Entonces Wang Lung trasladó a la mujer de su tío a la ciudad para que no estuviera sola, le dio una habitación al final de un patio apartado, ordenó a Cuckoo que pusiera una esclava a su servicio y la anciana chupaba su opio y yacía en el lecho satisfecha y contenta, durmiendo día tras día. Y su ataúd fue colocado cerca de ella, donde pudiera verlo, confortándola con su presencia.
Y Wang Lung se maravilló al pensar que hubo un tiempo en que había temido a aquella campesina gorda, ociosa y chillona que ahora yacía allí, callada y amarilla, tan amarilla y tan encogida como lo había estado la Anciana Señora de la caída Casa de Hwang.