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Y después, un día, recibí un contacto directo a través de un empresario europeo, finlandés, para mas datos, que decía representar a un "ex líder mundial" que tenía "información" que tal vez pudiera interesarme.

Las negociaciones comenzaron mucho antes de que yo supiera que la persona a la que él representaba era el último jefe de la kgb soviética, Orlov, nada menos, que vivía en una pequeña dacha fuera de Moscú y quería exiliarse de la Unión Soviética.

Orlov, me dijo el intermediario, tenía una propuesta muy interesante para mí.

Necesitaba mi ayuda para salvar el oro de Rusia de las garras de los de la línea dura que cualquier día, según creía él, sacarían del poder a Yeltsin. Si yo lo ayudaba a sacar una cantidad de oro del país, ¡diez mil millones, nada menos!, él me daría un archivo muy valioso sobre ciertos elementos corruptos de la CIA.

Según el intermediario, Orlov tenía en su posesión un archivo que documentaba en extraordinario detalle la corrupción masiva dentro de la CIA. Se hablaba de vastas sumas de dinero amasadas por un pequeño grupo de gente que había conseguido ganancias fenomenales usando información de espionaje. El tenía los nombres, las localizaciones, las sumas, los registros. Todas las pruebas. Yo, por supuesto, acepté el trato. Hubiera aceptado de todos modos ya sabes lo mucho que quería que Rusia no volviera a la dictadura. Pero la verdad es que con esa oferta la negociación era irresistible.

Orlov apareció en Zúrich sin ese archivo se lo habían sacado de las manos, cosa que me puso realmente nervioso. Al principio, supuse que se trataba de una maniobra de chantaje, pero pronto deduje que él realmente era una víctima en el asunto. Y como había llegado hasta allí, decidí seguir adelante y completar el trato.

Pero necesitaba ayuda para semejante transacción ayuda de alguien de afuera de la Agencia Alguien que no estuviera en contacto con la corrupción Eso era imperativo, sobre todo por la suma de dinero involucrada Ademas, era necesario que los arreglos financieros no figuraran en los libros

Así que elegí al único hombre honesto de la Agencia que ahora estaba afuera, un hombre cuya integridad personal estaba más allá de cualquier reproche o sospecha Alexander Truslow. Fue el error más grande de mi vida.

Convertí a Truslow en el otro dueño de la cuenta del Banco de Zúrich en la que puse la mitad del oro. El contrato decía que ninguno de los dos podía mover el oro sin el consentimiento del otro. Y que el oro sólo podía moverse cuando la cuenta estaba activada, mecanismo que se disparaba cuando cualquiera de los dos pedia acceso a la cuenta Si alguna vez surgía un problema, supuse, los dos estaríamos cubiertos de toda sospecha y de toda culpa No se me podía acusar de latrocinio a escala mundial.

La otra mitad la llevamos en un contenedor, por barco, a través de Newfoundland, con la compañía St Lawrence Seaway hasta el Canadá. O más bien, debo decir que el que la llevó fue Truslow.

Pero ahora hay algo que me asusta muchísimo. Temo por mi vida. Como ya sabes, Ben, tenemos gente en Langley que tiene toda la habilidad necesaria para hacer que un asesinato parezca muerte natural.

Así que no creo que me quede mucho tiempo en este mundo.

Sólo hace muy poco supe que Wilhelm Vogel, candidato a canciller en Alemania, está controlado por un cartel alemán terriblemente poderoso. Aparentemente quieren volver a armar a Alemania con intención de controlar no sólo ese país sino también a toda Europa unificada, a través del gobierno alemán unido.

Sus socios son este grupo de la CIA. El arreglo, me dicen, tiene que ver con una repartija pacífica de lo que quede. El elemento de la CIA controlará la Agencia a través de frentes dedistinto tipo y, a través de ella, la economía del Hemisferio Occidental. El cartel alemán controlará Europa. Todos serán enorme, increíblemente ricos. Es un nuevo neofascismo corporativo que piensa tomar el control de los hilos de gobierno durante esta época frágil e incierta que nos toca vivir. El líder de los estadounidenses es Alexander Truslow.

Y yo no puedo hacer nada al respecto.

Pero pronto habrá una forma de detenerlos, según creo. Hay documentos que revelar. Tienen que salir a la luz.

Si me matan, deben encontrar esos documentos.

Para eso, les dejo a cada uno de ustedes un regalo.

Les dejo muy poco en bienes y eso no me gusta. Pero ahora quiero hacerles un regalo, un regalo de conocimiento, de información que, después de todo, es la más valiosa de las posesiones que un ser humano pueda tener.

Para ti, Snoopy, un recuerdo de una época muy feliz en tu vida, en la mía, en la de tu madre. Las verdaderas riquezas, como ya sabrás, están en la familia. Esta fotografía, creo que nunca la viste, siempre me hace recordar un verano muy hermoso que pasamos los tres.

Tenías cuatro años, así que estoy seguro de que no te acuerdas mucho, si es que recuerdas algo. Pero yo, que en esos días era tan adicto al trabajo como fui siempre, me vi obligado a tomarme un mes de vacaciones después de la operación de urgencia por la apendicitis. Tal vez mi cuerpo me estaba diciendo que tenía que pasar más tiempo con mi familia de vez en cuando.

A ti te encantó eso, atrapabas ranas en la laguna, aprendiste a pescar, jugabas al softball… Estabas siempre en movimiento y nunca te vi tan feliz. Siempre me pareció que Tolstoi se equivocaba muchísimo cuando escribió al comienzo de Ana Karenina que todas las familias felices se parecen. Cada familia, sea feliz o infeliz (y nuestra familia fue las dos cosas), es tan única como un copo de nieve. Creo que puedo permitirme ser sentimental y lloroso una vez en mi vida, mi amada Snoopy.

Y en cuanto a ti, Ben, te doy la dirección de una pareja que tal vez esté viva (tal vez no) cuando leas esto. Espero con toda el alma que por lo menos uno de ellos haya sobrevivido para contarte una historia muy importante. Lleva esto contigo: te servirá como pase de entrada, una especie de contraseña.

Creo que lo que tienen que decirte te aliviará del peso terrible que has estado llevando desde hace tantos años.

Tú no fuiste responsable de la muerte de tu primera esposa, Ben, en ningún sentido. Y esta pareja te lo confirmará. Ojalá hubiera podido compartir esto contigo cuando estaba vivo. Por varias razones, no podía.

Pronto lo comprenderás. Alguien -creo que fue La Rochefoucauld o uno de esos aforistas franceses del siglo XVII- lo dijo con mejores palabras: "Rara vez podemos perdonar a quienes nos han ayudado".

Y una última referencia literaria, una cita de "Generación" de Elliot: "Después de semejante conocimiento, ¿qué perdón?".

Con todo mi amor,

Papá.

57

Las lágrimas corrían por las mejillas de Molly. Se mordía los labios. Parpadeó una vez y miró la nota, después levantó la vista hacia mí. Yo no sabía por dónde empezar, qué preguntarle. Así que la rodeé entre mis brazos, la apreté con fuerza, un gesto largo, y no dije nada por un rato. Sentí que le temblaban las costillas en medio de sus sollozos callados. Después de un minuto o dos, respiró mejor y se separó de mí. Le brillaban los ojos y durante un instante la suya era la misma mirada que tenía la nena de cuatro años en la fotografía.

– ¿Por qué? -dijo, por fin.

– ¿Por qué… qué?

Sus ojos buscaron los míos, los exploraron, pero seguía en silencio, como tratando de decidir por sí misma lo que había querido decir realmente.

– La fotografía -dijo.

– Un mensaje. ¿Qué otra cosa podría ser?

– No crees… ¿no crees que podría ser un regalo simple, directo, un regalo del corazón?

– Tú dímelo, Molly. ¿Te parece que él era así?

Ella suspiró, meneó la cabeza

– Papi era maravilloso, pero nadie habría podido decir que era directo. Creo que fue su amigo James Jesús Angleton el que le enseñó a ser críptico.

– De acuerdo. ¿Dónde estaba la casa de tu abuela en el Canadá?

Ella meneó la cabeza.

– Dios, Ben, yo tenía cuatro, cuatro años. Pasamos una semana ahí. Casi no me acuerdo nada.

– Piensa -insistí.

– No puedo, ¡no puedo! Quiero decir, ¿en qué puedo pensar? No sé dónde era. En algún lugar del Canadá, probablemente en Quebec. ¡Dios!

Le puse las manos a los dos lados de la cara, le mantuve quieta la cabeza, la miré directamente a los ojos.

– ¿Qué quieres…? Basta, Ben.-Por lo menos, trata…

– Tratar… ¡Ey, un momento! Habíamos hecho un trato, ¿te acuerdas? Me aseguraste… me prometiste que no ibas a tratar de leer mis pensamientos.

trem… trembl… tembla?

Era un fragmento, una palabra o un sonido. Lo escuché de pronto.

– ¿Temblar?

Ella me miró.

– No, no estoy temblando. -No entendía. -¿Qué quieres…?

– Trembl, trembla…

– ¿Qué…?

– ¡Concéntrate! Trembl, trembla…

– ¿De qué hablas?

– No lo sé -dije-. Buenos, sí. Te oí, te oí pensar…

Ella me miró, un poco desafiante, un poco sorprendida. Después, un momento apenas, dijo:

– Realmente no tengo idea…

– Trata. Piensa, Molly. Temblar. ¿Trembley? El Canadá. Tu abuela. ¿Trembley, o algo así? ¿Cuál era el nombre de tu abuela?

Ella meneó la cabeza.

– No. Abuela Hale, le decíamos. Ellen Hale. El abuelo se llamaba Frederick. Nadie se llamaba Trembley en la familia.

Suspiré.

– De acuerdo. Trem. Canadá…

…tromblon…

– Hay algo más -dije-. Estás pensando… o tal vez vocalizando, no sé, algo, un pensamiento, un nombre, algo que tu mente consciente no entiende todavía.

– ¿Qué…?

Yo estaba impaciente y la interrumpí:

– ¿Qué es "tromblon"?

– ¿Qué…? Ah, Dios… Tremblant. Lac Tremblant…

– ¿Qué?

– La casa estaba en un lago en Quebec. Ahora me acuerdo. Lac Tremblant. A los pies del monte Tremblant, una montaña hermosa. La casa estaba en Lac Tremblant. ¿Cómo lo supiste?

– Tú te acordabas. No lo suficiente para ponerlo en palabras, para decirlo, pero estaba ahí, en tu cerebro. Probablemente oíste el nombre una docena de veces cuando eras chica y lo guardaste en tu cabeza.

– ¿Y crees que es importante?

– Creo que es crucial. Crucial. Creo que es la razón por la que tu padre te dejó la fotografía, una foto que ninguna otra persona puede reconocer Un lugar que seguramente no está en ningún archivo. Así, si alguien llegaba a la caja como sea, no hubiera sido más que un callejón sin salida. Lo único que hubieran podido hacer es una identificación de la gente de la foto, nada más, nada en absoluto.

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