– Estos productos son únicos en el mercado mundial. Sam es un personaje tradicional de dibujos animados, pero todo el mundo se esperaba un muñeco de plástico moldeado de unos diez centímetros de alto. El señor Knight tenía una idea diferente y le costó mucho convencer a algunos cuando la llevó a los estudios y a la agencia de publicidad. Batman, los Fantasmas… todos siguen ese modelo de plástico rígido y diez centímetros. Vaya, algunos hasta se hacen con el mismo molde. El señor Knight corrió un gran riesgo al hacerlos blandos.
Aarón estrujó a Sam, le mostró a Hu-lan lo que quería decir y sonrió como un niño.
– Pero Sam, por dentro, es fuerte como cualquier héroe. -Al ver el desconcierto de Hu-lan, añadió-: El esqueleto de Sam es de acero. Se puede doblar y poner en cualquier posición.
– ¿No son así todos los animales de peluche?
– La mayoría tienen un relleno pero no se pueden doblar. Algunos tienen miembros articulados, pero nada de flexibilidad.
– Estoy segura de haber visto animales que se pueden doblar así.
– Sí, claro, baratijas hechas en Hong Kong. Hace años que os fabricantes ponen alambre entre el relleno. Pero esto es diferente. Sam puede mantener su postura, sostener un arma, sentarse en un jeep. Y el armazón tiene garantía de que no va a perforar la tela, lo que significa que no va a haber dedos ni ojos lastimados.
– Comprendo.
Pero Aarón no había terminado.
– El mercado de muñecos tradicional estaba muy marcado por el género. A las niñas les gustaba Barbie y a los niños los soldados. Pero aquí tenemos algo único -repitió mientras continuaba retorciendo la figura-. Podemos atraer a las niñas porque Sam y sus amigos son suaves como muñecas y hacemos personajes femeninos que se adaptan a una actitud moderna de niña fuerte pero que aun así no pierde la feminidad. Al mismo tiempo, también les gusta a los niños con todos sus accesorios, armas y vehículos, por su utilidad práctica en la guerra y otras situaciones de acción. Y todo eso gracias al armazón de acero. Nosotros, me refiero a Knight International, hemos patentado esta tecnología, que tendrá aplicaciones prácticas bien entrado el próximo siglo.
– Supongo que eso se traducirá en mucho dinero.
– Así es, inspectora.
– Y aún no le ha enseñado lo mejor -interrumpió Sandy.
Aarón se ruborizó, volvió a sonreír y dijo:
– Sam también habla.
Apretó algo en la figura amarilla y el muñeco dijo con una voz extremadamente dura: “Échame una mano, Cactus”. y luego: “Ahora todo está tranquilo”. Y por último: “Soy Sam. Hasta pronto”.
– Sam y sus amigos salen de fábrica equipados con frases estándar como éstas -explicó Aarón-. Pero se trata sólo del principio. Nuestro modelo extra viene con un microchip que permite que los niños programen diferentes conversaciones. Hablamos de un juguete completamente interactivo. La tecnología aún está en su primera etapa y es bastante cara, unos noventa dólares el equipo completo. Pero dentro de un año, más o menos podremos bajar el precio de todos los modelos extra.
Al fin Aarón le devolvió al figura a la obrera china, volvió a agacharse y a decirle algo al oído.
– Habla muy bien el mandarín -observó Hu-lan.
– Gracias, lo estudié en la universidad. En realidad era mi asignatura principal. Así fue como conseguí este trabajo.
El trío continuó por el pasillo. A ambos lados, las mujeres aplicaban diferentes detalles a las caras de los coloridos muñecos. Al llegar al final de la fila, giraron y se metieron por un pasillo donde las mujeres empaquetaban las figuras en cajas. Este proceso implicaba envolver el cuello, los brazos y las piernas de los muñecos con tiras de plástico transparente y meterlos en un molde de cartón. En el siguiente pasillo, las mujeres ponían en las cajas diversos adminículos: peines, cepillos, espejos, cuchillos. Otros llevaban pistolas, metralletas, granadas y mochilas en miniatura.
Al final, Hu-lan y sus guías llegaron a la puerta que daba al vestíbulo.
– ¿Puedo ver dónde trabajan las demás mujeres? -preguntó.
– ¿Cómo dice? -repuso Sandy.
– Me dijo que tenía mil trabajadoras en la fábrica. Supongo que estarán en el otro extremo del pasillo.
– No, esa nave está vacía. -La irritación le salía de la boca como aceite chorreando de una botella-
– Ah, entonces no le importará que eche un vistazo.
– Ya no nos queda tiempo.
– ¿Pero dónde están las otras mujeres que trabajan aquí?
– Lo siento, no podemos seguir atendiéndola. Aarón y yo tenemos una reunión. ¿Verdad, Aarón?
– Sí, así es. -Pero el joven no pudo evitar ruborizarse.
– Es una lástima pero tendré que informar a mi departamento que no han cooperado -dijo Hu-lan.
Cualquier chino habría interpretado este comentario como la amenaza que era, pero Sandy Newheart no pareció impresionarse.
– Quizá pueda volver otro día y entonces estaremos encantados de recibirla como corresponde. -Sandy abrió la puerta y la guió por el laberinto de pasillos y puertas.
Cuando llegaron a la entrada, Jimmy se puso de pie, rodeó el escritorio con toda su envergadura y se plantó con las piernas separadas y los brazos cruzados.
– Volveré -dijo Hu-lan-, pero no creo que llame antes. Señores, son huéspedes de mi país y deben respetar nuestras reglas.
Sandy sonrió mientras abría la puerta.
– Bueno, hasta la próxima, entonces.
Hu-lan le sostuvo la mirada y salió por la puerta al patio.
Consciente de que tenía tres pares de ojos puestos en ella, miró el edificio de la administración y levantó la mano para hacerle una seña al chófer. Mientras esperaba que fuera a recogerla, contempló una vez más la amplia explanada vacía del complejo. ¿Dónde estaban los signos de vida? Esperaba ver gente yendo de un edifico a otro, gente sentada para un almuerzo de última hora y hasta gente tumbada, echándose una siesta. ¿Cómo se las arreglaba esta empresa, administrada al parecer por tres extranjeros y un puñados de chinas, para controlar a un número tan grande de trabajadores? ¿Cómo había ido a parar Knight a aquel lugar? Y, lo más importante, ¿qué pasaba en esos otros edificios y al otro lado de la pared de la sala de montaje?
Cuando el coche volvió a la autopista, Hu-lan sacó el teléfono móvil y marcó el número de David. Eran las tres de la tarde, por lo tanto, en Los Ángeles sería medianoche. Estaba segura de que David estaría levantado.