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CAPITULO 5

– Julianna Dunne. -Feeney tragó su café y sacudió la cabeza. Tenía el vivo rostro de un basset hound, los ojos caídos de un camello. Su corto cabello color gengibre, salpicado de plata, se veían como si hubiera sido atacado por algún tipo de maníaco con tijeras de jardín. Lo que significaba que había sido recientemente recortado.

Estaba sentado en la oficina de Eve, sus piernas más bien regordetas, estiradas. Ya que tenía puesta una media marrón y una negra, Eve concluyó que su esposa no se había encargado de organizarle la ropa esa mañana.

No era muy moderno para vestir. Pero cuando se trataba de electrónicos, él mandaba.

– Jamás esperé recibir otro noticia de ella.

– No tenemos huellas o ADN ni en la escena del crimen ni en el apartamento que dejó Julie Dockport para verificar. Pero la visual -hizo gestos hacia las fotos de ID desplegadas en la pantalla- me da una identificación ocular. Corrí una probabilidad en forma, y dio un noventa y nueve por ciento de que Julie Dockport y Julianna Dunne sean la misma persona.

– Si sólo salió de la jaula en la primera parte del año, -comentó McNab- trabaja rápido.

– Trabaja. -dijo Eve- Ahora tiene treinta y cuatro años. En el momento en que tenía veinticinco se había casado con tres hombres, y asesinado a tres hombres. Por lo que sabemos. En la superficie era por los beneficios. Se enfocaba en tipos ricos mayores, hombres establecidos. Cada uno de ellos había estado casado previamente y divorciado. Su relación más corta fue de siete meses, la más larga, de trece. Otra vez, en cada caso ella recibió una buena herencia al desaparecer el cónyuge.

– Bonito trabajo si te animas a hacerlo. -apuntó Peabody.

– Elegía a cada hombre, investigaba sobre él, su historia, lo que le gustaba y lo que no, hábitos y todo lo demás. Meticulosamente. Sabemos esto porque pudimos localizar una caja de seguridad en Chicago que contenía sus notas, fotografías y datos del esposo número dos, Paul O’Hara. Ese fue uno de los ladrillos que usamos para encerrarla. Nunca pudimos encontrar cajas similares en New York o East Washington.

– Podría tener un compañero? -preguntó Peabody. -Alguien que removiera o destruyera evidencia?

– Improbable. Por lo que cada investigador pudo descubrir, ella trabajaba sola. Su perfil síquico lo corroboró. Su patología básica era bastante directa. Su madre se divorció de su padre cuando Julianna tenía quince. Su padrastro era también divorciado, viejo, rico, un típico ranchero tejano que llevó los golpes al hogar. Ella reclamó que él la molestó sexualmente. La policía siquiátrica fue incapaz de determinar si las relaciones sexuales de Julianna con su padrastro, que él negó, fueron consensuales o forzadas, pienso que ella llegó a creerle a Julianna. En todo caso, era una menor cuando fue abusada.

– Y fue el argumento principal para acortar la condena. -agregó Feeney.

– Entonces ella está asesinando a su padrastro. -Peabody miró hacia la pantalla- Una y otra vez.

– Tal vez.

Y viendo fijamente la pantalla, Eve pudo ver a la niña que ella misma había sido, acobardada en la esquina de la habitación fría y mugrienta, enloquecida por el dolor de la última paliza, la última violación. Cubierta de la sangre de él, con el cuchillo que había usado para matar a su padre, firme y goteando en su mano de poco más de ocho años.

Su estómago se revolvió, y tuvo que forzar la imagen hacia atrás.

– Nunca compré eso. -Eve mantuvo su voz tranquila, esperando controlar la naúsea. -Hizo los asesinatos con premeditación. Donde está la rabia, el terror, la desesperación? Lo que sea que haya sucedido con su padrastro, ella lo usó. Es una asesina fría como una piedra. Nació de esa forma, no se hizo.

– Voy a estar con Dallas en esto. -agregó Feeney. -Esta mujer tiene hielo en vez de sangre, y no es ninguna víctima. Ella caza.

– Los barredores no han recogido nada todavía. -Eve se volvió- No espero que lo hagan. Debe haberlo planificado cuidadosamente, tendrá ya un nuevo nombre, nueva personalidad, nueva historia. No puede cambiar su aspecto en mucho. Es demasiado vanidosa, y le gusta la forma en que se ve. Le gustan las cosas de chicas. Como ropas, cabello, chucherías. Meterse en las mejores tiendas y restaurantes. No la vas a encontrar en los negocios de sótano, clubes de sexo o bares. Prefiere las ciudades grandes, dentro del planeta. Vamos a pasarle su foto a los medios, y puede que tengamos suerte.

– Eso podría agregarle un poco de suerte al trabajo policial, pensó Eve. Julianna comete pocos errores. Nuestro problema es que ella se mezcla con la gente. Está muy preparada para eso. La gente que la conoce ve una mujer atractiva, haciendo sus negocios. Si hace amigos, son sólo herramientas temporarias. Ninguno llega a intimar con ella.

– Si ella se hizo profesional, puedes apostar tu culo a que es buena. -Feeney infló sus mejillas. -Puede ir a cualquier-jodido-lugar desde ahora, Dallas.

– Entonces vamos a empezar a mirar. Todo-jodido-lugar. Recuerdas al primario de Chicago?

– Sí. Sí, ah… Spindler.

– Exacto. Y Block en East Washington. Puedes contactarlos? Mira que tienen ellos.

– Sí. Yo tenía algunas notas personales sobre ella, también. Las saqué, y las agregué a la mezcla.

– El perfilador que hizo el trabajo y las pruebas de Julianna se ha retirado. Voy a pasar por lo de Mira, a ver si ella pueda consultar con el perfilador del registro. McNab, ahora mismo eres un droide. Quiero que saques todos los datos de todos los casos, quiero los índices, referencias cruzadas de cada una de las similitudes. Haz archivos. Conexiones familiares, asociados conocidos, finanzas. Consigue al enlace con los prisioneros de Dockport y que te de los nombres de los reclusos que trabajaban con ella, los que estaban en su bloque. Quiero conocer a la gente con la que ella pasaba tiempo. Yo me voy a ver que puedo sacarle a la primera Sra. Pettibone. Peabody, conmigo.

Eve se puso detrás del volante, y dado que Shelly Pettibone vivía en Wetchester, tocó el mapa en el salpicadero para conseguir la mejor ruta y direccion. Fue una placentera sorpresa cuando la ruta en el acto apareció en pantalla.

– Mira eso! Funciona.

– La tecnología es nuestra amiga, teniente.

– Seguro, cuando no nos está clavando con sus propios juegos enfermos. Eso está a un par de millas de la casa del Comandante Whitney. Con mi suerte la Sra. Pettibone es la mejor amiga de la esposa del comandante.

Dando vueltas sobre la posibilidad, inició la marcha.

– Papá dijo que él y mamá iban a los suburbios hoy. A ver el Village y SoHo y todo eso.

– Hmmm? Oh, sí. Bien.

– Los voy a llevar a cenar esta noche, por lo que te van a dejar libre.

– Ajá.

– Luego les dije de hacer un sexo conjunto, y McNab y yo hicimos varios actos sexuales exóticos para ellos.

– Suena bien.

– Pensé que si tú y Roarke querían venir también, podíamos armar una pequeña orgía. Tú sabes, un cuarteto.

– Crees que no te estoy escuchando, pero te equivocas. -Eve se introdujo en el tráfico.

– Oh. Oops.

Eve pasó apenas una luz en amarillo, gruñéndole al maxibus que se cruzaba en su camino. Con una vuelta de volante, Ella pasó a través de una estrecha brecha, apretando el acelerador, y con otro volantazo, dejó atrás al bus limpiamente.

La ráfaga de irritados bocinazos le trajo un ligero rubor.

– Así que me imagino que entre tus padres y el caso fresco no has tenido mucho tiempo para trabajar con Stibbs.

– Algo hice. Maureen Stibbs, de soltera Brighton, no sólo vivía en el mismo edificio que la fallecida, sino en mismo piso. Y como lo hace ahora, Boyd Stibbs a menudo trabajaba desde su casa, mientras su primera esposa viajaba hasta su lugar de empleo durante la semana laboral. La antigua Srta. Brighton estaba empleada como consultora de diseño desde su hogar, y también trabajaba fuera de su oficina en casa cuando no viajaba para ver clientes. Esto le daba al actual matrimonio tiempo y oportunidad para un hanky-panky.

– Hanky-panky. Es un término legal?

– Boyd Stibbs se casó con Maureen Brighton dos años y medio después de la trágica muerte de Marsha Stibbs. Me figuro que es un tiempo bastante largo si estaban enroscándose…

– Otro término legal. Peabody, estoy tan impresionada.

– … mientras Marsha estaba viva. -continuó Peabody. -Pero eso también sería bastante astuto. De todos modos, si ellos estaban haciendo la rumba horizontal, éste un término médico, y querían hacerlo un asunto permanente, el divorcio era la opción más fácil. No es como si Marsha tuviera una pila de dinero que Boyd hubiera perdido si la hubiera abandonado. No puedo imaginarme ningún motivo para premeditación.

– Y porque estabas buscando premeditación?

– Las cartas. Si decimos que todas las declaraciones de amigos, conocidos, gente con la que ella trabajaba, incluso de su esposo y su reemplazante, son válidas, tenemos que aceptar el ángulo de que ella nunca tuvo un amante. Entonces alguien tuvo que plantar las cartas. Alguien tuvo que escribirlas, y ponerlas en su cajón. Después del crimen.

– Porque después?

– Porque una mujer sabe lo que tiene en el cajón de la ropa interior. Si ella hubiera ido por un par de medias, hubiera encontrado las cartas. -Peabody hizo una pausa. -Esto es como un examen?

– Sigue. Armalo para mi.

– Ok, alguien con acceso al departamento de ella, alguien que estuvo ahí la noche que ella murió, puso las cartas en su cajón. Y me parece que la elección del cajón es cosa de una mujer. No es probable que un tipo esté picando en el departamento de lencería para esconder algo. No sabemos cuando fueron escritas las cartas porque no sellos de envío, o estampillas. Podrían haber sido escritas la noche en que fue asesinada. Y si fue así, eso descarta la premeditación y se traslada a cubrir un impulso. Un crimen de pasión.

– Entonces la teoría es que una persona o personas desconocidas asesinaron a Marsha Stibbs en un impulso, luego la pusieron en la bañera esperando cubrir el asesinato con un accidente. Preocupada porque no fuera suficiente, esta persona escribió luego cartas de un amante inexistente, las plantó en el cajón de la víctima para que luego pudiera aparentar que ella fue asesinada por un amante inexistente en una discusión.

– Ok, eso suena un poco fuera de lugar.

– Entonces mételo en su lugar.

– Estoy nerviosa, porque ésto realmente se siente como una prueba. -Peabody aclaró su garganta cuando Eve simplemente le envió una mirada pétrea. -Algo del resto de la teoría es sólo instinto. Mira en la forma en que los dos reaccionaron con nosotras. Boyd parecía triste, un poco tembloroso inicialmente, pero se alegró de que fuéramos. Podría haber sido una actuación, pero no tuvo tiempo para prepararse, y parecía real su insistencia en que Marsha no tenía un amante.

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