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Al cabo de un minuto, se abrió la puerta del conductor del SUV plateado de MacIntosh. Tess bajó lentamente del coche y cerró la puerta a sus espaldas.

– ¡No! -exclamó John, y se lanzó a correr en dirección a ella.

– Maldita sea -dijo Roger en el teléfono. La línea había quedado muerta. Tecleó los números de su móvil-. ¡Bobby! ¡Coge el maldito teléfono!

Tess estaba junto al coche y llevaba puesta una chaqueta cargada de explosivos. Incluso desde la distancia, John vio que estaba temblando. No hizo ademán de acercarse a Roger. Era evidente que Bobby controlaba todos sus movimientos.

Tenía que llegar hasta ella. Era capaz de desarmar cualquier bomba si tenía tiempo suficiente. Sólo unos minutos, no necesitaba más.

Se acercó todo lo posible, pero ya no podía ver a Rowan. Barrió el campo con la mirada buscándola. Maldita sea, ¿dónde estaba?

En el auricular escuchó que Bobby finalmente atendía la frenética llamada de Roger.

– ¿Qué mierda de pasatiempo estás jugando, Bobby?

– Vaya, vaya, estás perdiendo el control, gran jefe -dijo Bobby, y rió.

El comandante del SWAT interrumpió por el canal seguro, donde Bobby no podía escucharlos.

– Un segundo coche, una furgoneta, ha llegado al radio de los ochocientos metros. Conductor varón, solo.

– He venido a buscar a mi hermana -dijo Bobby-. Y si intentas jugármela, te advierto que hay suficiente explosivo sobre la simpática señorita Flynn para hacerla pedazos a ella y a cualquiera que se encuentre en un radio de cuatrocientos metros. Desde luego, puede que tenga algo que ver con los explosivos con que he cargado el SUV.

– Has cambiado las reglas -dijo Roger, en voz baja-. Esto no es lo que acordamos.

– Estás en una difícil posición para quejarte, Roger. Entrégale a mi hermana las llaves de tu coche. La pequeña Tess tiene las instrucciones, aunque supongo que tus excelentes agentes ya me habrán visto. Diles que se retiren o volaré en pedazos a la chica Flynn ahora mismo.

– Cabrón.

– Ts, ts. Veo que no estás de muy buen humor, Roger. En cuanto tenga a mi hermana, activaré la cuenta atrás. Tendrás diez minutos para desactivarla. Estoy seguro de que es tiempo suficiente para un brillante agente del FBI como tú. Pero -siguió Bobby, con voz grave-, si intentas jugármela, la detonaré de inmediato, ¿me has oído?

– Sí -respondió Roger, con voz tensa.

– Envíame a Lily ahora. Si no la veo en tres minutos, ¡Kaput!

John se percató de que estaba demasiado lejos para ver que sucedía en el punto de intercambio. Tenía una posibilidad de llegar hasta Tess y comenzar a desactivar la bomba. ¿Tres minutos? Era casi imposible. Pero tenía que intentarlo. No creía ni por un minuto que MacIntosh les daría los diez minutos. Escuchó que Roger ordenaba al comandante que despejara el área de todo su personal y lo retirara al menos a doscientos metros.

Rowan vio a John lanzarse a la carrera hacia Tess, que al parecer llevaba encima varios kilos de explosivo plástico conectado por cables a una chaqueta. Al mismo tiempo, la señuelo bajó del coche por la puerta del pasajero. Desde unos treinta metros, podía pasar por ella.

Bobby no se lo tragaría cuando estuvieran cerca el uno del otro. Haría saltar a todo el mundo.

Quinn bajó del lado del pasajero del coche de Roger y la falsa Rowan comenzó a caminar hacia John y Tess.

Rowan daría cualquier cosa por saber qué estaba ocurriendo.

Tess sollozaba descontroladamente cuando John llegó a su lado.

– ¡Aléjate! ¡Vete! -exclamó, con expresión de terror-. Nos va a matar a todos.

– Shh, Tess. Sé lo que hago. -John había desactivado bombas más complejas, pero aquella podía ser detonada a distancia o por error. Tenía que proceder con mucho cuidado.

– No, no puedes. Por favor, vete. Sálvate a ti y a todos los demás. Es culpa mía. -Tess temblaba y las lágrimas le bañaban el rostro.

– ¡Tess! -No quería gritarle, pero si le entraba el pánico, todos acabarían muertos-. Mírame -ordenó, y le cogió la cabeza con las dos manos.

Ella lo miró, y sus ojos verdes resplandecían de terror, como en estado de shock .

– Puedo arreglar esto. Pero tú no te muevas. Tienes que quedarte lo más quieta posible, ¿me has oído?

Ella asintió con la cabeza, un gesto casi imperceptible, pero las manos le siguieron temblando.

– Hay más en la furgoneta -dijo, con los dientes castañeteando.

– Ya lo sé. Iremos paso a paso. -La soltó y sacó su navaja suiza del bolsillo. No era lo ideal, pero serviría. Tenía que servir.

– ¿Señorita Flynn?

John lanzó una mirada al lado y tuvo que mirar dos veces. Por un instante breve, creyó que era Rowan. No lo era.

– Tess, ¿dónde te ha dicho Bobby que tiene que ir? -preguntó John.

– No funcionará. Sabrá que no eres Rowan, y morirás, John. Todos moriremos. ¡Nos matará! -Tess se había puesto a gritar como una histérica.

John le dio un cachetazo, y le dolió el ruido de su mano dándole a Tess en la mejilla. Ella echó la cabeza hacia atrás y se llevó la mano a la cara.

– ¡Hey! -exclamó, frunciendo el ceño.

– Tess, lo siento, tienes que estar conmigo en esto. -Empezó a separar los cables para ver cómo estaba montada la bomba.

– Soy la agente especial Francie Blake, señorita Flynn. Tengo que saber adónde debo ir. Ahora.

Tess se sacó un trozo de papel del bolsillo y se lo entregó.

– Ten cuidado. Cuando vea que no eres Rowan, no sé qué hará, pero no se pondrá nada contento. Sabía que en su casa había una señuelo.

– ¿Qué? -preguntó John, haciendo una breve pausa en su inspección de la bomba. Y luego Tess siguió:

– De alguna manera, vigilaba la casa. La vio corriendo y me dijo que sabía que no era Rowan. Que Rowan había huido. Francie, no puedes ir, te matará.

– Estoy entrenada, señorita Flynn -dijo la agente, que leía la nota.

John tenía un mal presentimiento. Encendió el micro para hablar con Collins y el resto del equipo.

– ¿Collins? Tess ha dicho que MacIntosh sabe lo de la señuelo en Malibú. La vio cuando salió a correr.

– No puede ser. Si teníamos tres equipos cubriendo el exterior de la casa, y uno dentro.

– ¿Tenía un bote? Desde el acantilado, yo qué sé. -Cortó uno de los cables, preparándose para una posible detonación. Bien. Era el cable correcto.

– ¿Cuánto tardarás en desactivar la bomba?

– Creo que puedo ocuparme de Tess, pero no en tres minutos. Corrijo, en minuto y medio. Necesitamos esos diez minutos extra.

Cortó un segundo cable y lanzó una imprecación. El sistema tenía un mecanismo de seguridad. Tendría que volver a empezar.

– No te dará diez minutos, John, no te los dará -dijo Tess-. Vete, por favor. Yo… yo estaré bien.

John ignoró las súplicas de su hermana.

– Váyase de aquí, Blake. Gane todo el tiempo que pueda. Necesito al menos cinco minutos para la chaqueta de Tess, y luego saldremos corriendo a todo gas.

– Me voy. Le daré todo el tiempo que pueda -dijo, y volvió corriendo al coche de Roger.

John alejó a Tess a unos veinte metros del SUV, pero no podía trabajar y hablar al mismo tiempo, así que se concentró en la bomba. Sin embargo, de pronto escuchó una voz familiar en su auricular.

– Roger, tengo que ir. -Era Rowan.

– No -dijo Collins.

John miró hacia atrás por encima del hombro. Ahí estaba.

– ¡Maldita sea, Roger! -gritó Rowan-. Cuando vea que no soy yo, hará detonar la bomba.

– Blake, venga, vete.

Al cabo de un momento, el SUV de Roger pasó al lado de John campo a través, en dirección sudoeste.

– Roger, la matará. Dile que vuelva.

– Francie Blake está bien preparada. Nos hará ganar tiempo para desmantelar la bomba y entonces…

– Vete de aquí, Rowan -dijo Roger-. Peterson, sácala de aquí.

– Suéltame, Quinn.

– Rowan -dijo Collins-, hay una bomba en ese SUV de ahí. En cuanto Tess Flynn esté a salvo, saldremos todos corriendo.

John habría querido estrangular a Rowan por haber dejado la casa de seguridad, pero en ese momento tenía algo demasiado importante de que ocuparse. La cara se le cubrió de sudor cuando aflojó la placa del temporizador con el pequeño destornillador de su navaja. La dejó caer y se concentró en el mecanismo a distancia.

– ¿John? -preguntó Tess, con voz aguda, pero suave.

– Dos minutos más. -Eso esperaba.

– ¿Dos minutos? -repitió Collins en el auricular.

– Creo que sí. Puede que sean tres.

El siguiente minuto pasó demasiado rápido, pero John avanzó algo. Collins, Peterson y Rowan se acercaron a unos metros. John lanzó una mirada a Rowan. Estaba cubierta de polvo, y su rostro era frío e inescrutable. Excepto sus ojos.

Estaba aterrorizada.

– Deberías haberte quedado en la casa de seguridad -dijo John, con voz grave e irritada. Volvió su atención a la bomba.

– No deberías haberme dejado.

No podía acelerar el procedimiento, pero seguía trabajando lo más rápido que podía. Más rápido de lo que habría querido.

Un disparo rasgó el aire quieto y Tess chilló. John tardó un segundo en cerciorarse de que no le habían dado. La descarga venía de demasiado lejos.

La agente Blake.

Oyó el trino de un teléfono móvil. No era el suyo. Roger contestó.

– ¿MacIntosh?

– Ésa no era Lily. Quiero hablar con mi hermana. Ahora. Diez segundos o volaré el SUV. Nueve. Ocho. Siete. Seis.

Rowan le arrebató el móvil a Roger.

– Bobby, soy yo. Desactiva la bomba. No quieres matarme de esta manera, ¿no?

– Sabía que estabas ahí. Mandando a otra mujer a morir en tu lugar.

– No ha sido decisión mía.

– Ya. Todos tomamos ciertas decisiones.

– Iré.

– ¡No! -gritó John.

– Para la bomba.

– Cuando vea que eres tú.

– ¿Cuánto tiempo? -preguntó Rowan a John en silencio.

Él le enseño dos dedos y, con la otra mano, dio a entender que era un tiempo estimado. Más o menos.

– ¿Dónde estás?

– Sigue las huellas del coche de la falsa Lily. Cuatrocientos metros.

– Tardaré cinco minutos.

– Te daré tres. Será mejor que corras, Lily -dijo, y colgó.

Rowan miró a John y en su mirada entendió el conflicto que lo desgarraba.

– Tienes tres minutos, John, es todo lo que puedo hacer.

– Ni se te ocurra entregarte a él.

– Haré lo que pueda. Pero volará el coche. Corred rápido.

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