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Roger se paseaba de arriba abajo por la terminal del aeropuerto de Dulles y esperaba a que lo llamaran para embarcar. Su ayudante se mantenía a una distancia prudente, sabiendo que no debía molestarlo cuando se ponía así de pensativo.

Una vez en Burbank, tendría seis horas para montar la trampa. Bobby se estaría esperando algo, de modo que tenía que hacerlo parecer como si no hubiera nada que esperar. Roger en persona escoltaría al señuelo al lugar de reunión en medio de un maldito descampado en Ventura. Tendrían apostado a un equipo entero de los SWAT, invisibles, que se desplazarían a pie en caso de que Bobby fuera a inspeccionar el terreno.

Roger sentía que las entrañas se le retorcían pensando que Bobby tenía a Tess Flynn como rehén. No dudaba de que a esas alturas aún estaría con vida pero, ¿por cuánto tiempo? ¿Y en qué condiciones? Tendría que haber matado a Bobby MacIntosh cuando se le presentó la oportunidad veintitrés años antes. Le habría costado el empleo, la carrera y la familia, pero aquel desequilibrado cabrón estaría muerto y toda esa gente no habría sufrido. Su silenciosa complicidad en sus muertes lo perseguiría hasta la tumba. Si bien nunca le había mentido a su superior ni al gobierno, había cometido varios errores en las últimas semanas que todavía podrían costarle una reprimenda, o algo peor.

Tendría que haber ido a ver a Bobby después del primer asesinato, aunque jamás se había imaginado que fuera capaz de montar una huida tan elaborada y luego pasar desapercibido.

Puede que Rowan nunca lo perdonara por su mentira original. Puede que nunca lo perdonara por encerrarla en una casa de seguridad y mantenerla alejada de la acción. ¿Había vuelto a fallarle? Gracie insistía en que Rowan entendería con el tiempo, pero Roger no compartía esa opinión. Gracie no había visto a Rowan, ni la había escuchado, ni hablado con ella. Gracie no conocía a Rowan como él.

Le había mentido a Rowan desde el día en que la conoció, y ahora los dos estaban pagando la factura.

El sistema de megafonía zumbó un momento y una voz femenina anunció:

– Atención, se ruega a los pasajeros del vuelo trescientos treinta y siete a Dallas, Burbank, que procedan a embarcar.

– ¿Señor? -Su ayudante, un joven delgado recién egresado de la academia, se le acercó.

– Cinco minutos -dijo, y sacó su móvil.

Roger tenía una idea. No sabía si resultaría acertada, pero el tiempo se les acababa. Marcó el número, que sabía de memoria.

– Saint John's, ¿en qué puedo ayudarle?

– Tengo que hablar con el padre O'Brien. Es una emergencia.


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