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Otra respuesta ahogada y luego Stoessel habló de nuevo:

– ¡Fácil! ¡Fácil! ¡Rusia ya no es una amenaza! Rusia no es nada. Francia… ya eres viejo, tienes que acordarte de la Segunda Guerra, Willi. Los franceses van a putear y quejarse y hablar de la línea Maginot, pero después, capitulan sin disparar un tiro…

Vogel pareció decir algo de nuevo porque esta vez, la respuesta de Stoessel fue quejosa:

– Porque les conviene económicamente hablando, ¿por qué otra razón? El resto de Europa viene cayendo y Rusia lo va a tener que seguir, no le queda otro remedio.

Vogel dijo algo sobre Washington y un "testigo secreto".

– Lo vamos a encontrar -dijo Stoessel-. Vamos a conseguir la información. El nos asegura que va a poder controlar.

Vogel dijo algo que contenía las palabras "antes que ellos" y Stoessel contestó:

– Sí, precisamente. En tres días, listo… Sí, no, el hombre va a morir, asesinado. No puede fallar. Está orquestado, preparado. Va a morir. No te preocupes.

Hubo un ruido, un golpe. Me di cuenta de que era la puerta del baño de vapor.

Después, con toda claridad, oí decir a Stoessel:

– Ah, llegaste…-Bienvenido -dijo Vogel-. ¿Tuviste un buen vuelo a Stuttgart?

Otro golpe. La puerta se había cerrado.

– … quería decirte -llegó otra vez la voz de Stoessel- lo agradecidos que estamos. Todos nosotros.

– Gracias -dijo Vogel.

– Nuestras más cálidas felicitaciones, además -dijo Stoessel.

El recién llegado les habló en un alemán fluido con acento extranjero, probablemente estadounidense. La voz era de barítono, resonante y algo familiar. ¿La voz de alguien que yo había oído por televisión? ¿O por radio?

– El testigo va a aparecer frente al comité del Senado -dijo el recién llegado.

– ¿Quién es? -preguntó Stoessel.

– No tenemos el nombre, ten paciencia. Ya tuvimos acceso a las computadoras del Banco de datos del comité. Así es como sabemos que el testigo viene a hablar de los Sabios.

– ¿Y de nosotros? -preguntó Vogel-. ¿Sabe lo de Alemania?

– Imposible saberlo -dijo el estadounidense-. Y por otra parte, él o ella lo sepa o no, tu relación con nosotros es fácil de deducir.

– Entonces, hay que eliminarlo -dijo Stoessel.

– Pero si no conocemos su identidad -aclaró el estadounidense-, ¿a quién vamos a eliminar? Cuando aparezca…

– ¿No antes? -interrumpió Vogel.

– En ese momento -dijo el estadounidense-, no vamos a fallar. Eso se lo puedo asegurar.

– Pero habrán tomado medidas para proteger al testigo -dijo Stoessel.

– No hay medidas adecuadas -explicó el estadounidense-. Tales medidas no existen. Yo no estoy preocupado. No se preocupen ustedes. Lo que sí tenemos que pensar y mucho es el tema de la coordinación. Si los hemisferios están bien relacionados… si nosotros tenemos a las Américas y ustedes a Europa…

– Sí -contestó Stoessel, impaciente-, sí, sí, estás hablando de coordinación entre los dos gobiernos mundiales, pero eso es fácil de planificar…

Era tiempo de irme.

Lo más silenciosamente que pude me di vuelta en el espacio estrecho e incómodo en que estaba y me arrastré hacia la puerta. Escuché para ver si oía pasos y cuando me aseguré de que nadie pasaba por allí, abrí la puerta y volví al vestíbulo, que me pareció brillante hasta lo grotesco. Tenía manchas de barro sucio en las rodilleras de mis pantalones de algodón blanco.

Corrí hasta la entrada del baño de vapor privado, encontré la bandeja de agua mineral y abrí la puerta. Una gran nube de vapor opaco giró en remolino antes de que yo pudiera siquiera poner un pie en la habitación. Stoessel parecía haberse movido un poco a la derecha. El hombre que yo había identificado, como Vogel se había movido también y ya no estaba en el banco. El último estaba sentado en el banco más allá de Vogel, hacia la derecha, fuera de mi campo de visión.

– Ey -dijo el estadounidense, todavía en alemán-, nadie entra aquí, ¿me entiende? -La voz me era cada vez más familiar, y eso me volvía loco de ansiedad.

Stoessel me echó, en alemán.

– ¡Basta de refrescos! ¡Déjenos en paz! ¡Ya dije que no quiero que me molesten!

Me quedé ahí, sin moverme para que mis ojos se ajustaran a la opacidad del vapor. El estadounidense también parecía un hombre maduro, y estaba en mejor condición física que los dos alemanes. Y luego, de pronto, una ráfaga movió las nubes sulfurosas, abrió un hueco extraño en el vapor. Apareció la cara del estadounidense, girando frente a mí, reconocible, entera. Durante un segundo no pude moverme.

El nuevo director de la CIA. Mi amigo, Alex Truslow.

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