Randall Craig le escuchó sin inmutarse, tomando sorbos de café y mordisqueando un cruasán.
– ¿Por qué no aparece en los informes? -preguntó Randall cuando David terminó.
– No lo sé.
– Verás, las diligencias previas las hizo tu antecesor. Voy a ajustarme a los informes de Keith.
– No son correctos. Si esta información, o parte de ella, sale a la luz, Tartan se verá expuesta a varias demandas, por no hablar de procedimientos penales.
– Vayamos primero al asunto del soborno. Supongo que piensas que el viejo Knight es el que paga. ¿A quién?
– No lo sé. -No era exactamente una mentira, pero bastaba para proteger a su cliente.
– ¿Hay algún peligro de que se sepa antes de la venta?
– Una periodista americana sigue la historia.
Randall suspiró.
– Pearl Jenner, supongo. ¿Has hablado con ella?
– Anoche.
– Cuando me registré, ya me había dejado una docena de mensajes. Hace tiempo que va husmeando pero todavía no ha encontrado nada concreto. ¿Qué te dijo? ¿Tiene algún nombre relacionado con el soborno?
David se dio cuenta de que a Randall se le había escapado una información importante: incluso antes de que entrara en la habitación, Craig ya estaba al corriente de que había problemas y sabía que una periodista estaba en Taiyuan para cubrir la información de la venta. David, cuya intuición ya estaba funcionando a toda máquina, dio un respingo.
– No tiene ningún nombre, es posible que ni siquiera sepa nada del soborno, pero se ha enterado de algunos problemas…
– Tal como lo explicaba Keith, no seríamos responsables de ninguna irregularidad anterior, sino sólo de las que se produjeran de ahora en adelante.
David se inclinó.
– Creo que los Knight mintieron en las declaraciones -dijo con tono confidencial.
– ¿Sobre el soborno?
– Sobre el trabajo infantil, las condiciones laborales…
– Mi postura es que no sé nada de todo eso.
– Pero lo sabes.
– ¿Y cómo va a saberlo el gobierno?
– Tengo que denunciarlo a la Comisión de Valores y Cambios.
– Podrías hacerlo -reconoció Randall-, pero ¿qué sentido tiene? Es mejor dejar que la venta se realice tal como está. Los accionistas de Tartan estarán contentos. Los accionistas de Knight también deberían estarlo. Lo hecho, hecho está. Dejemos que el viejo se jubile con elegancia.
– Creo que hay que denunciarlo.
– ¿Sabes lo que le pasaría a un tipo como Henry Knight? Tal vez pagaría una multa, pero también podría ser que los federales le enviaran a una prisión de lujo. Estaría en buena compañía durante unos meses y después volvería a ser un jubilado. Pero, entretanto, le habrías hecho daño a su hijo, y contamos con Doug para la continuidad.
– ¿Y yo qué?
– ¿A qué te refieres?
– Tengo la obligación legal de cumplimentar los documentos correctamente. Si no lo hago, estoy dejando que mi bufete pueda ser demandado.
– Haz lo que tengas que hacer, pero piensa una cosa: te quedarás con la conciencia tranquila a expensas de causar estragos en la vida de muchas personas. ¿Y para qué? Cuando el viejo Knight esté fuera de juego, nos ocuparemos de los problemas internos de la empresa,.
El tono de Randall sonaba sospechosamente práctico. David sintió la necesidad de recordarle que los delitos de Knight podrían resucitar para perseguir a Tartan.
– Mi tarea es realizar las diligencias pertinentes para…
– No, eso era asunto de Keith Baxter y lo hizo exactamente como queríamos. Tu tarea es asegurar que el contrato de compra se firme el domingo. No hay más que decir.
– ¿Y si las mujeres heridas lo denuncian?
Randall Craig se encogió de hombros.
– A veces hay puntitos en la pantalla del radar, pero nunca llegan a nada. Dicho de otra forma, tenemos cinco fábricas en Shenzhen y alrededores y nunca ha habido problemas.
– Las leyes chinas están cambiando.
– No lo bastante rápido. Además ¿a quién iba a creer un juez chino? ¿A un par de campesinas o a una gran empresa americana queda trabajo a miles de hombres y mujeres, que ha sido la artífice de la prosperidad de varias provincias y que cuenta con el apoyo de altos cargos del gobierno?
– Un tribunal podría tener otra opinión si existen documentos que confirman lo que dicen las mujeres.
Randall pestañeó.
– ¿Qué documentos?
– Una obrera los sacó de contrabando. Tenía planeado entregárselos a Pearl Jenner.
– ¿Pero no lo hizo?
– No; está muerta. Asesinada, según parece.
– ¿Se está investigando su muerte? ¿Hay algo que pueda relacionarla con nosotros?
– Respuesta a la primera pregunta;: oficialmente no. A la segunda, creo que no.
– Entonces no tenemos por qué preocuparnos.
– ¿Qué me dices de la muerte de Keith?
– Tenía entendido que iban por ti.
– Tengo motivos para creer que no.
Randall suspiró profundamente.
– Miles pensaba que podía ocurrir algo así… una especie de estrés postraumático. Escucha, me encantaría ayudarte a superarlo pero no estoy preparado. Miles estará mañana en Pekín, ve a llorar sobre su hombro. -Randall consultó el rejo. Se suponía que David tenía que captar la indirecta y marcharse, pero como no lo hizo, añadió-: ¿Algo más?
– Lo que acabas de decir está tan fuera de lugar que me he quedado sin palabras.
– David, me representas a mí y a mi empresa. Concéntrate en eso. Si hay otro asunto que yo debiera saber… -Lo miró sopesándolo-. ¿Has visto los documentos que mencionaste? ¿Hay algo en ellos que deba preocuparme? Si Pearl Jenner no los tiene, ¿donde están? ¿Pueden hacernos chantaje?
Si contestaba a todas las preguntas, comprometía a Su-chee, así que optó por decir:
– No creo que nadie intente un chantaje. En cuanto a los papeles, demuestran que el edifico de la fábrica no sería seguro en caso de incendio. No hay suficientes salidas y…
– Randall volvió a sonreír aliviado.
– Eso no es nada. Pondremos más puertas. Ningún problema.
David no creía lo que estaba oyendo.
– ¿Y el trabajo infantil y todo lo demás?
– Te hablaré con franqueza. Tartan lo sabe. ¿Mujeres que tienen accidentes laborales? ¿Productos químicos? ¿Por qué crees que estamos en China desde hace veinte años? Aquí se pueden hacer muchas cosas. -Randall se levantó para indicar el fin de la reunión.
Abrió la puerta y al ver el aspecto abatido de David dijo-: NO estés tan apenado. China ha contribuido a que Tartan sea lo que es hoy en día: una empresa de mil millones de dólares. No pierdas de vista eso ni un posible lugar para ti en ella. -Palmeó el hombro de David y lo hizo salir-. Perdona, pero tengo que ir a Knight. Hoy tenemos un día muy ajetreado. -Y le cerró la puerta en las narices.
David, furioso, estupefacto y ofendido, volvió a su habitación. Todo lo que había dicho Randall era cierto. Aunque denunciara los hechos -y sabia los problemas personales que le ocasionaría- sería como una pulga contra el elefante Tartan. Pero no podía permitir que la venta e hiciera como estaba estipulada.
De nuevo en la habitación, pidió a la telefonista que le pasara con la suite de Henry. Nadie contestó y entonces llamó a Knight International. Una vocecilla le informó que el señor Knight no estaba en el edificio ni se le esperaba hasta las once, cuando empezara la celebración.
– ¿Y Douglas Knight?
– Tampoco está aquí. Inténtelo en el hotel.
David solicitó la comunicación con la habitación de Doug. Tampoco estaba allí. Bajó al salón, confiando en que los Knight estuvieran desayunando. No estaban. Volvió a su habitación.
Esperó media hora, volvió a telefonear a la empresa y al hotel en busca de padre o hijo, pero no había forma de dar con ellos. Empezó a pasearse y consultar el reloj, hasta que se sentó y marcó un número. Si eran las nueve de la mañana, serían las cinco de la tarde del día anterior en Los Ángeles. La secretaria de Miles Stout contestó al teléfono y confirmó que Miles había salido.
– Llegará a Pekín esta noche y se alojará en el hotel Kempiski.
David pidió que le pusiera con la centralita de buzón de voz. Marcó el código y esperó. Tenía seis mensajes nuevos.
El primero era de Miles, que repetía casi palabra por palabra lo que le había dicho la secretaria, añadiendo: “Estaré hecho polvo cuando llegue al hotel, pero podríamos desayunar juntos. Me gustaría que nos pusiéramos de acuerdo para cuando nos reunamos con Randall y su gente”.
A continuación escuchó la voz de Rob Butler preguntando cómo iban las cosas en la práctica privada, haciéndole saber que no había adelantado nada en la investigación del Ave Fénix, y recordándole que si necesitaba algo, le llamara.
“Carla se muere de ganas de ver la Gran Muralla. Tal vez aprovechemos las vacaciones y te contratemos como guía. Por cierto, sería genial jugar un par de partidos de tenis. ¿Tienen pistas de tenis ahí? Mándame un e-mail si puedes”
Eddie Wiley dejó un mensaje diciendo que el aseo de la planta baja se había atascado y si conocía a algún fontanero.
Intercaladas había tres llamadas de Anne Baxter Hooper. Al oír su voz, David recordó el rostro dolorido de Anne. “La telefonista de la oficina del fiscal me dijo que le encontraría aquí. Me sorprende saber que se ha trasladado. Bueno, llámeme”, daba el número y añadía que la llamara a cobro revertido porque era ella la que deseaba hablar con él.
En el segundo mensaje decía que era la hermana de Keith y que la llamara. En el tercero, que era de esa misma mañana, parecía impaciente. “Desde la muerte de mi hermano le he dejado varios mensajes. Llámeme, por favor”.
David borró los mensajes y colgó. Pensó en el día del funeral y en la mirada acusadora de Anne. En aquellos días se creía culpable de la muerte de Keith, pero las circunstancias habían cambiado. ¿Qué podía decirle sobre su hermano? ¿Era mejor que supiera la verdad o que continuara creyendo que su hermano había sido una víctima inocente? ¿Y cuál era la verdad?
David marcó el número de Anne en Russell. Sonó cuatro veces y después se disparó el contestador automático. Los dos hijos de Anne hablaban al unísono: “ésta es la casa de los Hooper, ahora no estamos pero deje su mensaje y le llamaremos”.
Después del pitido, David dijo:
– Anne, soy David Stark. No he recibido sus mensajes hasta ahora mismo. Estoy en China y son poco más de las nueve de la mañana. Me dispongo a salir del hotel, pero esta noche volveré a Pekín. La llamaré tan pronto pueda.