? Eso era fácil, claro, pero estaba demasiado lejos del frente de la habitación para ser seguro.

El arma tenía que ser chica, probablemente un arma de puño. Cualquier otra cosa era fácilmente detectable dentro delespacio de la habitación. Esa no era la clásica situación del francotirador del rifle automático que espera en el techo. Quien quiera que fuese tendría que usar una pistola. Y para eso, habría tenido que meterla en la habitación de alguna forma.

Es decir, que tenía que estar dentro del campo cercano al blanco. En teoría, un arma de puño es exacta incluso a noventa metros, pero cuanto más cerca esté uno, más seguro es el disparo.

Mientras tanto, había llegado fuera de la línea de visión de las mujeres de seguridad.

Tragué saliva y me acerqué a la habitación por la rampa.

Otro guardia uniformado esperaba en la puerta.

– Disculpe…

Pero esta vez me lancé hacia adelante, sin prestarle atención. Mi cálculo fue correcto: el guardia no iba a abandonar su puesto para perseguir a un hombre en silla de ruedas.

Ahora estaba en la habitación principal. Miré despacio la fila de asientos. Era imposible ver a todo el mundo, pero yo sabía que el asesino tenía que estar ahí, en alguna parte.

¿Dónde…? ¿Quién…?

¿Sentado entre los espectadores?

Me volví hacia el frente de la habitación, donde estaban sentados los senadores en un semicírculo elevado de caoba. Algunos consultaban notas; otros tenían las manos puestas sobre los micrófonos frente a ellos mientras charlaban.

Detrás, junto a la pared, había un fila de ayudantes, todos bien vestidos y jóvenes. Frente al podio alto de caoba, una fila de tres taquígrafos, dos mujeres y un hombre, sentados frente a sus tableros, escribiendo a la velocidad del rayo en silencio absoluto.

Y detrás de la fila de senadores, en el centro, estaba la puerta que atraía las miradas de todos. La habitación crujía de tensión. Esa era la puerta por la que habían entrado los senadores. Tenía que ser la puerta por la que pasaría la figura de Sinclair.

El asesino tenía que estar a menos de veinte metros de la puerta.

¿Dónde mierda se había metido!

¿Y quién era?

Miré hacia el estrado de los testigos, frente a la mesa de los senadores. Estaba vacío, esperando la llegada del testigo sorpresa. Detrás había una fila de sillas, seguramente por razones de seguridad. Y unas filas detrás del estrado, vi a Truslow, en un traje cruzado inmaculado. A pesar de que acababa de volver de Alemania, no parecía cansado: tenía el cabello plateado echado hacia atrás y bien peinado. ¿Había una sonrisa de triunfo, de satisfacción, en sus ojos? Junto a él estaba su esposa, Margaret, y una pareja más, probablemente su hija y su yerno.

Me di vuelta y recorrí el pasillo hacia el frente de la habitación. La gente me miraba y luego dejaba de mirarme, como era de esperar. Yo ya me estaba acostumbrando.

Era tiempo de empezar.

Una vez más recorrí con la vista la habitación, fijándola en mi memoria fotográfica. Había un número limitado de posiciones desde las cuales se podía disparar con comodidad y dar en el blanco, e intentar un escape coherente.

Respiré hondo, tratando de ordenar mis pensamientos de alguna forma. Eliminé toda posición que quedara más allá de los treinta metros.

No… de los veinte metros… Y dentro de los diez metros, las posibilidades crecían astronómicamente.

De acuerdo. Las posiciones dentro de los diez metros, las más probables, eran las que estaban cerca de una salida. Eso significaba que el asesino tendría que estar sentado o de pie en el frente: a la derecha, a la izquierda o en el centro, ya que sólo había salidas en el frente o atrás. Atrás no, por la distancia.

Adelante: ahora tenía que eliminar todo lo que no estuviera en directa línea de fuego. Es decir un noventa y cinco por ciento de los asientos.

Desde donde estaba, lo que veía era sobre todo las nucas de las personas. El asesino podía ser hombre o mujer, así que yo sabía que no debía limitarme a buscar la imagen clásica: joven, hombre, físicamente apto y bien formado. No, eran demasiado inteligentes para eso. No podía descartar la idea de una mujer.

Los chicos no, pero un adulto podía disfrazarse de chico. Era raro, sí, pero tampoco podía descartar lo raro. Tendría que revisar a todo el mundo dentro del área que había seleccionado. Sistemáticamente, miré a cada persona dentro de las áreas de posiciones de fuego y sólo me animé a descartar a dos: una joven con un cuello a lo Peter Pan que era realmente una nena un poquito crecida; y una vieja distinguida que según me decía mi instinto era auténtica.

Si mis cálculos eran correctos, eso me daba una cuenta de veinte sospechosos en el frente.

Adelante.

Aceleré el ritmo de mi silla de ruedas hasta el frente. Entonces me detuve, hice girar la silla hasta ponerla bien cerca de la gente sentada en los extremos de las filas de asientos.Aquí y allá sentí que reconocía caras pero en realidad, el público estaba lleno de caras familiares. No amigos, por cierto, pero sí gente pública. Personalidades. El tipo de persona que aparece en The Washington Post, o en programas de televisión en vivo.

¿Dónde mierda?

Enfocar, sí, carajo, tenía que enfocar la mente, concentrar mis poderes de percepción, separar el ruido ambiente del ruido de los pensamientos. Y después separar los pensamientos que no me interesaban, los comunes, de las ideas del hombre o mujer que se preparaba para llevar a cabo un asesinato público, difícil, metódico y tenso. Serían los pensamientos de alguien concentrado con intensidad, alerta casi hasta la locura.

Enfoca.

Me acerqué a un hombre en traje -cabello color arena y treinta años, un cuerpo de jugador de rugby- al final de la fila cuatro y bajé la cabeza.

Y oí: …hacerlo socio, sí ¿pero cuándo y cómo? Porque ah, si no supiera… Un abogado. En Washington eran una plaga.

Sigue.

Un chico adolescente, la cara llena de acné, vestido con una chaqueta tipo ejército. ¿Demasiado joven? Y llegó: no quiere llamarme hasta que yo no la llame y claro…

Una mujer de casi sesenta años, elegantemente vestida, con una expresión dulce, y lápiz de labios color rojo intenso. Pobre hombre, ¿cómo se las arregla para andar así solo? Estaba pensando en mí, sin duda.

Seguí un poco más adelante, rodando, la cabeza baja.

…mierda con ese nido de espías quieren dejarlo de lado, carajo y… Un hombre alto de más de cuarenta, en ropa informal, cola de caballo, un aro en la oreja.

¿Era él? No era lo que yo esperaba, no la concentración intensa, tipo láser, del asesino profesional.

Me detuve a unos metros, enfoqué.

Enfoqué.

apenas llegue a casa, termino esta noche reviso mañana ver lo que dice el Times y lo que piensa el editor…

No, un escritor; un activista, no un asesino.

Ya había llegado a la primera fila y empecé a pasar por el frente de la habitación. Era un movimiento muy comprometido: todos me veían con claridad.

La gente me miraba, preguntándose adonde iría.

¿Ese tipo piensa pasar por aquí hasta el otro lado? ¿Se permite eso?

Tan cerca de esos senadores, ¿cómo podría llegar más cerca?Alto.

Quiero autógrafos, a la salida, si me los dan.

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