Литмир - Электронная Библиотека

– ¿Y Bonn? ¿Podría estar en Bonn? -pregunté.

– No voy a preguntarte para qué quieres a Stoessel -dijo ella, detectando la urgencia que me marcaba la voz-, pero creo que tienes que saber que no es fácil verlo. Dame tiempo.

Me volvió a llamar a los veinte minutos

– Esta en Baden Baden

– No te pido la fuente, pero supongo que es confiable.-

– Muy confiable -Y antes de que pudiera preguntarle, me dijo -Y siempre se queda en el Brenner's Park Hotel.

En el siglo XIX, Baden Baden estaba llena de nobleza europea Fue allí que, después de perderlo todo en el casino Spielbank, Dostoievski se sentó a escribir El jugador. Ahora los alemanes y otros europeos iban allí a esquiar, jugar al golf o al tenis, mirar las carreras de caballos en la pista de Iffezheim y disfrutar de los ricos baños minerales alimentados por los pozos artesianos que quedan debajo de la Montaña Florentiner.

El día empezó frío y medio nublado y para cuando llegamos al Brenner's Park Hotel, rodeado de un parque privado junto al rio Oosbach, una llovizna fría caía desde el cielo Baden Baden parecía una ciudad acostumbrada a la grandeza y las fiestas. La arbolada Lichtentaler Allee, con sus vibrantes rododendros, azaleas y rosas, es el centro, el gran paseo. Pero parecía desierta y abandonada, resentida y furtiva, con ese clima.

Molly se quedo en el Mercedes mientras yo entraba en el vestíbulo espacioso y callado del hotel Había viajado tanto en los últimos meses, me habían pasado tantas cosas, nos habían pasado tantas cosas a los dos desde aquel día lluvioso de marzo en el estado de Nueva York cuando bajamos el ataúd de Harrison Sinclair a tierra y ahora estábamos allí, en una ciudad de baños termales medio desierta, en Schwarzwald, y llovía de nuevo

El empleado uniformado que parecía a cargo del registro era un joven alto de unos veinticinco años, eficiente y pensativo.

– ¿Le puedo ayudar en algo, señor?

– Ich habe eine dringende Nachricht für Herrn Stoessel -dije con el tono más severo e importante que pude fingir, mientras levantaba la mano con un sobre grande Tengo un mensaje urgente para el señor Stoessel

Me presenté como Chnstian Bartlett, segundo agregado del consulado canadiense en Tal Strasse en Múnich

– ¿ Le puede dar este sobre, por favor? -dije en mi alemán, claro pero con mucho acento.

– Si, por supuesto, señor -dijo el empleado, estirando la mano- Pero no está aquí Se fue hasta la noche-¿ Dónde está? -dije y volví a ponerme el sobre en el bolsillo.

– En los baños, creo yo -, Cuáles?

– No lo sé -dijo y se encogió de hombros- Lo lamento

Sólo hay dos baños importantes en Baden Baden, los dos sobre Romerplatz: los Viejos Baños, que también se llaman Friedrichsbad, y las Termas de Caracalla En el primero que entré, el de Caracalla, repetí mi rutina y me miraron como si les hubiera hablado en chino No había ningún Herr Stoessel allí, me dijeron Uno de los empleados más viejos me había oído y dijo

– El señor Stoessel no viene aquí. Pruebe en el Friedrichsbad.

En el Friedrichsbad, el empleado, grandote, seco, y maduro, asintió Sí, dijo, el señor Stoessel estaba allí.

– Ich bin Christian Bartlett -le dije-, von der Kanadischen Botschaft. Es ist äusserst wichtig und dringend, dass ich Herrn Stoessel erreiche -Es urgente que yo vea al señor Stoessel.

El empleado meneó la cabeza, despacio, como una mula

– Er nimmt gerade ein Dampfbad -Está en los baños de vapor -Man darf ihn auf gar keinen Fall stören -Me dijo que no lo molestara.

Pero estaba asustado e impresionado por mi seguridad y tal vez por el hecho de que era extranjero y aceptó escoltarme hasta el baño termal privado donde estaba el gran Herr Stoessel. Si realmente era cuestión de urgencia, él vería lo que podía hacer Pasamos algunas empleadas vestidas de blanco que llevaban bandejas de plata con agua mineral y otras bebidas frías, y algunas con toallas de algodón blanco, impecables y gruesas, y finalmente llegamos a un corredor que parecía ser el límite de los empleados.

Fuera de la habitación, había un hombre ancho, con cara de nada en un uniforme gris de seguridad Estaba traspirando mucho y era evidente que estaba incomodo Un guardaespaldas.

Levantó la vista cuando nos acercamos y dijo como ladrando

– Sie dürfen nicht dort hineingehen -¡No pueden entrar aquí!

Yo lo miré, sorprendido, y sonreí. En un solo movimiento rápido, saqué la pistola y lo golpeé en la cabeza El gruñó y se dejó deslizar al suelo Luego di la vuelta y tomé al empleado,de la misma forma. El resultado fue el mismo.

Me apresuré a arrastrar los cuerpos hasta la alcoba de servicio cercana para que nadie los viera, luego cerré la puerta para que se viera que el área estaba cerrada. El uniforme blanco del empleado me venía bien. Tal vez me quedara un poco grande pero tendría que arreglármelas.

Tomé una bandeja vacía de la mesada de acero y varias botellas de agua mineral de la heladerita y caminé como casualmente hacia la habitación. Empujé la puerta y se abrió con un silbido.

El vapor me rodeaba, en grandes remolinos blancos, espeso y opaco como algodón, una tela de cáñamo ondulante. La habitación estaba horrendamente caliente, sofocante, y el vapor era ácido y sulfuroso. Me parecía que podía masticarlo, que tenía gusto. Las paredes estaban cubiertas de cerámicas blancas.

– Wer ist da? Was ist los? -¿Quién está ahí? ¿Qué pasa?

A través de la niebla, descubrí un par de cuerpos rojos, corpulentos, desnudos. Descansaban sobre un banco de piedra, sobre toallas blancas, como cadáveres en un matadero.

La voz había venido del primero, el más cercano, un hombre de pecho peludo y redondo. Cuando avancé a través de las nubes densas con la bandeja en alto, descubrí las orejas prominentes, la cabeza calva, la larga nariz. Gerhard Stoessel. Había estudiado su fotografía en Der Spiegel esa misma mañana: era él, no había duda posible. No veía a su compañero, pero era otro hombre maduro, sin cabello, de piernas cortas.

– Erfrischenungen? -preguntó Stoessel como ladrando. ¿Refrescos? -Nein!

Sin decir ni una sola palabra, retrocedí hacia afuera, cerrando la puerta.

El guardaespaldas y el empleado todavía dormían. Con deliberación y rapidez, recorrí los corredores hasta encontrar lo que buscaba: una puerta sin ventanas en la parte trasera de la cámara donde estaba Stoessel. Era un espacio para mantenimiento. Yo sabía que tenía que haber uno. Un lugar en el que los obreros podían arreglar los caños de vapor sin molestar a los clientes. No estaba cerrado con llave, ¿por qué cerrarlo? Lo abrí y me metí en ese espacio bajo. Oscuridad completa. Las paredes estaban pegajosas de humedad y sedimentos minerales. Perdí el equilibrio y tuve que tomarme de algo para no caer. Lo que toqué era un caño de agua hirviendo. Sólo con mucho esfuerzo logré retener el grito de dolor.

Mientras me deslizaba sobre las rodillas, vi un agujerito iluminado y me le acerqué. Se había soltado el relleno de la pared alrededor de un caño de ventilación de vapor, en el sitio en el que entraba en la cámara. Un puntito de luz salía por allí, y con él, una onda de sonido.

Después de un minuto, se me acostumbraron los oídos a la mala calidad del sonido y reconocí frases, luego oraciones enteras. La conversación entre los dos hombres era en alemán, pero yo entendía la mayor parte. Agachado en la oscuridad, con las manos apoyadas contra las paredes de cemento resbaladizo, escuché con horror y fascinación, sobrecogido de miedo.

52

Al principio, había sólo frases aisladas: Bundesnachrichtendienst, Servicio de Inteligencia Federal de Alemania. El Servicio de Inteligencia Suizo. La Direction de la Surveillance du Territoire, la organización francesa de contraespionaje, la dst. Se dijo algo de Stuttgart y de un aeropuerto.

Después, la conversación se hizo más fluida, más expansiva. Una voz despectiva, ¿la de Stoessel o la del otro hombre?, dijo:

– Y a pesar de las fuentes, de los agentes, de las bases de datos, ¿no tienen ni la más mínima idea de quién es el testigo secreto?

No oí la respuesta.

Oí una frase perdida:

– Para asegurar la victoria…

Después oí:

– La confederación.

Luego alguien dijo:

– Si vamos a conquistar una Europa unida…

Y después:

– Esa oportunidad se da una o dos veces por siglo.

– Una coordinación completa con los Sabios…

El otro, el que yo había decidido que era Stoessel, dijo:

– …históricamente. Ya pasaron sesenta y un años desde que Adolf Hitler se convirtió en canciller y desapareció la República de Weimar. Uno se olvida de que al principio nadie creía que duraría un año…

El otro contestó, enojado:

– Hitler estaba loco. Nosotros estamos cuerdos.

– No tenemos la carga de la ideología -llegó la voz de Stoessel- que siempre termina por forzar la caída…

Algo que no oí bien, y después Stoessel contestó:

– Así que hay que ser pacientes, Wilhelm. En unas semanas serás el líder de Alemania y tendremos el gobierno. Pero consolidar el poder lleva tiempo. Nuestros amigos estadounidenses nos aseguran que no intervendrán.

Serás el líder de Alemania…

El hombre que estaba con Stoessel era, tenía que ser, Wilhelm Vogel, el canciller electo.

Se me revolvió el estómago.

Vogel, yo estaba seguro de que era él, hizo un ruido, una especie de objeción muda, a la cual Stoessel contestó, en voz alta y clara:

– …que van a observar sin hacer nada. Desde Maastricht, la conquista de Europa es mucho más fácil. Los gobiernos caerán uno por uno. De todos modos, los políticos ya no son líderes. Se van a apoyar en los líderes de las corporaciones porque la industria y el comercio son las únicas fuerzas capaces de gobernar una Europa unificada. ¡No tienen visión de futuro! ¡Nosotros, sí! ¡Nosotros somos visionarios! Vemos mucho más allá, más allá de mañana y pasado mañana. Más allá de lo que está pasando actualmente, a nuestro alrededor.

Otro ruido del canciller electo. Stoessel dijo:

– Una conquista global bastante fácil porque se basa en el motivo del provecho; en la ganancia, pura y simple.

– El ministro de defensa -dijo Vogel.

– Con ese es fácil -contestó Stoessel-. Quiere lo mismo. Cuando el ejército alemán vuelva a tener su antigua gloria…

67
{"b":"98850","o":1}