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– Yo tampoco hice mucho más.

– Supongo que él contaba contigo para rastrear el lugar, para ponerlo otra vez en tu memoria. El mensaje era para ti. Tu padre lo dejó para que lo encontraras.

__Y…

– Y fueras allá…

– ¿Crees que que es ahí donde están los documentos?

– No me sorprendería -Me puse de pie, me arreglé el pantalón y la chaqueta

– ¿Qué estás haciendo?

– No quiero perder ni un minuto

– ¿Adonde7 ¿Adonde vamos?

– Tú te quedas aquí -dije, mirando la sahta

– ¿Crees que aquí estoy a salvo?

– Dile al gerente del banco que usaremos la habitación el resto del día Nadie debe entrar Si tenemos que pagar un adicional, no hay problema Una sala en la bóveda de un banco, no vamos a conseguir un lugar más seguro, por lo menos no ahora -Me volví para irme.

– ¿Adonde vas? -me llamó Molly

En lugar de contestarle, le mostré la dirección del sobre.

– Espera. Necesito un teléfono, un teléfono y un fax.

– ¿Para qué?

– Tú consigúemelos, Ben.

La miré sorprendido, asentí, y salí de la habitación.

Rué du Cygne, la calle del cisne, era una callecita silenciosa a unas cuadras del Marché des Innocents, el gran mercado central de París, el lugar que Emile Zola llamó le ventre de París, el vientre de París. Después de que el viejo barrio desapareció a fines de la década del 60, crecieron una serie de estructuras pantagruélicas y modernosas y feas, incluyendo Le Forum des Halles, galerías y restaurantes y la mayor estación de subtes del mundo entero

El número 7 era un edificio de departamentos viejo, de fines del siglo pasado, oscuro y cuadrado y húmedo adentro La puerta del departamento 23 era de una madera gruesa pero agrietada que hacía mucho había estado pintada y ahora era gris.

Mucho antes de llegar al segundo piso, oí el ladrido amenazador de un perro grande desde adentro del departamento Me acerque y golpeé.

Después de mucho rato, mientras el ladrido se hacia mas histérico e insistente, oí pasos lentos, el caminar de un viejo o una vieja, y luego un crujido de cadenas de metal, seguramente de alguien sacándole la cadena a la puerta.

Luego, la puerta se abrió de golpe.

Durante un instante, la fracción de un segundo apenas, fue como estar dentro de una película de terror: los pasos, el ruido de las cadenas, y luego la cara de la criatura que ahora estaba de pie en las sombras junto a la puerta abierta.

Era una mujer. Las ropas eran las de una vieja, y ella estaba encorvada, tenia cabello largo, plateado, y anudado en un moño. Pero la cara era casi increíblemente horrenda, una masa de grietas y valles y granos que rodeaban un par de ojos amables y una boca torcida, pequeña y deforme.

Me quede de pie, impresionado, en silencio. Aunque hubiera querido hablar, no sabia un solo nombre, nada mas que una dirección. Me acerque y sin decir una palabra le mostré el pedazo amarillo de sobre En el fondo, desde las profundidades del departamento, el perro gimió y se movió con furia.

Ella tampoco dijo nada, lo miro, se volvió y se alejo por el pasillo.

Unos segundos después, vino un hombre a la puerta Un hombre de alrededor de setenta años Alguna vez había sido fuerte, tal vez hasta robusto, eso era evidente, y el cabello gris había sido negro como ala de cuervo Ahora era frágil y caminaba rengueando, la larga cicatriz en un lado de la cara, en la linea de la mandíbula, que antes había sido de un rojo feo e inflamado, se había convertido ahora en una raya blanca, pálida. Los quince años transcurridos lo habían envejecido terriblemente.

Ahí estaba, frente a mi, el hombre cuya cara y figura yo no olvidaría nunca. El hombre cuya cara y figura había visto una y otra vez, noche tras noche.

El hombre que había visto salir renguenado por la calle Jacob quince años atrás.

– Asi que -dije con mas calma de la que hubiera creído posible-, asi que usted es el hombre que mato a mi esposa.

58

No me acordaba de haberle visto los ojos, que eran de un gris azulado y acuático, ojos vulnerables que no parecían los de un especialista en "trabajos sucios" de la kgb, los del hombre que había despachado a mi hermosa y joven esposa disparándole un tiro al corazón sin pensarlo ni dos veces.

Me acordaba solamente de la cicatriz delgada y roja en la mandíbula, de la cabellera negra y furiosa, de la camisa cazadora, de la renguera.

Un futuro desertor, un empleado de la kgb en la estación de París, que se identificó como "Victor", tiene información para vender, información que según dice ha descubierto en los archivos en Moscú. Algo que tiene que ver con el criptónimo

URRACA.

Quiere desertar. Y lo que pide a cambio es protección, seguridad, comodidad, lo que se supone que los estadounidenses dan a los espías desertores. Los Estados Unidos son algo así como el Papá Noel de la inteligencia.

Hablamos. Nos encontramos en el Faubourg-St. Honoré. Nos volvimos a encontrar en un departamento que servía de refugio. Me promete un terremoto, un material increíble de un archivo sobre urraca. Toby está muy, pero muy interesado en urraca.

Arreglamos para vernos en mi departamento de la calle Jacob. Es seguro porque Laura no está. Llego tarde. Un hombre de melena negra en camisa escocesa se aleja, rengueando, cuando llego. Huelo el olor de la sangre, agudo y metálico, tibio y ácido, un olor que me descompone, que me grita más y más fuerte a medida que subo las escaleras.

¿Esa es Laura? ¿Es ella? No, no es posible, claro que no, no ese cuerpo retorcido, ese camisón blanco, esa mancha grande, roja, muy roja. No es real, no puede ser. Laura no está en París, está en Giverny, ésta no es ella, se parece sí, pero no es…

Estoy volviéndome loco.

Y Toby. Esa especie de forma humana sobre el suelo del vestíbulo. Toby, casi muerto, paralizado de por vida.Yo hice esto.

Yo les hice esto. A mi mentor y amigo. A mi adorada esposa.

"Victor" examinó el pedazo de sobre y después levantó la vista. Los ojos gris azulados me miraron con una expresión que yo no pude definir del todo: ¿miedo?, ¿indiferencia? Podría haber sido cualquier cosa.

Después, me dijo:

– Por favor, pase.

Los dos, "Victor" y la mujer deforme, se sentaron uno junto al otro sobre un sillón angosto. Yo estaba de pie, enrojecido de rabia, con la pistola en la mano. Había un gran televisor color encendido, el volumen mudo, donde se desarrollaba una vieja comedia estadounidense que no reconocí.

El hombre habló primero. En ruso.

– Yo no maté a su esposa -dijo.

La mujer -¿su esposa?- estaba sentada con las manos temblorosas sobre la falda. Yo no podía ni mirarla.

– Su nombre -dije, también en ruso.

– Vadim Berzin -replicó el hombre-. Ella es Vera. Vera Ivanovna Berzina. -Inclinó la cabeza hacia ella.

– Usted es "Victor" -dije.

– Lo era. Durante unos pocos días, me hice llamar así.

– ¿Y quién es en realidad?

– Usted sabe quién soy.

¿Lo sabía? ¿Qué sabía yo de ese hombre en verdad?

– ¿Me esperaba usted? -pregunté.

Vera cerró los ojos, o mejor dicho, los hizo desaparecer dentro de las montañas de carne de su rostro. Yo había visto una cara así antes, me di cuenta, pero sólo en fotos o películas. El Hombre Elefante, esa poderosa película basada en la historia verdadera del famoso Hombre Elefante, el inglés John Merrick, terriblemente desfigurado por la neurofibromatosis, la enfermedad de von Recklinghausen. que puede causar tumores de piel y deformidades. ¿Era eso lo que tenía esa mujer?

– Sí -dijo el hombre, asintiendo.

– ¿Y no tuvo miedo de dejarme entrar?

– Yo no maté a su esposa.

– No creo que se sorprenda si le digo que no le creo.

– No -dijo él, sonriendo con dolor-. No me sorprende. -Hizo una pausa y después dijo: -Puede matarme, o a los dos, eso es fácil. Puede matarnos ahora mismo si quiere. Pero, ¿por qué? ¿No prefiere escuchar lo que tengo que decirle?-Estamos viviendo aquí desde la desaparición de la Unión Soviética -dijo-. Compramos la entrada, como tantos otros camaradas de la kgb.

– ¿Le pagaron al gobierno ruso?

– No, le pagamos a su CIA.

– ¿Con qué? ¿Dólares ahorrados o qué?

– Ah, vamos. No importa cuántos dólares hubiéramos logrado reunir en esos años, no hubieran sido nada para la poderosa y rica Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos. No necesitan nuestros viejos billetes de dólar. No, compramos la entrada con la misma moneda que otros agentes de la kgb…

– Ah, claro -dije-. Información, inteligencia robada de los archivos de la kgb. Como los demás. Me sorprende que tuviera compradores después de lo que hizo.

– Ah, sí -dijo Berzin, en tono sardónico-. Traté de atrapar a un joven funcionario de la CIA con el cual la kgb tenía una cuenta pendiente, ¿eh? Una historia sacada de un libro de texto… -No le contesté así que siguió adelante. -Yo aparezco pero el joven funcionario no está. Y por lo tanto… como la venganza no es selectiva, mato a su esposa y de paso hiero a otro hombre de la CIA. ¿Le parece correcta mi versión?

– Aproximadamente, sí.

– Ah, sí, sí, un buen cuento de hadas.

Yo había bajado la pistola mientras él hablaba, pero ahora la levanté de nuevo, lentamente. Creo que pocas cosas evocan la verdad tanto como una pistola cargada en manos de alguien que sabe cómo usarla.

Por primera vez oí la voz de la mujer. En realidad, no hablaba. Gritó en una clara voz de contralto:

– ¡Déjelo hablar!

Yo la miré con rapidez, luego volví la vista hacia su esposo. No parecía asustado, al contrario: tenía una mirada casi divertida, como entretenida por la situación. Pero luego, su expresión se puso grave de pronto.

– La verdad es ésta -dijo-. Cuando llegué a su departamento, me abrió la puerta el hombre mayor, Thompson. Pero yo no sabía quién era.

– Eso es imposible…

– No. Yo nunca lo había visto y usted no me había dicho quién vendría. Por razones de seguridad, compartimentación de la información, supongo. Me dijo que tenía que verme, que quería empezar el interrogatorio inmediatamente. Estuve de acuerdo. Le dije lo del documento sobre urraca.-¿Y ese documento es…?

– Una fuente en inteligencia estadounidense.

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