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– ¿Quieres un vaso de agua? ¿Coca-cola?

Adam asintió con la cabeza.

– Leche. Y Rowan dijo que tenía galletas de chocolate y que podía comer una.

John buscó las galletas y las encontró en la despensa, una bolsa a medio vaciar de galletas de chocolate gourmet de doble cara. A Rowan le gustaban los dulces, y John no pudo evitar una sonrisa. Al fin y al cabo, era una mujer de verdad, algo más que el caparazón externo de una mujer perfecta.

En ese momento, Rowan entró en la cocina, con Michael siguiéndola. John y Adam estaban comiendo galletas y tomando leche ante el mostrador. John alzó una mirada tímida, con un bigote de leche dibujado sobre el labio superior. Parecía tan ridículo que Rowan tuvo ganas de reír. Un ex militar duro y aguerrido con un bigote de leche. Lo encontró tan enternecedor que se giró rápidamente hacia Adam y alejó a John de sus pensamientos.

– Adam, ¿por qué has venido hasta aquí en coche? -inquirió.

Adam la miró, preocupado, con el vaso en la mano. Parecía a la vez avergonzado y emocionado.

– Te quería decir que siento mucho lo que pasó con Marcy.

– Ya te disculpaste. Y te dije que no estaba enfadada.

Adam frunció el ceño y se quedó mirando el vaso de leche casi vacío.

– Ya lo sé -murmuró-, pero Barry estaba enfadado y a veces actúa como si todavía lo estuviera. Dice que quizá Marcy intente que me despidan.

– No dejaré que Marcy haga que te despidan, ya te lo he dicho.

– ¿Ni Barry?

– Ni Barry.

– ¿Me lo prometes?

– Haré todo lo que pueda. -Rowan le cogió la barbilla a Adam para que la mirara-. Pero lo que has hecho hoy está mal. He llamado a Barry y le he contado lo del camión. Ni siquiera se había dado cuenta de que había desaparecido. ¿Qué habría pasado si hubiera llamado a la policía pensando que alguien lo había robado?

– No pensé en eso. No pensaba ausentarme mucho rato, sólo para traerte las flores y volver.

– Ya te entiendo. Pero no tienes carné de conducir, Adam. Podrías haberle hecho daño a alguien porque no conoces las normas de circulación. Te he dicho que cuando quieras aprender a conducir, yo te enseñaré y te ayudaré a sacarte el carné. Pero no puedes hacerlo cuando te dé la gana.

– Lo siento. Soy un estúpido. ¿Estás enfadada conmigo?

Rowan intentaba adoptar una actitud severa, pero le costaba. Con Adam, le costaba. Ella lo quería mucho y habría estrangulado a la madre por su cruel indiferencia y sus abusos verbales.

– No eres estúpido, Adam. No quiero volver a oírte decir eso. ¿Entendido?

– Pero…

– Adam.

– Sí, Rowan. ¿No estás enfadada?

– No estoy enfadada. Pero no vuelvas a hacerlo.

Él dejó escapar un profundo suspiro de alivio, y Rowan lo abrazó. Miró a John, que la observaba con expresión pensativa. Se giró rápidamente. No quería sentirse atraída por John Flynn. Era un hombre peligroso. Peligroso para ella.

Sonó el teléfono móvil de John y éste respondió. Rowan no podía oír la conversación, pero vio que la expresión de John pasaba de la contemplación a una expresión vacía en un abrir y cerrar de ojos. Era a propósito de ella. Habría querido interpelarle, pero de estar en su pellejo ella habría hecho lo mismo. Sin embargo, no tenía por qué gustarle.

– Gracias, Andy -dijo, y colgó. Alcanzó a ver que ella lo miraba, pero su expresión siguió siendo inescrutable.

Estaba tramando algo. ¿Qué sería?

– ¿De qué hablabas? -preguntó Michael.

Rowan casi había olvidado que Michael estaba presente. Se inclinó contra el marco de la puerta, y su actitud relajada contrastaba con la tensión que ella advertía en su cuello y sus hombros. Al principio, creía que John y Michael eran dos buenos hermanos, pero ahora observaba que cada vez que estaban juntos en un mismo espacio se palpaba una tensión incómoda.

– Negocios -dijo John, y guardó el móvil en el bolsillo del pantalón-. Adam ha traído flores.

John cambió deliberadamente de tema, y Rowan estaba segura de que había indagado sobre ella. Aquella posibilidad le irritó, pero su impulso de insistir se desvaneció cuando Adam empezó a hablar, excitado.

– John ha encontrado un florero. Espero que esté bien, pero yo no quería que se marchitaran. Yo he roto una, así que puedes sacarla, pero son igual de bonitas.

– Claro que son bonitas, Adam, pero no tenías que traerme nada.

Adam sacudió enérgicamente la cabeza.

– Oh, sí. Barry siempre le compra flores a Sylvie cuando ella se enfada con él. Y aunque tú hayas dicho que no estabas enfadada conmigo por haberle hecho la jugarreta a Marcy, sabía que estabas un poco enfadada y quería decirte que lo sentía, pero no sólo decirlo, ¿me entiendes?

Rowan sonrió.

– Lo sé. Ha sido muy amable de tu parte -dijo Rowan, mirando por la cocina-. ¿Dónde están?

– John las ha puesto en el comedor. -Adam saltó del taburete y tomó por la mano a Rowan para llevarla a la sala contigua-. Iba a comprar rosas, pero el hombre me dijo que los lirios cala eran mejor para las amigas. Nosotros somos amigos. ¿No te parecen bonitas?

Rowan sonrió hasta que vio las flores.

Lirios.

Se le nubló la mirada, hasta que sólo vio los lirios blancos. Una voz muerta, tan clara como si su madre estuviera a su lado, dijo:

– ¿No te parecen bonitas? Igual que tú, Lily.

Lily miró a su madre y sonrió.

– Son más bonitas, mamá.

Mamá rió y sacudió la cabeza.

– Cuando seas mayor, serás todo un encanto con los hombres, cariño. -Le acarició el pelo con sus dedos suaves y delgados, y Lily se entregó a la caricia con una sonrisa-. Sabes que te he puesto Lily porque tu padre me regaló lirios el día de nuestra primera cita.

– Lo sé, Mamá. -Ella adoraba esa anécdota. No podía imaginarse a su padre regalándole flores a su madre. Estaba siempre tan serio. Y a veces le gritaba a Mamá. Ella no lo veía a menudo. La mayoría de las noches ya estaba en la cama cuando él llegaba del trabajo, y el único día en que ella hablaba con él era los domingos. Y compartir su atención con sus dos hermanos y dos hermanas era difícil. Ella prefería leer o jugar en el patio trasero.

Tres hermanas, se dijo a sí misma mientras miraba la cuna. Danielle era muy bonita.

– ¿Por qué no le has puesto Rose al bebé para que siempre te trajeran rosas? Las rosas son más bonitas que los lirios -dijo Lily, y arrugó la nariz. En realidad, no le gustaban tanto los ramos de flores. Eran bonitas cuando estaban recién cortadas y arregladas en un florero, pero luego se morían y Mamá las tiraba a la basura, casi como si no le importara. Lily no sabía por qué a la gente le gustaba tener flores en la casa todo el tiempo, si se morían tan rápido.

Afuera, en el jardín, las flores estaban siempre vivas. Dormían durante el invierno pero volvían todas las primaveras. Ésas eran las flores que le gustaban a Lily.

Mamá rió y la besó en la cabeza.

– Eres una niña muy divertida.

Danielle empezó a berrear. En realidad, no era un llanto, era como un graznido.

– Creo que tiene hambre, Lily. ¿La puedes coger?

– ¿Yo? -Lily tenía muchas ganas de tomar al bebé en brazos, pero su padre le decía que no lo tocara, que los bebés no eran muñecas.

– Claro que sí, tú.

Lily fue hasta la cuna y miró a su hermanita. La amaba desde el momento en que Papá las había traído a las dos a casa la semana anterior. Pero saber que la podía coger y llevársela a Mamá para que le diera de mamar, encumbraba ese amor a otras alturas. Ella podía ayudar a hacer de mamá. No podía alimentarla porque todavía no tenía pechos, pero podía cambiarle los pañales y la ropa y llevársela a Mamá.

Sonrió con ganas.

– Hola, bebé -dijo, con su mejor voz de madre-. Soy tu hermana mayor, Lily. Vamos a ser muy amigas.

Con cuidado y ternura, cogió a la recién nacida, sosteniéndole la cabeza como Mamá le había enseñado. Dio tres pasos hasta el sofá.

Mamá tomó al bebé para amamantarlo. Ella chupaba y Mamá tenía una mirada soñadora.

– Lily, no hay nada mejor en el mundo que amamantar a tu bebé. Algún día crecerás y serás mamá.

– Me gustaría tener muchos hijos.

Mamá sonrió.

– Puedes tener todos los que quieras. Puedes hacer lo que quieras con tu vida, cariño. Puedes ser médico, o abogado, o profesora, o madre. Todas las profesiones son importantes.

– Pero las mamás son las más importantes porque los bebés las necesitan -dijo Lily, sintiéndose muy lista.

– Sí, los bebés necesitan a sus madres.

Desde arriba se oyó un fuerte golpe que sobresaltó a Lily, que se acercó a su madre.

– Estúpido, malo. Apártate de mi camino.

Era Bobby. A juzgar por el ruido, estaría rabioso. Incluso más rabioso que Papá cuando Mamá no hacía algo bien.

– Cariño, ve a cuidar de Peter. Date prisa.

Lily salió corriendo del salón, porque el temor por Peter era superior al miedo que le tenía a Bobby. Se detuvo al pie de la escalera y miró hacia arriba.

– ¡No! -gritó.

Bobby empujó a Peter y las pequeñas piernas de éste cedieron. Se aferró del pasamanos cuando Bobby bajó la escalera a grandes zancadas.

Lily subió corriendo y Bobby se rió de ella.

– Espero que te rompas el cuello, Lily la tonta.

Lily lo ignoró y vio a Peter que se tambaleaba y caía tres peldaños y cogía el pasamanos. El niño gritó pero ella alcanzó a cogerlo.

– ¿Estás bien, bebé? -preguntó, mientras ayudaba a volver a Peter a lo alto de la escalera. Se oyó un portazo. Bobby había salido. Ojalá que nunca volviera. Le daba mucho miedo.

Lo odiaba.


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