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Ella se preocupaba. Por las víctimas, por sus amigos policías, por la ley. Y lo más importante, por su hombre.

Era ese defecto, en lo que Julianna consideraba una máquina casi perfecta, lo que podía destruirla.

Pero no todavía. Julianna puso los binoculares a un lado, controlando su unidad de muñeca. Ahora era el momento de un poco de diversión.

Eve chocó con Peabody justo fuera de la guarida de detectives.

– Teniente. Pensé que estabas en Texas.

– Estaba. Acabo de regresar. Tienes nuevos datos esperando. Dejaste el uniforme, Oficial -agregó cuando notó el vestido negro de coctél de Peabody y los tacones de una milla de alto.

– Sí, tengo una salida. Me cambié aquí. Iba para tu casa, en realidad, para recoger a mis padres. McNab nos invitó a una cena de lujo. No quiero pensar lo que significa eso. El no es lujos, y estoy casi segura de que está asustado de ellos. No son de cenas lujosas, mis padres. Quieres que le diga algo sobre el caso?

– Lo dejaremos para mañana. Haremos una conferencia en mi oficina en casa. A las ocho.

– Seguro. Tú, ah, te vas a casa ahora?

– No, pensaba ir a Africa por una hora y ver las cebras.

– Ja, ja. -Peabody trotó detrás de ella lo mejor que pudo con los zapatos de coctel. -Bueno, sólo estaba pensando que podría aprovechar el paseo, ya que vamos al mismo lugar y enn el mismo tiempo.-

– Vas a Africa, también?

– Dallas.

– Sí, sí, seguro. -Se abrió paso a codazos en el atestado elevador y recibió maldiciones de todos lados.

– Te ves un poco desvaída. -comentó Peabody cuando aprovechó la distración y se metio a duras penas.

– Estoy bien. -Escuchó el toque de irritación en su propia voz e hizo el esfuerzo de aflojarse. -Estoy bien. -repitió- Un día largo, es todo. Le dedicaste tiempo a Stibbs?

– Sí, señor. -El elevador se detuvo y una cantidad de pasajeros fue expulsada como corchos fuera del apretado cuello de una botella. -Estaba esperando para hablar contigo sobre eso. Me gustaría traerla para una entrevista formal mañana.

– Estás lista para hacerlo?

– Creo que sí. Si. -se corrigió. -Estoy lista. Hablé con algunos de los primeros vecinos. La sospechosa no tenía una relación en marcha. Tuvo una, pero rompió unas pocas semanas después de haberse mudado al mismo edificio de los Stibbs. Cuando una de las testigos lo recordó, me dijo que no se había sorprendido de que Boyd Stibbs se casara con Maureen. Como Maureen se había movido hacia él, tan rápido, después de la muerte de su esposa. Llevándole comidas, acomodándole el departamento, ese tipo de cosas.

El elevador se detuvo ocho veces, vomitando pasajeros, levantando más.

Un detective de Ilegales, encubierto como un durmiente de la calle, se arrastró dentro totalmente vestido con trapos manchados con lo que parecían variados fluídos corporales. El hedor era espeluznante.

– Jesús, Rowinsky, porque no usas un maldito deslizador o al menos te paras a favor del viento?

El sonrió, mostrando dientes amarillentos. -Realmente logrado, no? Es pis de gato, con un poco de jugo de pescado muerto. Más aún, no me he bañado en una semana, así que el olor corporal es tremendo.

– Has estado encubierto demasiado tiempo, amigo. -Le dijo Eve y respiró a través de los dientes hasta qu eél se arrastró fuera. No se arriesgó a tomar un profundo trago de aire hasta que llegaron al nivel del garage.

– Espero que no se me haya pegado. -dijo Peabody taconeando detrás de Eve. -Ese tipo de olores se mete hasta las fibras.

– Ese tipo de olores se mete hasta los poros, y luego se reproduce.

Con esa alegre nota, Eve se deslizó en el auto. Retrocedió, giró el volante, y enfiló hacia la salida. Y se vió forzada a clavar los frenos cuando un hombre disfrazado y como una montaña se materializó frente al auto. Sus harapientos zapatos batieron cuando dio un paso adelante y le roció el parabrisas con un líquido mugriento que cargaba en una botella de plástico en el bolsillo de su roñosa chaqueta de los Yankees.

– Perfecto. Ya tuve mi día con los durmientes. -Disgustada, Eve azotó la puerta del auto mientras el hombre fregaba el parabrisas con un trapo sucio.

– Este un vehículo oficial de la ciudad, cretino. Es un auto policial.

– Lo limpio. -Asintió suavemente mientras borroneaba mugre con mugre. -Cinco dólares. Lo limpio enseguida.

– Cinco dólares, mi culo. Sigue tu camino, y ahora mismo.

– Lo limpio enseguida. -repetía con un sonsonete mientras refregaba el vidrio. -Como ella dijo.

– Lo que yo dije es que la termines. -Eve empezó a andar hacia él, y distinguió un movimiento con el rabillo del ojo.

Al otro lado de la calle, brillante como una llama en un mono rojo, su cabello dorado resplandeciente, estaba Julianna Dunne. Sonreía, y luego saludó alegremente. -Tienes un lío en las manos ahí, teniente, oh y mis tardías felicitaciones por tu promoción.

– Hija de puta.

Su mano fue hacia el arma mientras empezaba a correr. Y la montaña la golpeó con un revés. Un costado de su cara explotó mientras era levantada sobre sus pies, y se entumeció antes de que golpeara el pavimento. Sintió un salvaje dolor en las costillas cuando un pie como ladrillo, cubierto en harapos, la pateó mientras rodaba. A través de la sirena en sus oídos, escuchó los gritos de Peabody, y el furioso cántico de la montaña. -Cinco dólares! Cinco dólares!

Sacudió la cabeza para aclararse, y se levantó rápido, dándole con el hombro en la entrepierna. El no volvió a aullar, sólo se derrumbó.

– Dallas! Que demonios pasó?

– Dunne. -Logró articular, levántándose con cuidado mientras luchaba por tomar aire y llenar sus pulmones. -Del otro lado de la calle. Mono rojo, cabello rubio. -Jadeó contra el dolor que brotaba a través del entumecimiento. El costado derecho de su rostro estaba empezando a palpitar. -Se fue hacia el oeste a pie. Llama. -demandó mientras esposaba por la muñeca al durmiente callejero a la puerta del auto. -Pide respaldo.

Corrió por la calle como un velocista saliendo de su marca, agachada y rápido. Zigzagueó a través del tráfico, casi mejor que un taxi rápido. Los bocinazos y las obscenidades vociferadas la siguieron hasta la acera opuesta.

Podía ver los destellos de rojo, a pesar de estar casi totalmente bloqueada, y corrió como un demonio.

Empujando con las piernas, eludió a los peatones, abriéndose paso a través de aquellos que no tenían el tino de apartarse del camino de una mujer llevando un arma letal. Un hombre en un prístino traje de negocios, con el enlace de bolsillo en su oído, gritó asustado cuando ella encaró hacia él. Aterrorizado, cayó hacia atrás dentro de un carro deslizante, diseminando tubos de Pepsi y perros de soja, incitando la furia vocal del vendedor.

Eve saltó sobre él y giró hacia el norte. Había ganado un cuarto de manzana.

– El refuerzo, maldita sea, donde está mi refuerzo? -Sacó su comunicador a la carrera. El costado le dolía como un diente podrido. -Oficial necesita asistencia. En persecución a pie de la sospechosa identificada como Julianna Dunne, se dirige al norte desde la Séptima y Bleeker. Todas las unidades, todas las unidades en la vecindad, respondan.

Corrió a través del paso peatonal, contra las luces, brincando sobre el capó de un sedan, catapultándose por encima. -en persecución, maldita sea, de sospechosa femenina, rubia, treinta y cuatro años, vistiendo mono rojo.

Ella cortó el comunicador. Maldijo a la multitud de personas que hacía imposible arriesgarse a usar el arma. La enfundó, y buscó más velocidad.

Tenía sangre en la boca, sangre cayendo de su ojo derecho. Pero se acercó otros cinco pies a Julianna.

Rápido, pensó Eve cuando la adrenalina zumbó en su cabeza. Si te pones en forma, sabes como correr.

Podía escuchar las sirenas aullando en la distancia, y aguantó. Estba sólo a dos largos de cuerpo detrás cuando Julianna miró hacia atrás. Y sonrió malignamente.

Le pegó desde atrás, un golpe bajo que la envió volando como una piedra salida de una catapulta. Hasta tuvo tiempo de pensar, Que carajo? antes de que cayera con un crujido de huesos. El dorso de su cabeza azotó elegantemente el pavimento, y llenó su mundo de estrellas giratorias. Las voces iban y venían como la marea en el mar.

Logró rodar sobre si misma, sintiendo náuseas, y consiguió ponerse sobre manos y rodillas.

– Lo hice bien? Lo hice? -La voz brillante y excitada taladró dentro de su revuelto cerebro. Parpadeó y miró fijamente las caras pecosas de dos jovencitos. Otro parpadeo y las caras se fundieron y se convirtieron en una.

– Se vió bien, parecía real, cierto. Hombre, usted voló. -Aferrando un aero patín verde fluorescente, él bailaba en el lugar, -Yo la golpeé, justo como se suponía que tenía que hacerlo.

Ella hizo algún sonido, escupió sangre, y logró quedar de rodillas.

– Teniente! Dallas! Dios todopoderoso. -Completamente sin aire, Peabody se abrió paso a través de la multitud. -Ella te golpeó?

– Este pequeño… -No pudo pensar en una palabra adecuada. -Estoy bien. Vé! Sigue! Se fue hacia el norte.

Con una espantada mirada a su teniente, Peabody siguió.

– Tú. -Eve llamó con el dedo al niño. -Ven aquí.

– Chico, esa sangr parece real. Es grandioso.

El rostro de él ondulaba y se dividía otra vez, por lo que ella le gruño a ambos. -Pequeño cretino, asaltaste a un oficial de policía en persecución de un sospechoso.

El se agachó y bajó la voz. -Estamos en cámara todavía?

– Escuchaste lo que dije?

– Donde aprendiste a hacer trucos como este? Como haces para no lastimarte cuando caes?

– Estoy herida, pequeño estúpido… -Se tragó el resto, luchando por mantener su visión que iba desde un ondulante gris a un sólido negro. El no debía tener más de diez años, y su alegre rostro estaba empezando a mostrar algo de miedo y confusión.

– Como una herida real, o como una herida de video?

– Esto no es un video.

– Pero ella dijo que era un video. Y cuando tú llegaras corriendo detrás de ella, yo debía golpearte con mi patín. Me dio cincuenta dólares. Y me iba a dar cincuenta más si hacía unn buenn trabajo.

Dos uniformados pasaron a través de la multitud, ordenando a la gente retroceder. -Necesita atención médica, teniente?

– Pudieron alcanzarla?

Se miraron el uno al otro, y luego a Eve. -Lo siento, señor. La perdimos. Tenemos gente a pie y vehículos patrulla haciendo una barrida. Tal vez podamos atraparla todavía.

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